No le costó mucho descubrir el edificio donde tenían su nidito de amor. Desde cuadra y media los veía salir, uno después de la otra con escasos minutos de diferencia y subir a sus respectivos coches. Hacía tres semanas que se torturaba sistemáticamente, espiando todos sus movimientos.
Supo que la otra iba a una peluquería del centro todos los jueves a las dos, y pidió turno para el mismo día y hora. Sentada a su lado, por el espejo la observaba. Era mona, muy joven y para su desgracia, hubo de reconocer que bastante agradable.
Conversando con las cabezas llenas de pinzas se enteró que tenía 23 años y se llamaba Patricia, que pronto se recibiría de arquitecta y estaba muy enamorada, «sí -pensó ella- ¡de mi marido!»
«Me recibo en agosto y me caso en septiembre», le dijo un día la otra. Ella sintió que su odio le hablaba más fuerte que nunca, y esta vez, escuchó sus consejos. Se pasaba horas buscando la manera de matar a la otra, pero solo se le ocurrían diferentes maneras de matarlo a él.
Hoy, 9 de septiembre, ya lo tenía todo dispuesto; el accidente sería a las 8, cuando él entrara a la casa y con su vieja rutina, encendiera el velador listo para electrocutarlo.
Ella ya estaba de duelo desde hacía tiempo, se sentía en paz y viuda a más no poder. Repasando las cosas que había hecho se felicitaba de su brillante tarea. Fue genial ir a conocer a la otra y verla tan de cerca para alimentar su odio.
Jamás terminaría de sentirse orgullosa de su estrategia ¡cómo la había sonsacado! ¡si hasta sabía que la boda (falsa claro), sería al día siguiente! Lástima -pensó- que no le pregunté el nombre de su amorcito, me hubiera gustado oir como lo pronunciaba.
Y qué suerte que me contuve de averiguar la edad del tipo, seguramente sentiría vergüenza de que fuera tan mayor. Pero sí me dijo que era arquitecto como ella y que la ayudaba a estudiar ¡la muy cretina! la «ayudaba» en todo, seguro.
Recuerdo que se puso colorada cuando me contó que se conocieron en la facultad ¡eso me lo confirmó! donde mi marido dicta clases de arquitectura ¡el desvergonzado! ¡meterse con una chiquilina que podría ser su hija! En fin -se dijo- mañana será otro día.
La noticia del suicidio del arquitecto salió en todos los diarios; la boda de Patricia con su novio de 28, en uno solo. Ella la leyó mil veces antes de comprender.
Con suma lentitud salió de su casa, subió a su coche y, sin saber cómo, llegó, por primera vez, ante el edificio del nidito de amor. Se bajó y entró, le preguntó al conserje por el arquitecto fallecido, «para saludar a su familia» -dijo.
«No señora, aquí no vivía, solo tenía su oficina desde hacía un mes».