Sudán, el último rinoceronte blanco, un cuento de Mia Ruffino

Hay muchas razones por las que no estaría contando esta historia. Por miedo. Por pesar. O simplemente porque tal vez no pude haber seguido vivo. Pero aquí estoy y ya que tengo tu atención, te contaré esta historia.

Todo empezó en un cálido día de primavera como cualquier otro. Pero no era cualquier día para mí. Porque ese era el día en que yo había nacido. Y mi madre me dijo que había sido el mejor día de toda su vida.

Mi madre me contaba historias sobre unas criaturas que caminaban en dos patas y eran más peligrosas que los cocodrilos, y aparentemente hasta más temibles que mi padre. Mi madre me dijo que me dio el nombre de Sudán porque es el nombre del país en donde yo nací.

Tal vez una de las razones por las que le tengo tanto miedo a mi padre es porque mi madre siempre está esperando a que crezca y me convierta en un gran rinoceronte como mi padre.

Aunque hubiera querido que nunca lo hubiera dicho porque a él no le gustaría tenerme a mí en medio de él y mi madre para poder tener otro hijo que pronto mataría. Eso me asustaba. Pero me asusté aún más unas tres semanas de haber cumplido un año, mi padre apareció de la nada.  

Estaba a punto de pelear con mi madre, cuando escuché un sonido, no era como un silbato, pero tampoco era el sonido de algún animal. Nunca había escuchado ese tremendo sonido hasta ese día.

Hubiera querido jamás haberlo escuchado. Tres segundos después de que el sonido se escuchó, mi padre paró de correr y su mirada se quedó fija en mi madre y en mí, llena de enojo y violencia. Un segundo más tarde, se notaba que tenía un profundo pesar en su mirada.

Después cayó al suelo. Pensé que eso era algo bueno en el momento y que ella había ganado la pelea. Pero mi madre me dijo que no había sido así. No entendí por qué mi madre me dijo que tenía que correr. Mi mente sólo pensó en una cosa. Los cazadores. Esas criaturas eran peligrosas, no sabía cómo, no sabía por qué, pero sabía de alguna forma que lo eran.

Tampoco sabía qué era ese sonido. Sabía que había venido del cazador, y ese cazador era lo suficientemente poderoso para matar a mi padre.

Yo estaba furioso. Sabía que él nunca me había amado. Pero también sabía que él no debió haber muerto, ¡no así! No recuerdo mucho más después de eso. Me sentía desesperado. Con un solo sonido, el rinoceronte más fuerte, valiente y poderoso del mundo se había ido para siempre y nunca más iba a poder volver. ¿Cómo era posible? No tenía sentido.

En mi desesperación miré hacia atrás. No sabía qué estaba pasando. Pero sí era algo terrible. Una de las criaturas sacó algo filoso y brilloso de su cuerpo. Y le quitó algo a mi padre. Le quitó lo más valioso, lo más importante, le quitó su vida, le quitó su todo, le quitó su cuerno. Sentí una lágrima caer de mi ojo izquierdo, quería hacer algo por él, pero sabía que era demasiado tarde.

Y sabía que, si lo intentaba, yo sería el siguiente al que tendrían que ayudar. Después mi madre me dijo que me volteara, no quería que lo viera, y lo más importante es que no quería que me pasara a mí. Ya estaba anocheciendo y estábamos lejos de los cazadores.

Bajo la luna, mi madre me dio un poco de leche y me mandó a dormir. Amaneció un nuevo día y yo con las esperanzas de que todo había sido un mal sueño, pero se notaba en la mirada triste de mi madre que no había sido así. Me empezó a dar hambre.

Y ya que tenía un año, mamá me dejaba comer un poco de pasto al día. De todas maneras ella tenía que comer mucho pasto para poder darme leche. Así que fuimos a un pastizal donde estaban dos jirafas. Pasaron unas horas y empecé a jugar en el lodo.

De repente se escucharon los graznidos de los cuervos y las jirafas se espantaron. Había un ave negra en el aire muy arriba, lo más alto que había visto algún animal en el mundo. Y volaba muy extraño, como si tuviera más de un ala. Después se acercó a tierra. Empezó a hacer un viento muy fuerte y estaba empezando a dudar si era un ave. Asustado corrí al lado de mi mamá. Preguntándome a mí mismo si podrían ser los cazadores. Cuando mamá se dio cuenta.

Los dos corrimos al oeste, sin ver que adelante había un manantial. La cosa extraña nos seguía como una sombra. Entonces llegamos a la orilla del manantial. Y lo más aterrador pasó. Estábamos atrapados. Una de las criaturas de dos patas sacó un brillante cuerno de antílope. No podría creer lo que veían mis ojos, del cuerno salió algo pequeño con plumas y se le ensartó en la espalda a mi mamá.

Se empezó a mecer de un lado a otro todo su cuerpo y parpadeaba muchas veces hasta caer a la tierra. Me asusté y corriendo me acerqué a ella. Estaba respirando. Di un suspiro, no estaba muerta. De repente escuché un gruñido, me volteé y me vi frente a frente con dos ojos amarillos. Me quedé paralizado cuando la criatura se acercaba a mí. ¡Era un cocodrilo! Qué iba a hacer.

Yo sólo era una cría, y a mi madre, no sabía que le había pasado. Pero lo que sí sabía era que eso no era nada bueno. Muchas veces un rinoceronte en un momento de desesperación le pide al cielo que le traiga a un rinoceronte para que lo ayude. Claro, muchas veces no funciona. Pero mi situación es diferente. Estaba pensando que este iba a ser mi último día en la tierra.

Entonces se acercó a mí, no un rinoceronte, si no una criatura de esas de dos patas, pero esta era diferente a las que había visto matar a mi padre, tenía piel oscura como la tierra, y pelaje negro y brillante como las plumas de un buitre.

No sé que me hizo pensar que esta criatura era diferente, que tal vez me iba a ayudar, tal vez era su dulce sonrisa, o tal vez sus ojos cafés llenos de esperanza y alegría. La criatura extraña se me acercó y arrojó un enorme pedazo de carne de jabalí al manantial.

El cocodrilo se fue nadando de inmediato persiguiendo la presa fácil. La criatura se acercó y me acarició el cuello. Sus patas que movía en el aire eran duras y tenían cortadas con sangre. La sombra del cielo bajó a la tierra y diez criaturas de dos patas salieron de ella.

Noté que su piel era blanca. Y no parecían las criaturas más amables que había conocido en mi vida, pero tampoco es que hubiera conocido muchas. Metieron a mi madre en una caja de madera. Quería hacer algo, pero me quedé ahí quieto.

Tenía miedo. Y sabía que la criatura pequeñita no dejaría que nada malo me pasara. La criatura pequeña me dirigió hacia la caja donde estaba mi madre y me acompañó hasta adentro. Mamá parecía dormida. Pero igual no me gustaba que estuviera inconsciente de lo que estaba pasando. Cuando llegué al lugar al que me llevaban, empecé a aprender el idioma que hablaban esas criaturas de dos patas. Y me di cuenta de que esas criaturas de dos patas eran una especie llamada humanos y aparentemente no eran cazadores.

Después aprendí que a la humana de piel oscura y pequeña la llamaban niña y parecía que había muchas aquí. Pero ninguna era tan especial como ella. Trabajaba llevando cubetas de agua a los trabajadores de piel blanca. Lo que me pareció bastante extraño. Y cuando no estaba trabajando, jugaba conmigo, me daba de comer y me traía agua. Era mi mejor amiga. Mi mamá también estaba feliz aquí.

No había nada malo, estábamos protegidos de los cazadores. Me llamaban Sudán. Como la niña se aprendió mi nombre, yo me quería aprender el suyo, y observé cuidadosamente lo que los otros humanos la llamaban.  Aprendí que su nombre era Muthoni, que después supe que significaba la niña tímida. Muchos años pasaron y Muthoni siempre me acompañó, hasta cuando mi madre murió.

También me acompañó cuando me casé y tuve a mi única hija llamada Najin y hasta cuando ella tuvo a su única hija llamada Fatu. Muthoni siempre estuvo a mi lado y yo siempre estuve al suyo. Recuerdo el último día que tuve vida en mi cuerpo. Mi única hija y mi nieta estaban al lado mío cuando moría, igual que siempre lo estuvo Muthoni. Podía ver las lágrimas caer de la triste cara de Muthoni.

No he tenido muchos lamentos en mi vida. Pero dejarla a ella sola en este mundo ha sido uno de ellos. Me dio un abrazo con su corazón pegado al mío y me acordé de que sus manos seguían cortadas y duras como en el primer día que la había conocido. Estaban destrozadas por haber estado cargando las cubetas de agua pesadas a largas distancias para darle agua a los hombres blancos que nos cuidaban.

Quería que Muthoni siguiera su vida feliz, pero en su cara se notaba que no lo iba a ser sin mí. Así me convertí en espíritu. Todos los días pensando en mi familia y en Muthoni. Cuidaba a Muthoni todos los días, pero lo que más me dolía no eran sus manos, ni sus largas horas de trabajo sin paga, era que nunca paraba de llorar. Sabía que lloraba porque me había ido de su lado.

Lloró por dos semanas seguidas mi muerte, hasta que un día no pudo parar. Tantas lágrimas frías cayeron por sus brazos que hacían que parecieran que ella estaba toda hecha de lágrimas. Había escuchado de monos muriendo de enfermedades en la reserva, pero no había escuchado nunca que una criatura muriera convertida en lágrimas, esta sería la primera vez.

Ese día apareció en el horizonte del atardecer al lado mío. Ese día fue el más feliz y triste día que no he estado vivo. Muthoni me susurró al oído que no era algo malo que se hubiera ido de la tierra porque no había nada que la detuviera en la tierra. Por la primera vez en semanas pude ver esos ojos llenos de alegría y esperanza otra vez, sin lágrimas.

Desearía que Muthoni hubiera vivido una vida feliz, aunque sabía que eso nunca iba a pasar, conmigo muerto o vivo. Mucha gente probablemente pueda pensar que es triste que Muthoni haya muerto, pero como yo no puedo vivir sin ella, ella no pudo vivir sin mí. Aunque nos hayamos ido de la tierra no significa que nuestros espíritus no sigan ahí.

Haznos un favor a mí y a Muthoni, ayuda a salvar a los rinocerontes de los cazadores. Ayuda a salvar a las niñas como Muthoni de los trabajos duros que no deben hacer los niños. Ayuda a salvar a la tierra que te dio vida. Y valora tu vida porque es muy corta.

Mia Ruffino
Mia Ruffino

Autor

  • Mia Ruffino

    Mia Ruffino es una niña de 11 años. Está cursando el 6º año de primaria. Le gusta escribir de todo, especialmente poesía, cuentos, novelas épicas y artículos periodísticos. Le encantan los libros clásicos y uno de sus libros favoritos es Mujercitas, la novela original de Louisa May Alcott de 1868. Tiene un perro pastor alemán que adora y se llama Chaplin. Y quiere hacer una diferencia en el mundo algún día. Mia Ruffino is a girl, 11 years old. She is about to start middle school, 6th grade. She is a passionate writer. She loves all genres, specially poetry, short stories, epic novels and journalism. She loves classic literature. One of her favorites is Little Women by Louisa May Alcott, 1868. Mia has a German shepherd dog named Chaplin. She adores him. Mia wants to make a difference in the world one day.

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Un comentario

  1. No tengo palabras para expresar lo divino de este cuento por este terruñito de Mia. Estoy súper orgullosa de Mia. Que nos ñita tan más inteligente y dulce. Me encanta todo la que escribe, y los cuentos que he escuchado de ella misma. Mis respetos para esta escritora tan pequeñita!!

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