Mis tacones retumban como castañuelas en los pisos encerados de hoteles lujosos en los que muchas veces siento desentonar. No es así. Mi metro y medio de estatura se impone. Camino a pasos patulecos firmes en espacios en los que no hay alfombra roja, sino juegos muy complicados de poder. Me aprendí el tablero, los jugadores y sus fichas, y ahora sé jugar. No me intimida nadie, bueno, quizá yo misma. En los sitios más inconvenientes de la vida, florezco, y en esa complejidad en la que me descubro bastante cómoda, confieso, me abruma mi soltura.
Emponderar nuestra identidad
Algo cambió en mí cuando reclamé mi identidad: latina, mexicana y migrante. Soy mujer y me gustan mis contrastes; ahora me empoderan mis fisuras. Ya no me da miedo ser quien soy y me asombra imaginar lo que puedo o quiero ser. Aprendí a negociar desde el poder y no de la necesidad, y uno se convierte en una moneda al aire cuando se sabe con la libertad de irse sin voltear atrás.
En lo profesional, me busco en otros rostros y no me veo. Hay muy pocos reflejos como el mío en posiciones de liderazgo. Es un camino muy solitario. Pero, en la vida, hay muchos espejos que me devuelven la sonrisa; mujeres tejiendo redes en sororidad, desnudándose de chantajes y catafixias. Mujeres que ya no tienen miedo; mujeres que, al contrario, causamos terremotos.
Nosotras ya no tenemos miedo
Quizá sí haya que temernos. Ya no nos justificamos por la plenitud ni sentimos culpa por el éxito. Estamos criando a otra generación de mujeres con muchos menos complejos y más aventuras; niñas, como la mía (que es solo suya y se comparte conmigo), capaces de cuestionarlo todo, mientras lo aman o lo queman; que ya no se preguntan si son suficientes porque saben que el mundo les queda debiendo y que entienden desde la raíz que este mundo también se puede reconstruir desde el gozo.
Somos mujeres que entendemos y no nos conformamos con la doble moral: Cría como si no trabajaras y trabaja como si no tuvieras hijos; ve a ser exitosa, pero deja la casa limpia y la comida hecha; gana dinero, pero menos que él para que no dejes de necesitarlo; sé inteligente, pero no mucho; ten experiencia, pero no seas tan vieja; sé sensual, pero no cruces líneas; sé buena amante, pero no digas donde lo aprendiste; no seas tan educada para que no los espantes; sé independiente, pero agradece que te mantengan; sé bonita, pero no tanto para que no te quedes bruta; sé pionera, pero en voz baja; protesta, pero en silencio; llora, pero quedito; canta, pero despacio… y nunca jamás desentones con el estatus quo.
¡Al carajo!
Tal vez sí hay que tener cuidado de nosotras las mujeres. Ya no nos conformamos; ya nos salimos de la caja; ya no nos encasillamos; ya no nos despedazamos. La soledad no nos asusta. Y, queridas, dejar de ser predecibles es tan deliciosamente peligroso, tanto que es intimidante para los otros.