Miedo a la destrucción mutua puede engendrar la paz
Hamás asesinando civiles, quemando y degollando niños, incluso bebés, es inadmisible. Y el Estado de Israel, bombardeando la población civil, escuelas y hospitales, dejando sin luz ni agua a dos millones de personas, pidiendo la evacuación de más de un millón cuando sabe que es imposible, es inadmisible
Las guerras son espantosas, trágicas, siempre. Pero hasta en las guerras hay ciertas normas. Cuando esas normas, esos límites se cruzan, estamos ante aberraciones que nos avergüenzan como género humano. Se pueden calificar de crímenes de guerra, delitos de lesa humanidad, limpiezas étnicas y hasta genocidio. Las calificaciones son técnicas y es lo que estamos viendo en estos días en el Medio Oriente.
Hamás asesinando civiles, quemando y degollando niños, incluso bebés, es inadmisible.
Y el Estado de Israel, bombardeando población civil, escuelas y hospitales, dejando sin luz ni agua a dos millones de personas, pidiendo la evacuación de más de un millón cuando sabe que es imposible, es inadmisible.
Hamás es una milicia terrorista e Israel es un Estado terrorista, sin atenuantes. Pero esto no puede confundirnos, ni llevarnos a confundir términos, que son muy importantes, para no empeorar más la situación. Una cosa es el Estado de Israel y otra cosa muy distinta es el pueblo judío, otra cosa es el sionismo y otra cosa es el actual gobierno de extrema derecha de Benjamín Netanyahu, aliado de los grupos judíos ultra ortodoxos.
Del mismo modo, Hamás es una fuerza política y militar teocrática, islamista, conservadora y también de extrema derecha, y no debe asimilarse a todo el pueblo palestino. Una cosa son los árabes, otra cosa son los musulmanes. Hay árabes cristianos y hay musulmanes que no son árabes, como los turcos, los iraníes, los indonesios, entre otros pueblos.
Hechas esas aclaraciones, quiero romper un mito y una frase hecha que circula en nuestras sociedades: que este es un conflicto milenario. Ni milenario, ni siquiera centenario. A lo largo de la historia, judíos y musulmanes se han llevado relativamente bien. En Al Ándalus convivían perfectamente con los cristianos, en una sociedad que florecía de arte, ciencia y filosofía. También han convivido en el norte de África y hasta en Medio Oriente.
El problema siempre ha sido con el cristianismo y con Occidente. Las cruzadas son un ejemplo de ese cristianismo devenido en religión de Estado en Europa y transformado en excusa para el colonialismo. Y si hablamos de la persecución al pueblo judío, podríamos remontarnos al año 70 de nuestra era con la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén y los romanos acorralando a los judíos en la colina de Masada, frente al Mar Muerto. Antes de volver a ser esclavizados por los romanos, la leyenda cuenta que los judíos se suicidaron en masa. Y luego quedó el “síndrome de Masada”, que es la horrible sensación, que más que una sensación es una realidad, de ser perseguidos para ser exterminados. Pero no por los musulmanes ni por los árabes, sino por los europeos cristianos. Y si no, veamos algunas fechas.
-Apenas conformada como Estado Nación, Inglaterra empieza a perseguir a los judíos y los expulsa en 1290.
-Francia hace lo propio durante los siglos XIII, XIV y XV.
-Los Reyes Católicos (Castilla y Aragón) reconquistan Granada e inmediatamente expulsan en 1492 a judíos y moros.
-En 1497 imita la actitud Portugal.
-A mediados del siglo XVI surgen los primeros guetos de la historia, en Florencia, Venecia y Roma. De hecho, la palabra gueto (ghetto) viene de borghetto, que quiere decir pueblito o barriecito.
-La Francia antisemita del siglo XIX incursiona en el famoso “Caso Dreyfuss” que es denunciado por Emile Zolá en su “Yo acuso”.
-El Imperio Ruso avanza en grandes cacerías humanas mediante los pogromos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
-Hasta llegar a lo más conocido: la Shoá u Holocausto, cuando la Alemania nazi es responsable del exterminio de más de 6 millones de judíos.
Es un repaso muy somero, pero para demostrar que, durante esos milenios, no fueron los árabes ni los musulmanes, sino la cristiana Europa, la que persiguió y masacró al pueblo judío.
Y este racismo, este antijudaísmo de Europa, va a llegar a su máxima expresión a principios del siglo XX, antes incluso que la Shoá, cuando empiezan a barajarse alternativas verdaderamente genocidas como recluir a todos los judíos en la isla de Madagascar o bien en la Siberia. Hasta que surge la posibilidad de la Palestina, evocando antecedentes bíblicos. Con un problema: había gente viviendo allí, estaba el pueblo palestino, desde hacía siglos. Allí empieza el problema y no antes, allí surge un conflicto que se va alimentando de odio durante estos 100 años, más o menos.
Y también producto del imperialismo europeo. Finalizada la Primera Guerra Mundial, derrotado el Imperio Otomano, los ingleses y los franceses se reparten el Medio Oriente: Mandato Francés (lo que hoy serían El Líbano y Siria) y el Mandato Británico (Palestina, Transjordania y la Mesopotamia, lo que hoy sería Irak). Y crean un problema del que hoy nadie se hace cargo.
Los ingleses les prometen la misma tierra a dos pueblos: el pueblo judío y el pueblo palestino, que ya estaba allí. Basta ve un clásico del cine: Lawrence de Arabia. O repasar los documentos: el Acuerdo Sikes-Picot o la Declaración Balfour.
Con la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, se va a reforzar la idea que llevar a los sobrevivientes judíos a la Palestina. Todos conocemos la barbarie nazi, pero se sigue escondiendo la complicidad de los aliados. ¿Por qué no bombardearon las vías férreas que llevaban trenes cargados de personas a Auschwitz o Treblinka? ¿Por qué no aceptaron a los refugiados, ni siquiera los Estados Unidos? El 13 de mayo de 1939 zarpó de Hamburgo el St Louis, con 900 judíos a bordo. Cuando llegaron a La Habana, capital de una Cuba que era prácticamente una colonia de Estados Unidos (en virtud de la Enmienda Platt), no dejaron que desembarcaran y los mandaron de vuelta para Alemania, donde al menos 250 de ellos terminaron en los campos de exterminio nazis.
Después de ese genocidio, Occidente se rasgó las vestiduras y para esconder su culpa creó este problema de hoy, con la partición de Palestina. Quizá en ese momento se podría haber pensado en un Estado laico y binacional, donde convivieran judíos, musulmanes y cristianos, como había sucedido en otros momentos de la historia. Pero no, eligieron otra vez la segregación, y afloró un rencor que se fue agigantando y transformando en este odio visceral que hoy sorprende cuando vemos a los bebés israelíes decapitados o las escuelas palestinas bombardeadas. ¿Quién puede sorprenderse de los desastres que deja siempre el colonialismo europeo? No sólo en Medio Oriente, también en África puede constatarse permanentemente.
Hoy, la única solución es la de dos Estados para dos pueblos. Pero Israel viene incumpliendo las resoluciones de la ONU en ese sentido, y para eso también debería desalojar las colonias ilegales que tiene en Cisjordania. También el conflicto interno del campo palestino tiene el mismo origen, con una Franja de Gaza gobernada por Hamás, y una Cisjordania gobernada por Al Fatah, heredera de la Organización para la Liberación de Palestina. Su incapacidad para combatir la ocupación israelí está en la base del apoyo que en Gaza tiene Hamás. Todo tiene que ver con todo.
Ante este panorama desgarrador, me esfuerzo por buscar algún aliciente, alguna respuesta cuando me preguntan si hay solución. Creo que, así como dije que en la historia estas comunidades se llevaron relativamente bien, hoy es imposible que se lleven bien. Hoy es utópico pedir raciocinio o empatía. Quizá lo único que puede evitar una tragedia mayor es el miedo mutuo. Así como durante todo el siglo XX, nunca se enfrentaron directamente las dos superpotencias nucleares, solo por el miedo a la destrucción mutua. De la misma manera, hoy por hoy veo que lo único que puede hacer que palestinos e israelíes se sienten a una mesa de negociación es el miedo a la destrucción mutua. Israel ya ha demostrado ampliamente que puede aniquilar al pueblo palestino, y hoy está amagando con hacerlo en Gaza. Pero también, por primera vez, Hamás acaba de demostrar que también puede golpear tan duro como nunca se hubiera pensado, y que no tiene problemas en incurrir también en delitos aberrantes y crímenes masivos.
Mientras tanto, Europa ejerce declaracionismo, la ONU muestra su más absoluta inutilidad y Estados Unidos sigue perdido en el terreno de la diplomacia, que nunca fue su fuerte. La visita de Joe Biden a Israel es un buen intento, pero ir a Jerusalén es avalar la decisión de su antecesor, Donald Trump, que mudó la embajada de Tel Aviv a la ciudad que debería ser la futura capital de los dos Estados. Y eso es tomado como una afrenta por la parte palestina.