In memoriam Ligia Minaya
Dice la psicóloga Clarissa Pinkola, en su libro Mujeres que corren con Lobos, que cada mujer lleva dentro un Barba Azul. Ese que la esclaviza.
No la deja avanzar. Barba Azul entregó un paquete de llaves a su esposa. Le dijo que no usara la pequeña. Ella no le obedeció. Abrió una habitación y se encontró con los cadáveres descuartizados de las esposas anteriores. De esa llavecita comenzó a brotar sangre. Trató de limpiarla, pero siguió brotando. La escondió, y la sangre se derramó por todas partes. Barba Azul volvió y se dio cuenta. Quiso matarla. No pudo porque las hermanas de la mujer intervinieron. Lo que dice este libro es que todas la mujeres tenemos dentro una llavecita para abrir la puerta que nos llevará a ver lo que por mucho tiempo no hemos querido o no hemos podido ver.
La naturaleza femenina
instintiva se ha
saqueado, rechazado
y reestructurado por
mucho tiempo. La libre
fortaleza de una mujer
se ha encadenado a
complacer a los demás.
Todas tenemos un Barba Azul que nos perjudica. Si abrimos la puerta, de la llavecita seguirá brotando sangre. Eso significa que a la primera brecha se seguirán abriendo otras. Ya no podremos callar ni continuar ocultando lo que no nos deja avanzar. Así soltamos los nudos que nos atan. La desobediencia a la orden del depredador es importante.
A la curiosidad femenina se le llama entrometida y a la de los hombre investigativa. Las preguntas que una mujer se hace a sí misma son llavecitas que abren las puertas de su psique. Por años nos ha enseñado a no ver nada, a no decir nada, a no preguntar nada, y eso ha hecho nacer y crecer al Barba Azul que nos ha impedido ser nosotras mismas.
La naturaleza femenina instintiva se ha saqueado, rechazado y reestructurado por mucho tiempo. La libre fortaleza de una mujer se ha encadenado a complacer a los demás. Así, la mujer silenciosa, humilde, callando el maltrato, es considerada «buena mujer». Las que logran decir lo que sienten y escapar de esa esclavitud, son las «malas».
La mujer «salvaje» que a veces percibimos de manera fugaz y entonces experimentamos el deseo de seguir, está dentro. No es la del libertinaje, sino la que sabe cómo, dónde y cuándo conseguir su libertad, y la consigue.
Por y con ella, se obtiene una madre, una aliada y una maestra. Nos trae la curación. Lo cual no significa perder las relaciones propias de la vida, la familia, los amigos, pero sí establecer un territorio propio, recuperar el alma, vivir cómoda en sí misma, reencontrarse con la dignidad.
¿Dónde está esa mujer «salvaje»? Vive en cada mujer. Muy dentro de ella. Está en las calles. En la universidad. En el paisaje. En la poesía, en el canto, en la inspiración, en el tiempo que nos damos a nosotras mismas.
Para encontrarla hay que regresar al instinto femenino despojándose de los falsos mantos que nos arropan. Por favor, entierre a Barba Azul y abra con la llavecita inquisidora la puerta a la libertad, con discreción, inteligencia y fuerza, por supuesto.
Si alguna vez le han llamado descarada, rebelde, astuta, es que va por buen camino. La mujer «salvaje» está cerca. Si no logra aullar, jamás encontrará la manada.
Somos ciudadanas de la vida, no turistas de paso.
Del Editor: Republicamos en HLA este texto que nos envió en 2010, de un total de cinco que mostraron su calidad y humanidad, su retrospectiva profunda y lenguaje preciso.