Para muchos que han arribado de países al sur del Río Grande, no resulta nada complicado definirse como latinos. Sus grandes referentes son civilizaciones milenarias como la azteca, la inca y la maya. Pero hay algunos latinoamericanos que, por el contrario, no quieren tener nada que ver con ser latino en Estados Unidos y mucho menos con cualquier tipo de asociación con civilizaciones precolombinas.
¿Que el argentino no es latino?
Algunos de mis compatriotas argentinos, por ejemplo, que forjaron su ideología en un mundo cultural dominado por un discurso eurocentrista, parecería que buscan generar la mayor distancia posible de toda simbología indígena. Un sentimiento que tiene raíces históricas que se remontan a la etapa de formación del estado argentino y que aquí, en Estados Unidos, sirve para justificar una confusa racionalización que el argentino no es latino.
En la segunda parte del siglo XIX, en Argentina se debatía qué camino de organización social se debía seguir. Juan Bautista Alberdi, el padre de la Constitución Nacional, había propuesto traer más inmigrantes ingleses y franceses para «mejorar la especie» y quería que se adopte el francés como idioma nacional.
Domingo Faustino Sarmiento, presidente en 1868 y uno de los grandes héroes nacionales, fue un defensor intransigente de la europeización de Argentina. No solamente apoyaba la inmigración del Viejo Continente sino que era partidario de la exterminación de la población indígena. Su posición era bien clara. Lo sugiere en uno de sus discursos publicado el 25 de noviembre de 1876, en El Nacional: «Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño…»
Genocidio regional
Estas ideas no quedaron en el marco del debate intelectual de la época sino que fueron implementadas de manera drástica. Con la aprobación de la Ley 947, en 1878, se estableció el marco jurídico para lo que pasaría a conocerse como la Campaña del Desierto. Esta fue un claro ejemplo de genocidio regional.
Citamos el Informe Oficial de la Comisión Científica que acompañaba a los soldados del ejército. «Era necesario conquistar real y eficazmente 15,000 leguas. Limpiarlas de indios de un modo… absoluto, …incuestionable…»
Al final, se calcula que unos 90,000 indígenas murieron. Las políticas de exterminio incluyeron ataques contra las tolderías cuando los guerreros indígenas no estaban para matar a mujeres y niños. Hubo campos de concentración, como el de Valcheta, rodeados de alambres de púa de 3 metros de altura. Allí, los indígenas morían de hambre. Y las marchas forzadas de hasta 1,000 kilómetros en las que se ejecutaba a quien caía exhausto.
Alrededor de medio siglo después esto se repitió. Llegó la industrialización argentina de la década de 1940 y 1950. Con ella el mismo sentimiento de los Alberdi y los Sarmientos se impuso. Promovió la victimización de los migrantes de las provincias que llegaban a Buenos Aires en busca de oportunidades económicas. Los «cabecitas negras», como eran denominados estos provincianos, tenían piel morena. Su nivel de educación formal era limitada y, además, eran pobres. En definitiva, la antítesis del europeo tan idealizado en la utopía de algunos. En la actualidad, con el aumento de la inmigración boliviana y paraguaya, se exacerbó la intolerancia.
Son todos los mismos
Los herederos históricos de esta visión xenofóbica son los que insisten en defender, en Argentina, al anacrónico discurso de modernización europea de Sarmiento y la pureza racial de Alberdi. Son los que sienten cierta aprehensión por los «cabecitas negras”. Los que apoyan la repatriación forzada de bolivianos y paraguayos. Son, finalmente, los que cuando arriban a Estados Unidos no quieren ser latinos.
Lo que no entienden es que, todos los que vienen de países al sur del Río Grande son automáticamente latinos. Así es en la compleja ecuación racial , en la conciencia colectiva estadounidense. En vez de rechazar esta categoría etno-cultural que incluye a una variedad de subculturas y regiones de la inmensa América Latina, hay que aceptarla con entusiasmo porque ser latino en Estados Unidos es ser lo mejor de México y Argentina, lo mejor de Guatemala y Uruguay. Ser latino es ser el futuro de esta gran nación en donde ya somos más de 50 millones. Por eso, a pesar de lo que una minoría piense, los argentinos somos latinos.
Néstor M. Fantini es profesor de sociología en Rio Hondo College, en California.