Los trabajadores esenciales en nuestra economía son nuestra gente, nuestra comunidad, aquellos a quienes nos debemos, la gente de color, los inmigrantes, los pobres. Y aunque los gobiernos dependen de ellos, los siguen tratando como desechables. Como carne de cañón.
Es esencial y la deportan
Como esta mujer en el condado de Ventura, madre de tres ciudadanos estadounidenses y un chico amparado bajo el programa DACA. Es una trabajadora esencial, a saber: limpia habitaciones de un hotel que se dedica ahora a albergar a los homeless, bajo el certeramente llamado Project Roomkey.
Después de 20 años en que fue, consecutivamente, dada de alta por las autoridades de inmigración por razones humanitarias, es deportada. Jamás llegó tarde y mucho menos faltó a las citas anuales con Inmigración. Compró una casa y paga la hipoteca. Y es una trabajadora esencial. Igual la echan. Este es el quid de nuestra situación actual. Los trabajadores son esenciales, pero la atención es la misma. Nula o muy poca.
Como si no pasara nada
De Trump para abajo, pasando por gobernaciones republicanas y demócratas, el poder está en una afiebrada carrera por reactivar la economía y devolver a la gente al trabajo y al consumo como si no existiese la pandemia. Como si no pasara nada.
Esto genera espectáculos intolerables. Trump, como es Trump – con sus adictos – inventa una nueva realidad en donde el coronavirus ya fue vencido por un todopoderoso líder – él. No hay nada que temer, aseguran. Quien diga lo contrario – médicos, epidemiólogos, gente de sentido común – es demócrata, enemigo del pueblo, conspirador. A él. Los números se ocultan, se tergiversan, se desprecian.
Caemos por un barranco escarpado y tenebroso. Al final está el abismo donde nuestra sociedad hervirá si termina de caer.
No comenzó ahora: en marzo y abril Trump se negó a emitir órdenes ejecutivas a la industria para que, por ejemplo, reemplazara la fabricación de vehículos por la de aspiradores. Pero sí la emitió para que las procesadoras de carne en todo el país reabrieran sus puertas y reanudaran sus operaciones.
No fue contra la voluntad de los propietarios, sino por el contrario, acatando sus demandas. Pero fue en cambio contra la vida misma de los trabajadores. Hasta mediados de mayo, casi 50,000 de ellos han enfermado – incluyendo a 155 aquí, en la ciudad de Vernon, en la fábrica Farmer John – y más de 50 muertos.
Trabajan y son pobres
Muchos siguen trabajando, como quien firma, desde su casa, generando la edición y publicación de un diario todos los días, lo cual constituye de por sí un pequeño milagro. Pero las cajeras en los almacenes o quienes reparten a domicilio, no. Campesinos en el Valle Central de California, tampoco. Choferes de camiones en el puerto de Long Beach. Trabajadores de hoteles, de supermercados, de la limpieza, de la basura.
Viven en continuo temor de enfermar, de contraer el COVID-19. De ser atacados, golpeados o asesinados por pedirle a alguien que se coloque la máscara.
Y de ser deportados.
Son quienes aseguran nuestra supervivencia económica. Sí, también los doctores y las enfermeras, que dan además la supervivencia física. Pero me refiero a centenares de miles que trabajan y enferman y siguen pobres porque reciben salarios de pobreza. Son generalmente de las comunidades de color en general e inmigrantes en particular.
En los códigos postales más pobres en California vive la gente en mayores condiciones de hacinamiento. Y es ahí donde se concentran los casos del coronavirus. Más de seis millones de californianos viven en condiciones de alta densidad. De ellos, cuatro millones son trabajadores esenciales o viven con un trabajador esencial. A mayor densidad en una habitación, mayores probabilidades de enfermar.
En esos mismos la tasa de infección es el doble que la nacional.
Para ellos, enfermar es un lujo que no se pueden permitir.
Esenciales pero olvidados
Los trabajadores son esenciales pero olvidados, porque son los más pobres, los de color, los inmigrantes.
En HispanicLA hemos estado siguiendo de cerca y apoyando a los trabajadores esenciales, desde el comienzo de la crisis.
Y apoyando que los gobiernos se ocupen de ellos para proteger sus vidas, primero, y para recompensarlos por la labor que cumplen.
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