Se puede morir por una bandera en la guerra, pero también sin saber que se está en una guerra. Y eso fue lo que pasó exactamente el viernes 18 de agosto en la pacífica localidad de Cedar Glen, a 80 millas de Los Ángeles; cuando una californiana fue asesinada a balazos en su tienda de ropas. ¿La razón? Los comentarios despectivos que habría hecho un “cliente” sobre la bandera que colgaba en su local, el arcoíris del Orgullo Gay. Tras una airada respuesta de parte de la propietaria, el hombre abrió fuego y escapó, siendo ultimado horas después “en un encuentro de fuerza letal” por la policía, según declararon las autoridades.
La noticia sacudió no sólo los cimientos de la pequeña población sino que, como un terremoto con epicentro en el condado de San Bernardino, expandió su efecto hacia toda la comunidad LGBTQ+ de los Estados Unidos; la misma que en el mes de junio se había declarado “en estado de emergencia” producto de los constantes ataques a sus miembros en todo el país. “Se trata de una ola sin precedentes”, declararon desde Human Rights Campaign. Y la presidenta de la asociación, Kelley Robinson, dijo que “las amenazas a las que se enfrentan millones de personas en nuestra comunidad son reales, tangibles y peligrosas”.
Aliada incondicional
Laura Ann “Lauri” Carleton tenía 66 años y era madre de nueve hijos, producto de un matrimonio mixto. Además de diseñadora de ropas, llevaba adelante la tienda Mag.Pi. Y si bien no se identificó nunca como LGBTQ+, “abogaba por todos en la comunidad” según declaró la organización Lake Arrowhead LGBTQ+ en un comunicado, cuyas últimas palabras decían “la extrañaremos mucho”.
Por su parte, el director de Hollywood Paul Freig, rindió homenaje a Carleton, a quien llamó “una amiga maravillosa. Todos estamos devastados y apoyamos a su esposo Bort, su familia y la comunidad LGBTQ+, para quienes Lauri fue un verdadero aliado” escribió el cineasta en una publicación de Instagram. Y dijo que “esta intolerancia tiene que terminar. Cualquiera que use lenguaje de odio contra la comunidad LGBTQ+ tiene que darse cuenta que sus palabras importan, y que pueden inspirar violencia contra otras personas inocentes y amorosas. Sigamos todos adelante con tolerancia y amor”.
En sintonía con Freig, el gobernador del estado, Gavin Newsom, publicó en las redes sociales que “Esto es absolutamente horrible. Este odio repugnante no tiene cabida en California”.
La música del no-azar
Sin embargo, más allá del extrañísimo lugar del crimen y sus “razones” (ambas suelen darse, casi con exclusividad, en las grandes ciudades), los hechos acaecidos el pasado 18 de agosto no fueron fruto del azar. Muy por el contrario, el asesinato se suma a una lista de atentados sistemáticos (físicos, legislativos y culturales) denunciados por la comunidad LGBTQ+ a lo largo y a lo ancho del país. Y estos van desde la masacre perpetrada por un terrorista en una discoteca “gay” de Florida en 2016 (49 personas murieron y 53 resultaron heridas) a la de un hombre armado en un club “queer” de Colorado Springs en 2022, pasando por más de 70 proyectos legislativos aprobados y unos 500 “en carpeta” (todos, considerados anti LGBTQ+) y llegando a la prohibición de libros sobre género y raza en las bibliotecas escolares y universitarias. Esta “bibliografía”, denunciada por padres, activistas y legisladores, cuenta con más de 2500 títulos e incluye no sólo autores identificados con la temática “queer” como Maia Kobabe, sino también a la premio Nobel Toni Morrison.
Esta serie de “hitos”, teledirigidos como un misil de odio contra el corazón LGBTQ+ del país, decidieron a la Human Rights Campaign (la mayor organización de derechos humanos estadounidense defensora de la población sexualmente diversa) a declarar la emergencia en junio.
“Nuestra comunidad está al borde de una crisis de salud y de seguridad (…) Hay leyes impulsadas por un establecimiento republicano antiLGBTQ+, y grupos extremistas coordinados y bien financiados que insisten en tratar de controlar nuestras familias y vidas”, declaró Key Robinson, presidenta de la asociación. Y confirmó que “hemos declarado oficialmente un estado de emergencia para las personas LGBTQ+ en los Estados Unidos por primera vez, luego de un aumento peligroso y sin precedentes a la comunidad. Más de 75 proyectos de ley antiLGBTQ+ se han convertido en ley sólo este año, y más del doble el año pasado”.
Hay una guerra (hay una paz)
Pero volviendo a Laura Anne Carleton, sería injusto para su memoria describir nada más que el día de su muerte. Sería bueno hablar, también, del “día después”; cuando las puertas de la tienda Mag.Pi se convirtieron en una especie de santuario. Allí, miles de personas de la comunidad LGBTQ+ fue a rendirle su homenaje, y miles de ofrendas florales colapsaron la entrada. Y banderas y escarapelas colgaban en lo alto, como guirnaldas en el día de la independencia. Pero no como las banderas de que quien va a la guerra sino como las de quien celebra la paz, el cese del odio que se supo conseguir.
Leonard Cohen había escrito, hace 49 años ya, “There is a war”. Y allí cantaba: “Hay una guerra entre el rico y el pobre/ Hay una guerra entre el hombre y la mujer/ Hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra y los que dicen que no la hay/ Hay una guerra entre izquierda y derecha/ entre negro y blanco/ entre par e impar/ ¿Por qué no vienes a la guerra? Esto recién empieza”
Esta canción, que amén de una “invitación irónica” era (y sigue siendo) un fabuloso diagnóstico del mundo, no fue respondida por la comunidad LGBTQ+ con armas. “Porque si hay una guerra, pues nosotros no vamos a ir”, parecieran decir todos, acaso pidiendo con otra canción por una “oportunidad a la paz”. Y mientras eso pasa, las flores se amontonan en el negocio de Laure Ann Carleton y las banderas del orgullo se izan en todas partes del país. Como un arcoíris flameando en el oscuro cielo del odio.
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