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El odio y mi experiencia antisemita en Harlem

Nadie en su sano juicio puede dar por válido algo inventado hace 2,000 años y descargar su ira contra los descendientes de ese supuesto hecho

Columbia University me invitó  a una conferencia. Tome la dirección opuesta del subway, al salir a la calle no vi un rumbo que se asemejara a un barrio universitario. Le pregunté a una señora:

– ¿Columbia University?

– Usted no es de aquí, ¿verdad? Tenga cuidado, aquí es muy peligroso.

Después pasó un hombre muy bien vestido, le hice la misma pregunta y me dijo que lo acompañara.

Resulta que estábamos en medio de Harlem, la gente me veía con ojos de odio, hasta que con una patrulla a una cuadra, el me dijo: ahí está Columbia, y entonces entendí que ese hombre me había protegido.

El odio ancestral hacia el diferente

Cuando vivía en Jerusalén me hicieron una oferta para vivir en el barrio de Silwan, junto al Muro de los Lamentos. La renta era muy barata y el apartamento espacioso. El único problema era que el dueño vivía en el piso superior, solamente hablaba árabe y tenía restringida el agua. Se me hizo fácil remover el control y el agua se derramó. Él bajo a reclamar y solo entendí moya (agua). Fuera de eso el tiempo pasaba sin sobresaltos, hasta que durante la primera nevada me atacaron grupos de árabes, lo que me llevó a entender que mi período de convivencia con los árabes había terminado.

En los dos lugares yo pensaba, soy pacifista y simpatizo con las causas de ambos. ¿Por qué me atacan? Fue entonces cuando comprendí que me odiaban.

Me odiaban por ser diferente a ellos y por ser similar a aquellos a quienes sienten un aborrecimiento de larga data.

He estado tratando de entender esas señales de aversión y encono y no encuentro una razón lógica, a no ser por diferencias religiosas, sino un odio irracional.

La migración judía a Nueva York a principio del siglo XX, era socialista y de clase trabajadora. Fundaron algunos de los sindicatos más importantes y han apoyado a las causas de las minorías. Hoy sin embargo, las instalaciones judías en Estados Unidos deben estar resguardadas por guardias de seguridad.

La comunidad judía y sus aportes en los derechos civiles

Ni esperanzas que la izquierda idiota reconozca la contribución judía humanitaria y progresista. Desde formulaciones teóricas y literarias que abogan por la justicia hasta experimentos sociales como el kibutz o los desarrollos científicos en bien de la humanidad y que se han traducido en un número inusual de Premios Nobel.

Bajo una careta pseudo teórica de repudio a un aliado del imperialismo yanqui – una sobre simplificación ridícula –  esa izquierda extiende su odio a los judíos. Lo hace unida a una derecha frenética y neonazi, aunque lo vocalicen como anti Israel, anti Netaniahu, o anti sionista. Parte de esta realidad son los dichos imbéciles de Lula (Brasil) y Petro (Colombia) que comparan a los israelíes con los nazis, a la guerra contra Hamas como nazi.

En el terreno de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y el inicio de políticas de inclusión que buscaron enterrar el legado del esclavismo y la profunda discriminación racial, destaca la lucha de Martin Luther King. En su entorno cercano se contaban dos rabinos que además eran muy amigos suyos, Israel Dresner, conocido como «el rabino más arrestado en Estados Unidos» y Abraham Joshua Heschel, gran filósofo y activista que trabajaba con King en la defensa de los derechos humanos. King decía de él que “el rabino Heschel es una de las personas relevantes en todo momento, siempre con ideas proféticas.»

La alianza judeo-afro americano ayudó a promover y hacer efectiva la Ley de Derechos Civiles de 1964. Sin embargo, hoy el movimiento Black Lives Matter es profundamente judeófobo, sin entender que los judíos no fueron la causa de su esclavitud, ni del racismo en su contra. Los judíos comparten la desgracia de haber sido oprimidos y perseguidos. Pero su odio es más fuerte que el entendimiento y ya es muy difícil tender puentes de colaboración política con ellos hacia agendas progresistas como sucedió el siglo pasado. Muchos afroamericanos ejercen una discriminación contraria y odian todo lo “blanco”.

Hay quién sostiene que el giro de los afroamericanos se dio en las prisiones. Ellos representan el 12% de la población de Estados Unidos, pero constituyen el 40% de la población carcelaria. Se supone que ahí fue donde cayeron bajo la influencia musulmana.

El mayor mal de la humanidad

El odio puede responder a un agravio, a una elaboración religiosa (como el deicidio), a una situación histórica (despojo de México). El odio se considera irracional, porque al parecer nadie en su sano juicio puede dar por válido algo inventado hace 2,000 años y descargar su ira contra los descendientes de ese supuesto hecho.

El odio es una de las emociones humanas más poderosas. Ha causado y causa sufrimiento y dolor.  Aún cuándo hay llamados para frenar los sucesos masivos alimentados por el odio, estos se empecinan en sostenerse. Ya sea apuñalando a alguien, quitándoles los derechos a un grupo, hundiendo en la ignominia a otros y para qué seguir con el inventario de maldad derivado del odio.

Yehezkel Dror habla de la necesidad de la humanidad de luchar contra el mal mayor, pero tal vez habría que reconocer que detrás de ese mal se oculta el odio, cualquiera que sea su causa.

Samuel Schmidt

Investigador visitante en UT Austin. Chair, International Advisory Board for Immigration Studies. U.S.-Mexico Research Program. UCLA. Director asociado de la revista Araucaria. Director del semanario El Reto. Testigo experto en juicios de asilo político y para frenar deportación de mexicanos en Estados Unidos. Posdoctorado en Historia, University of California, Los Angeles. Doctor en Ciencias Política (UNAM). 35 libros publicados y más de 1,000 artículos. Traducido al inglés, francés e italiano. Pionero en varias áreas de investigación: análisis de redes políticas, estudios sobre humor político, democratización en México, temas fronterizos (agua, migración y seguridad) y sobre Crimen Autorizado.

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