Bajo la sombra del cerezo

Pienso que la amistad es la mejor manera de guarecernos de las sequías que generan las injusticias. Para eso cultivamos, para eso cuidamos la tierra de quienes la trabajan, para eso buscamos florecer

Es verano y Europa atraviesa los azotes de una crisis climática, avisada por los científicos pero ignorada por las empresas y los grandes intereses. Las altas temperaturas dejan un saldo importante de fallecidos y en Estados Unidos la sequía hace estragos.

Bajo el calor de los encuentros

En el área de la Bahía de San Francisco, California, desde hace años la escasez de lluvias es una constante.

Este sábado por la mañana, manejo hacia el sur de la carretera 101 para ir al encuentro con una amiga que vive en la ciudad de San José.

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El calor no es extremo pero igual le pido tomar un descanso bajo la sombra en la reserva natural de Los Gatos, cerca de la ciudad de Campbell, donde hemos ido para una caminata.

Wendy nació en New York. Aprendió sus primeras palabras en español cuando en su adolescencia se dedicó al trabajo activista para defender los derechos de los campesinos. Maestra de profesión, vivió también en México, donde su español tomó la forma de una herramienta fluida para su acercamiento con la gente del lugar.

Yo nací en la Argentina y aprendí a hablar fluidamente el inglés ya viviendo en Estados Unidos, cuando en el año 2001 mi hijo fue diagnosticado con autismo. Tuve que batallar con abogados y doctores para conseguir sus servicios en el campo de la educación especial.

La lucha nos impulsa a conquistas que quizás de otra manera nunca hubiéramos emprendido.

Las luchas unen

En los años setenta, las dictaduras militares, con apoyo cívico y eclesiástico, marcaron los destinos de nuestros pueblos.

En 1982, un incipiente y tambaleante retorno al sistema democrático se iba construyendo en Argentina. El pueblo se reorganizaba, después de una feroz dictadura que dejó más de 30,000 desaparecidos y miles de exiliados fuera y dentro del territorio nacional. El miedo era la norma que regía en las calles. Los encuentros políticos y sociales se realizaban de manera solapada, casi a escondidas. Igual la gente no dejó de reunirse.

En una vieja casa de calle Mitre al 1400, en la ciudad de Rosario de la que soy oriunda, el Centro de Estudios Sociales Rafael Barrett, se organizaba para dar charlas y contribuir a la formación de militantes sociales. Éramos un grupo de jóvenes ávidos e inexpertos, escuchando a militantes anarquistas, en su mayoría españoles que habían peleado activamente contra el franquismo español.

Afrontaban ahora la dictadura argentina como una extensión casi lógica de la derecha fascista.

En una de esas reuniones, se propuso hacer exposiciones sobre figuras importantes del activismo social mundial. Por sorteo, me tocó hablar de César Chávez. Yo desconocía todo sobre este líder sindical y para colmo de males, por la escasez de materiales circulantes sobre temas políticos en esos tiempos, el que conseguí para dar mi exposición estaba escrito en francés. Traduje como pude, usando mis escasos conocimientos del idioma aprendidos en la escuela secundaria.

Con muchísima timidez, hablé frente a mis compañeros, de la vida de Chavez, del boicot de la uvas y de la lucha campesina. Una lucha que me impresionó pero me resultó lejana y distante en un Estados Unidos que en mi imaginación de aquel entonces se reducía a Hollywood y Disneylandia.

Sólo un año después, en enero de 1983, Wendy viajó desde Estados Unidos a la Argentina por primera vez. Los militares estaban todavía en el poder y ella con la organización New Jewish Agenda, tenía como meta organizar una campaña para liberar a los presos políticos del régimen.

En su viaje, Wendy se informó sobre la situación de los derechos humanos en el país, del antisemitismo ejercido por los militares durante la represión y de las atrocidades cometidas.

Nuestras geografías se cruzaron sin saberlo y tardamos más de treinta años en darnos cuenta.

Un encuentro de geografías cruzadas

En 1989 otra crisis económica volvió a azotar la vida de los argentinos. Pasé a formar parte de ese grupo de personas que dejan su país buscando una manera de poder ganarse el pan de cada día. Me mudé a San Mateo, California, a menos de una hora de la ciudad de San José, donde había vivido César Chavez. A casi cuatro horas de Delano, donde se habían organizado los boicots de las uvas y las luchas campesinas.

Me di cuenta de esto, a los seis meses de habitar en mi nueva residencia, cuando escuché en una noticia de la televisión hispana, el nombre de César Chavez. “¡Este es el hombre que yo traduje del francés!», me dije asombrada.

Muchísimos años después conocí por un documental la vida de Dolores Huerta y la enorme tarea de la Unión de Campesinos por los derechos de los trabajadores del campo y la defensa de la vida, denunciando el uso de pesticidas.

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La vida nos lleva por caminos inesperados. Pero siempre la brújula de nuestros sueños va marcando el camino.

Wendy lleva toda una vida de activismo y esta amistad, que surgió espontáneamente en una reunión de amigos, me abre la puerta a una inmersión social tardía en esta sociedad que habito.

Llevo más de 35 años en California, pero mi activismo siempre ha estado relacionado íntimamente con la luchas de derechos humanos de mi país.

Para Wendy, la Argentina fue esa visita y esa campaña en los tempranos ochentas. Ahora su esfuerzo está puesto en la lucha por el planeta y en abogar por las causas ecológicas en plena conexión con la justicia social.

Bajo el cerezo del patio de su casa seguimos la charla que iniciamos durante la caminata.

“Realmente tuve temor al pasar por la cárcel de Devoto”, me confiesa Wendy al recordar su viaje a Argentina. “ La compañera que me llevaba me dijo que si los militares nos veían mirando la cárcel, nos llevarían presas”. Ese era el clima que se respiraba en el país.

De aquel viaje recuerda también su encuentro con las Madres de Plaza de Mayo y la emoción al recibir del padre de un preso político, cuatro rollos de film de fotos de militantes desaparecidos.

Esas fotos que trajo y reveló en California, fueron los rostros que acompañaron sus charlas en Estados Unidos, cuando denunciaba la violación de los derechos humanos por parte de la dictadura. Eran los lejanos tiempos de las diapositivas, mucho antes de los juicios de lesa humanidad.

La amistad con Wendy me llena de entusiasmo. Una renovada fe en la lucha que todos deberíamos ejercer, el respeto por la vida. La dignidad de habitar sin dañar a nadie en este planeta que es nuestro hogar.

Nos intercambiamos nombres de libros y ella me invita a una reunión virtual por los derechos del planeta. Nuestras geografías, cruzadas por las circunstancias de la vidas y las casualidades, se han encontrado.

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“Creo que estamos haciendo una linda amistad”, me dice. Yo miro el cerezo que nos cobija bajo su sombra y pienso que tiene razón. Pienso que la amistad es la mejor manera de guarecernos de las sequías que generan las injusticias. Para eso cultivamos, para eso cuidamos la tierra de quienes la trabajan, para eso buscamos florecer.

Nota: Wendy Greenfield fue docente en la educación pública y activista social en el movimiento campesino. Actualmente se desempeña como defensora de los derechos por el pueblo palestino y es activista en la crisis climática y la justicia social.

Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Autor

  • Adriana es educadora en el Distrito de San Carlos, California.Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario. Madre de Dante, un joven autista de 23 años, Adriana disfruta en escribir crónicas diarias, que ella ha titulado "Fotos con palabras". Sus textos pueden verse en Facebook. También ha publicado en las revistas Urbanave y en Brando, del Diario Nación y Página 12 Rosario.

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