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Fecha de Vencimiento, seis poemas de Gabriel Lerner

Soy como los poemas que escribo
o los que sueño
nacido de una minúscula chispa
en las estrellas
una mirada fugaz
un amor enardecido
acallado por el oleaje
de un millón de otros amores simultáneos
el crujido crepitante de otras chispas
que estallan al  unísono
entre bancos de arena
mujeres estancadas
faros que se apagan cada noche.

Estoy al volante de un escarabajo
que se desbarranca cada día
traga arena
se mece al azar
patalea como si riera
a veces se desboca
y tengo que manatiarlo
otras me permite
y es entonces cuando escribo.

Y el crítico que me monta flota
ajeno a mis espaldas de insecto
me cepilla y yo le cuento lo que veo.

En el frasco de mis poemas
hay un expediente
la fecha de vencimiento dice mañana
en cualquier momento se detendrán
boquiabiertos
acabados exánimes
porque se agotó el fluido de la energía
y no les queda más que agua

y su línea de flotación es ya vaga
y se desdibuja contra el horizonte
atormentada porque le falta coherencia
y en la desolada pérdida de estilo y solidez.

 

2. Los hombres que soy

Enternecido por mis propios desvelos
desventuras
me doblo
me vengo obediente
giro acorde con el firmamento
que alguna vez fue de cerezos y aguas lilas
y hoy contiene tus ojos achinados
por el deseo y el esfuerzo

y a veces soy un montón de hombres
o de pensamientos
que duermen acosados
se agitan sin aparente causa
como tallos podridos
por el eco de la miseria
bajo la luz de la luna seca y tuerta
en el estiércol
en donde sea posible habitar la vida
o al menos esperarla mientras  todo cambia

soy un montón de hombres previstos        inocentes
varones de barro
seres traslúcidos
soldados de papel
que cruzan el pantano
y que no se manchan
sus manos resbalan
no aguantan la pendiente
tropiezan
apresuran el paso y aligeran la carga
porque huyen delante
de perros famélicos
y de otros hombres
solos espantados inútiles sin aliento    insomnes
vacíos como el viento que los crea.

Ellos son como yo
quienquiera que yo haya sido
si tu versión de turrón y otras mentiras
o yo ese cuento maravilloso
que se contaba mi madre
o la criatura plena
que se sienta contigo a la mesa
se duerme a jirones después de amarte
todos son como el triste consuelo
que resulta a la larga ser hombre
tibios blandos cansados
demasiado pobres como para incurrir
en los beneficios y conveniencias
del ser vivo
eso es inherente a la gente de mi raza
que tengan
el blanco del ojo brillante
la cabeza agachada
por el peso de la culpa
el ceño fruncido
y la mirada definitiva y triste
en su semblante de cera.

 

3. El fondo calmo de las trizas

En el suelo quedan    deshojados
sin usar mi toga de estudiante,
mi habilidad de emisario hermano y carne
la ponencia cancelada
ante un aula de jazmines
el reflejo de una barca que partió
sin llevarme al otro lado
desde donde se oye
esa respiración pesada y calma y tiernísima
de los niños dormidos a pleno sol.

Queda un remanso allí donde estuve
cuyas aguas redondas
no son cristalinas ni puras
ni siquiera son agua
sino que crecen desafiantes
desde un ámbito negro
que pertenece al recuerdo
como un trampolín abandonado
donde nadie salta ni disfruta
o un trompo que gira solo
para no olvidarse
de que existe girando
sin usar
como mi medalla herrumbre de soldado
y en el fondo calmo de las trizas
un instante de silencio
hecho añicos en la playa.

 

4. Las murallas del sopor

Los hombres como yo
no se pueden preocupar por la competencia
no miden su altura ni su elegancia
ni el tamaño de su miembro
ni siquiera comparan
su capacidad para enamorarte
sino que visten la ropa que para ellos elegiste
caminan porque van caminando.

Te aman porque amarte
es como si respiraran
tan propio y sobreentendido que asombra
quieren apuntalar las murallas del sopor.

Pero no saben correr
descalzos sobre las rocas
con sus gélidos pies de sílice
ni atravesar el wadi volando
o simplemente saltar los cercos
seguido por la metralla
ni llorar de alegría
Son prolíficos arquitectos prolijos condescendientes amables

todos creciditos santurrones
desinflados de jolgorio y borracheras
de cuando jugaban a jugar
que eran grandes.

 

5. Mi toalla de navegante

Asumiendo que ahora salgo de la deriva
que ya tengo trabajo y que pago las cuentas
o compro mi propio alimento
duermo en la misma cama cada noche
que ya es mía mi toalla de navegante
que no he roto aún mi nueva vasija de lodo
que mi estómago acumula
una larga semana de ausencias
que tengo el lomo barrido de cardos frescos
y esperanzas de unas merecidas
vacaciones que mi alma pide a gritos
me preparo para ajustar
los cinco relojes de mi casa
vuelvo el tiempo atrás
en hábil maniobra de serpiente
chupo semillas al tiempo
para que dure y se estire
porque es materia conocida
fibra y poros y hierbas dulces
y para vivirte
gozarte
practico una incisión de cirujano
en la costra que me contiene
y el rocío se condensa entonces
sobre mi piel cremosa granulada y casi tibia.

Pero el tiempo no es abierto ni responde
ni la razón ni la vista responden
aunque traiga de testigos a este claro
costillas buenas de padre abnegado
un canto salvaje de cuando yo era hoguera
la historia de una espiguita alegre
en el matorral más alto

o la internacional manera de hacer justicia.

 

6. El escarabajo que monto

Los días transcurren distinto
y mi cara es más larga que antes
así de viejo se clausura el castillo
qué dirán otras nubes cuando me vean
con sus breves vidrios quebrados en la mano
surcando un camino sin placer
que se enrosca y se equivoca
a partir de mi concepción de fósforo.

Qué diría mi compañero
tragado por su cuello
ahogado en la dulce necedad
de los que no tomaron prisioneros
cuando adivine que lo notorio de la infancia
igual se había perdido
que él no trascendió
en la curva del abismo
y que igual hubiese muerto.

Hasta aquí la transitoriedad de mi inquilino
esqueleto de causas
amuleto del otro
aquel que me habita y que ya no paga
aunque ya pasó la fecha de vencimiento.

Hasta aquí llega el escarabajo que monto
el que me escribe
y yo vuelvo a ti
todavía todavía todavía
las manos colmadas de miel y de testigos
mis poemas estancados en la arena
el intestino volcado en aquel gesto
desconsolador que aborreces

o el sexo pegado
a un deseo verde
y aún por
germinar.

Courtleigh Drive

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