Pequeñas bocas de arena, un poema de Masiel Monserrat Corona
Para los niños migrantes no acompañados

Para todas las pequeñas voces: fuerza y valentía
La Oficina de Aduana y Protección Fronteriza (CBP)
informó que 140,000 menores indocumentados
no acompañados ingresaron a Estados Unidos
durante el periodo fiscal 2023.
I
Al borde,
siempre al borde,
habrá más niños.
Pequeños cuerpos apilándose a lo ancho.
Es inevitable
no observar sus ojos.
Al llegar, su mirada siempre duda.
Sus voces han quedado marcadas
en cada mesa,
en cada pasillo.
En Navojoa está enterrado mi papa,
este año no podré llevarle flores.
María llora antes del almuerzo,
se cubre el rostro y la boca con sus manos.
Moldea animales extraños, dibuja bosques.
En Guatemala,
me levantaba temprano para hacer tortillas.
Juan escribe mensajes en las cajas de comida:
¿Se escribe así?
[Helo helm me please].
¿Por qué escribes eso, Juan?
No lo sé…
(Después, silenciosamente, se levanta
y las tira a la basura).
José murmura, ya no quiere guardar silencio:
Aquí engañan,
el abogado nos hizo firmar unos papeles.
Al norte de California, su abuela lo espera,
al igual que a su pequeño primo.
Al borde, siempre habrá más voces,
más cuerpos apilándose a lo ancho.
II
Afuera y adentro siempre es de noche.
A pesar de todo,
sus ojos brillan como insectos dorados.
Pronto iremos a casa,
–dicen sus voces–
En las paredes manchadas,
la sombra de cada niño.
Los peces que forman con sus manos,
trazan el camino sin regreso.
Sus nombres se confunden.
Al borde de las hojas,
las sílabas caen decapitadas.
Desearía nombrarlos a todos,
nombrar a los más silenciosos.
Francisco habla kaqchikel,
y hoy aprendió a escribir los números.
Aylin no sabe las vocales, y le duele una muela.
Santiago ve estufas y personas detrás de las puertas.
Canta todos los días.
Daniela lleva mucho tiempo con nosotros.
Su madre, en silla de ruedas, la visita los jueves.
Los niños toman mi mano, me abrazan.
Sé que juntos iremos a disipar las tinieblas.
Cierro los ojos, desaparecen los muros,
me hundo en sus voces,
me hundo en las letras pronunciadas por cada boca.
Los niños forman serpientes con sus manos,
todos cambiamos, transformamos el lenguaje.
III
Entre yo y los espejos,
voces, un río de bocas abiertas.
Sus ojos, huracanes incontenibles.
Abrazados a mis piernas,
dos niños de Angola encuentran refugio.
Mientras ellos inventan sonidos,
yo escribo en contra del miedo,
yo escribo en contra del hambre.
Observo cómo Ian, de tres años,
se dibuja círculos en el estómago y sonríe.
Todos tenemos voces extrañas.
Cantamos, balbuceamos,
los niños ladran, tienen pesadillas.
Los niños pintan dinosaurios en su equipaje,
juegan a ser helicópteros,
abren sus brazos y giran lentamente hasta caer.
Desde este lugar profundo canto,
Graciela no puede volver a casa,
recita Salmos 91:
no temerás el terror nocturno,
con sus plumas [él] te cubrirá.
Graciela llora al final del pasillo,
Graciela no puede volver a casa.
Los niños desatan hilos invisibles.
Las fronteras cortan directamente el corazón.
¿Cómo te llamas?
Yaneli no sabe escribir su nombre,
desde hace tiempo escribe Yamii.
Los niños me abrazan buscando consuelo.
A ti te quiero como a mi madre.
Sus bocas son pequeños desiertos,
pequeñas luces detrás de puertas cerradas.