Uno de los conceptos más importantes en muchas ciencias es el de indicadores vitales. En términos de las condiciones económicas y sociales de un país, estos indicadores fundamentales se centran en estos aspectos: tasas de crecimiento económico; inflación; desempleo; pobreza total y pobreza extrema o indigencia; e índices de competitividad y transparencia.
Inflación, deflación y las coyunturas
En ese contexto de indicadores vitales tenemos la apreciación rápida de las condiciones productivas y de rasgos fundamentales de una sociedad. Sólo con estos datos no podemos ver, ni mucho menos, la dinámica subyacente del acontecer social total, pero sí, nos permite tomarle el pulso a la coyuntura, además de las tendencias que ofrecen variables que son muy importantes para cualquier país.
En el caso de la inflación entendemos que la misma es una elevación generalizada de precios de los bienes y servicios de una sociedad. Como se ha reconocido muchas veces, se trata del peor impuesto que se puede pagar, afectando con mayor intensidad a los grupos más vulnerables, los más pobres, los asalariados, las clases pasivas y quienes tiene que vivir con la liquidez del día a día.
Cuando se presenta un fenómeno inflacionario importante pierden quienes tienen el circulante, de allí que muchos agentes tratan de resguardar el poder adquisitivo de su dinero en “nichos o bienes refugio”, tal el caso de bienes inmuebles, joyería, inversiones no perecederas, compra de moneda “dura”. En esto de localizar los “refugios” se trata de que los mismos sean fáciles de monetizar, por ello la preferencia por monedas duras, tales los casos de la compra de dólares o euros.
También se puede presentar el fenómeno opuesto a la inflación: la deflación. En este caso la situación generalizada es a la baja en el nivel de precios. Algo que se constituye en un indicador de lo que pueden ser drásticos problemas económicos del país y que de entrada desestimula la producción de los mercados internos.
Privilegiar la estabilidad o apostar al desastre
Con base en datos recientemente publicados por la Comisión Económica de América Latina y el Caribe, para 2023, vemos que la embestida de la inflación en los mercados de la región ha estado –en general- bastante controlada. Se puede percibir en muchos países la prudencia del manejo macroeconómico que ha privilegiado la estabilidad, más que el crecimiento de las economías y con ello la creación de oportunidades por la vía del empleo productivo.
En Centroamérica, por ejemplo, incluso se reporta un caso de deflación. Es el de Costa Rica que evidencia una contracción generalizada de precios de 2.2%. Algo que, en el otro extremo, se aparta de las temibles condiciones de estanflación. Este último fenómeno se presenta cuando existe alta inflación y alto nivel de desempleo. Estos casos extremos estanflacionarios se están haciendo evidentes en la Venezuela de Nicolás Maduro (Infl. de 318%) y en la Argentina de Javier Milei (138% de Infl.)
Como se sabe el caso Milei desde Buenos Aires, a dos meses de haber tomado posesión, ha sido capaz de generar un superávit fiscal de un poco más de 600 millones de dólares. Algo alentador para los acreedores de finanzas internacionales de Argentina. Pero no todo sale de gratis, en el otro extremo, la inflación en el país austral ha pasado de un promedio mensual 2023 de 10%, a 40% que fue el total de inflación al sumar los datos de diciembre y enero pasados. Todos esperamos que los costos sean compensados por una condición por fin estable en la economía argentina.
En el caso de Venezuela la situación aparece como crecientemente complicada, no sólo en el ámbito económico, sino también lo político. En la producción es totalmente el desquicio que este país –un día la potencia petrolera de Latinoamérica- haya contraído un 82% su total de producción, producto interno bruto (PIB), en los pasados 12 años.
Estas circunstancias desbaratan todo pronóstico, toda estructura mínima de empleo y oportunidades para la población. En lo político tampoco se vislumbra salida, desde la calificación de ilegal para la candidata opositora María Corina Machado.
Los desafíos, cuando la deuda continúa
Otros datos también provenientes de Centroamérica dan cuenta que tres países en términos relativos presentan los índices de inflación más altos: Nicaragua, Honduras y Guatemala -6.5%, 6.1%, y 4.7%- coincidentemente estas naciones son las de mayor retraso en la subregión, acercándose sus valores a Haití y Venezuela. En particular en Guatemala, una vez superada la crisis política sin precedentes que conllevó la elección presidencial de 2023, se esperaría que la economía del país se encauzara por derroteros más estables.
Brasil tampoco tiene bajos los niveles de inflación. Cerró con 5% el año 2023, un dato muy cercano al de México 4.5%. Colombia cierra con un valor también que es alto, 11%; Chile y Perú tuvieron este indicador en 5% para el año pasado.
Latinoamérica y el Caribe no tienen en la actualidad las cifras extraordinariamente altas de inflación de los años ochenta. Desde luego que no. Sin embargo la deuda continúa creciendo y los programas de ajuste, además de los tipos de cambio y la estructura de las importaciones son factores que deben evaluarse constantemente para mantener estables las condiciones de precios y la competitividad de los diferentes países.