Madrid, España – Migrar es un verbo complejo.
Yo migro, tú migras, él migra… todos migramos. No es el mero desplazamiento de un cuerpo ni la búsqueda incansable de una frontera que burlar, no, no es así.
Migrar es mucho más complicado, es la mezcla de la necesidad con la percepción, la seguridad y el proselitismo, la voluntad y la ignorancia. Nos da miedo migrar y que “nos migren”.
Existe una brecha entre ellos y nosotros. Ellos son los que llegan, los que no se “adaptan”, los que invaden y se apoderan. Nosotros somos los pobrecitos que estamos, las víctimas, los obligados a dar y mantener y los que son forzados a aceptar algo que se piensa no natural.
La amenaza y el muro
Entendemos la migración a través de la distorsión de la historia, la miopía de los gobiernos y la sordera del mismo pueblo. Ellos se convierten en la amenaza y nosotros en el muro. Somos la frontera más cruel y despiadada. Somos justo lo que el presidente Trump se saborea en la Oficina Oval.
Mientras somos “nosotros”, nos da pavor que “nos migren”, es decir, que nos invadan y nos reconquisten. Nos dejamos manipular –o seducir- por los titulares de una aterradora crisis en la frontera, oleada de migrantes y la avalancha humana. Atraen, asustan, venden. Nos lo creemos todo, así, por flojos y cómodos. No sacamos cuentas.
No nos damos cuenta que solo el 3.3% de la población mundial migra, es decir, menos de 250 millones de personas en un globo terráqueo sobrepoblado hasta los dientes.
Nos cuesta mucho entender que la migración es un fenómeno… hasta que somos obligados a sacar las raíces al aire y buscar otra tierra fértil. Ese día nos convertimos en la capa más baja de la sociedad. Los que llegaron antes nos ven también como invasores, a pesar de que -gracias a nuestro arribo- ellos subieron de categoría.
La migración humana
Ese día que migramos nos convertimos en “ellos”.
Después llegarán otros y volveremos a ser “nosotros”. Siempre llegan y siempre se van. Ese día, quizá, entendamos la migración desde una perspectiva diferente: la real, la humana, la contradictoria; ese día, tal vez, no nos dejaremos embaucar por los discursos de aquellos que nunca han sentido la necesidad de irse o escapar y los refutaremos.
Ese momento nos definirá como ser y sociedad.
Pero tenemos una mala memoria convenenciera. Olvidamos rápido y juzgamos pronto. Cuando dejamos de andar cuesta arriba, soltamos el cuerpo y no volteamos atrás. No nos conviene. A nadie le gusta recordar el miedo, la miseria, la pobreza o la necesidad del migrante. No nos gusta ser “ellos”; nos sacudimos la etiqueta de migrantes en cuanto podemos y fingimos que no hay más. Reiniciamos el ciclo y repetimos la historia: Nosotros y ellos; ellos y nosotros.
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Migrar es un verbo que vemos y sentimos siempre ajeno, que conjugamos siempre en tercera persona, que no alcanzamos a entender ni abrazar. Quizá por eso condenamos a tantos; tal vez por eso olvidamos que un día también uno de los nuestros o uno mismo fue “ellos”.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.