Primera parte
En estos días, después de cuarenta años sin acuerdo en el Congreso, sin reforma migratoria y sin solución a la vista, no existe el debate migratorio. Lo que hay es una pelea a gritos en el contexto electoral, donde las partes están parapetadas y con algodón en los oidos.
El extremismo llega al poder
La explotación de los temores del sector MAGA, populista, blanco y masculino del partido Republicano, por perder la supremacía histórica – en 2045 este sector dejará de ser mayoría – , llega en estos momentos al paroxismo. Donald Trump, el próximo candidato a la reelección presidencial si no el próximo presidente, afianza su enorme ventaja en las encuestas internas exacerbando la retórica anti inmigrante en general y anti latina en particular, utilizando fórmulas y vocabularios tomados de Adolf Hitler, específicamente que los inmigrantes “envenenan la sangre” de la nación.
Quien tome a la ligera sus expresiones juega con fuego. Trump tiene un plan preparado por sus asesores que repite en cada “rally” o mitín multitudinario y que causa más enojo, más entusiasmo; los papeles que podrían explicar algo se traspapelar, y las imágenes que nos harían entender están fuera de foco. No se entiende nada.
Volvamos entonces a los hechos.
Un país de inmigrantes, no para inmigrantes
La población de Estados Unidos está, en su enorme mayoría, compuesta de inmigrantes y sus descendientes directos. Si hay uno que merece ser llamado país de inmigrantes, es este. Entre 1783 y 2019 entraron, bajo diversos regímenes migratorios, 86 millones de personas. No existe otro ejemplo en la historia humana de una ola tan grande de inmigración a un solo país y en un período tan breve.
Pero por lo general los nuevos inmigrantes que se iban agregando al núcleo inicial fueron tratados mal o directamente rechazados. Y también por lo general, se asimilaron y absorbieron con el resto de la población; si no ellos, sus descendientes. Y finalmente, también, por lo general, formaron parte del corro que a su vez denigraba, o sospechaba, o despreciaba, o rechazaba a su vez a los más nuevos.
Los sirvientes esclavizados
Cuando esto era todavía una colonia de la corona inglesa, miles de jóvenes entre 15 y 25 años provenientes de Inglaterra vinieron como indentured servants; sirvientes o esclavos bajo contrato. Sirvientes, porque habían firmado con libre albedrío a cambio del pasaje, para trabajar por períodos que fluctuaban entre cuatro y siete años, después de los cuales recuperarían la libertad. Y esclavos, porque en ese lapso hacían trabajo de esclavos en las colonias de Chesapeake . No cobraban salario, sino que se les proporcionaba refugio y comida. Fueron quienes con su labor semigratuita posibilitaron la creación de la industria del tabaco. Entre 1650 y 1775, fueron unos 300,000, además de entre 50,000 y 120,000 prisioneros sacados de las cárceles europeas para cumplir aquí su condena.
La esclavitud: una mancha indeleble
Más conocida es la historia de los 12.5 millones de seres humanos que fueron cazados en África entre 1525 y 1866 (dos millones murieron en el viaje), encadenados y vendidos aquí como esclavos, una vergüenza que necesitó una sangrienta guerra civil para extirpar y cuyos descendientes aún no han sido indemnizados.
Los esclavos africanos reemplazaron rápidamente a los indentured servants. Tenían, para sus propietarios, varias ventajas: su período de trabajo no estaba limitado, era de por vida y la vida de sus descendientes, y «gracias» al color de la piel, los fugitivos entre ellos eran fácilmente detectados y vueltos a atrapar.
Fue bueno para el país. Los esclavos construyeron las primeras infraestructuras del país y produjeron productos lucrativos como el algodón y el tabaco, según el Center for Law and Social Policy. Después de la emancipación, siguieron contribuyendo en la agricultura y la industria. ¿En cuánto? No se sabe: recién en 1972 se recopilaron estadísticas que diferenciaban al trabajo de la comunidad afroamericana. También fueron pioneros en la salida al trabajo de las mujeres, que era del 50% ya en 1870 contra 13% de las mujeres blancas en aquellos días. Un trabajo que por la discriminación impune, no les ayudó a salir de la pobreza.
Escribe Catalina Saraiva en Bloomberg: «El valor económico de los cuatro millones de esclavos en 1860 era, en promedio, 1.000 dólares por persona, o alrededor de 4,000 millones de dólares en total. Eso era más de lo que valían todos los bancos, ferrocarriles y fábricas de Estados Unidos en aquel momento.
Las fluctuaciones en el trato de los migrantes a lo largo de los años se manifestaron en la relación hacia inmigrantes de países específicos. Estos son algunos ejemplos característicos.
La discriminación de los chinos
La inmigración de la China comenzó entre 1848 y 1853 cuando unos 20,000 viajaron al oeste del país para trabajar en la industria creada por la fiebre del oro y en como obreros agrícolas. El esfuerzo de los trabajadores chinos fue además crítico en la construcción del ferrocarril transcontinental. Entre 1863 y 1869 se contrataron para ello unos 15,000 trabajadores. Y al término de la Guerra Civil en 1865, miles de ellos fueron al Sur para trabajar en las plantaciones donde estaban reemplazando a esclavos libertos negros.
Para 1880 ya eran 300,000, el 10% de la población de California. Ya en aquel entonces tenían prohibido casarse con mujeres blancas y no se permitía la inmigración de mujeres chinas con la excepción de las esposas de comerciantes y las prostitutas, de las cuales el censo de 1870 reconoció a unas 2,000 del total de 3,500 mujeres en California. El camino a la ciudadanía les estaba cerrado, aunque sus pocos hijos nacidos aquí sí eran reconocidos como ciudadanos.
La Ley de Exclusión China de 1882 fue la primera ley importante que restringió la inmigración de un grupo étnico o nacional a los Estados Unidos. La ley prohibió a los trabajadores chinos emigrar a Estados Unidos durante 10 años. La discriminación y diversas limitaciones continuaron hasta que con el ingreso de EE.UU. en 1942 a la Segunda Guerra Mundial China se convirtió en aliado contra Japón. La inmigración china a Estados Unidos fue permitida nuevamente al año siguiente mediante la llamada la Ley Magnuson.
El rechazo de los japoneses
La inmigración de Japón, se benefició de la exclusión de los chinos. Decenas de miles de japoneses reemplazaron a estos en la costa oeste. Entre 1901 y 1908 entraron unos 125,000. Trabajaron en agricultura en California. Más del 80% eran varones. La presión racista hizo que el presidente Teddy Roosevelt negociase el Acuerdo de los Gentlemen, por el cual Japón dejó de emitir pasaportes para viajar a EE.UU. Se permitió sin embargo la inmigración de las esposas de quienes ya eran residentes. A partir de la ley de inmigración de 1924 se cerraron totalmente las puertas para inmigrantes japoneses.
Como sabemos, los japoneses americanos y japoneses en la costa oeste fueron enviados a campos de concentración durante la guerra contra Japón. Al mismo tiempo miles de ellos se enrolaron voluntariamente en las Fuerzas Armadas y participaron en la guerra. De hecho, el Regimiento 442 con su batallón de infantería 100 es la unidad más condecorada en toda la historia militar de Estados Unidos.
Recién en 1952 una nueva ley les abrió el camino a la ciudadanía.
La actitud hacia los judíos
Los antisemitas de hoy, los tradicionales de extrema derecha, los más nuevos de izquierda, consideran a la comunidad judía estadounidense como privilegiada. En la opinión pública son generalmente concebidos como blancos. Pero ese es un fenómeno nuevo, y por lo que parece en este diciembre de 2023, posiblemente efímero.
En los meses y años previos a su intervención en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos rechazó a miles de refugiados judíos de la persecución nazi,. Una persecución que con su saña asesina ponía en peligro sus vidas como la comunidad más perseguida. Los enviaron de vuelta a Europa – donde una parte de ellos fueron masacrados – porque habían superado la cuota destinada a la emigración desde Alemania o Austria.
En virtud de esa cuota, entre marzo de 1938 y octubre de 1941, que es cuando los nazis prohibieron finalmente la salida de judíos de sus fronteras, más de 100,000 refugiados judíos de Alemania alcanzaron a entrar a Estados Unidos con visas.
El rechazo de inmigrantes adicionales se hizo bajo diversas excusas y con el apoyo del presidente Roosevelt, aprovechando que uno de los refugiados, Herbert Karl Friedrich Bahr, resultó ser un espía nazi. Fue condenado a cadena perpetua. Su caso desató una fiebre antiinmigrante en general y antijudía en particular a la que el Congreso hizo eco al prohibir el ingreso de personas que tuviesen familiares directos en Alemania.
En febrero de 1939 el Congreso rechazó una moción bipartidaria que hubiera abierto las puertas del país a 20,000 refugiados alemanes, judíos, niños de menos de 14 años.
Cuando la guerra estalló el 1 de septiembre de aquel año, frente a una cuota de 27,370 solicitantes de visa entre austríacos y alemanes, se acumulaba una lista de más de 300,000 peticiones.
El año anterior, EE.UU. había convocado a una conferencia internacional para disuadir a otros países de cerrar sus fronteras y convencerlos a que aumentaran sus cuotas. Pero aquí, esta no se modificó, y salvo algunos casos, como los 13,000 ciudadanos alemanes judíos que se encontraban en el país al inicio de la guerra y que pudieron quedarse, las fronteras estaban virtualmente cerradas para los judíos.
Lamentablemente, esa actitud tenía el apoyo de la mayoría de los estadounidenses.
Conclusión
En varias etapas de nuestra historia hubo una ventana, sí, de fronteras abiertas, porque el país estaba en plena industrialización y requería de mano de obra libre, de gente que podía vender su trabajo a distintos patrones y diversas circunstancias. Esa apertura abarcó, inicialmente, a quienes eran catalogados como blancos y que venían de Inglaterra, Francia, Países Bajos o Escandinavia. Irlandeses, italianos, judíos, polacos y otros no eran considerados blancos y tuvieron que superar otros escollos para finalmente llegar.
El tema de quién era considerado blanco fue crucial en nuestra historia. Sigue siéndolo, pero camuflado detrás de pretensiones democráticas. Por muchos años la discriminación fue abierta y la clasificación, imprecisa. En 1880, 1889, 1890 y 1894, la Suprema Corte aclaró: las personas que eran mitad blancas y mitad nativas americanas, hawaianas, chinas o birmanas no eran blancas. Tampoco los árabes eran blancos. Sin embargo la inmigración de múltiples países seguía creciendo.
Para 1924 eso fue demasiado, y la Ley de Inmigración de aquel año limitó el número de inmigrantes a los que se permitía la entrada a los Estados Unidos al 2% del número de personas de cada nacionalidad según el censo de 1890 (!).
Cuarenta años después, la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965 reemplazó el sistema de cuotas de origen nacional por otro, basado en las habilidades de los inmigrantes para llevar a cabo tareas demandadas en el país, por un lado, y en las relaciones familiares con ciudadanos o residentes estadounidenses. Una vez más, favorecía a personas de la misma procedencia que los que ya vivían aquí, con el objetivo de favorecer a los blancos.
La Ley de Control y Reforma Migratoria de 1986, firmada por Ronald Reagan, prohibió dar empleo a indocumentados e hizo responsable de ello a los empleadores, bajo la esperanza de guardar esos empleos a los estadounidenses.
Como regla, los inmigrantes produjeron para la economía estadounidense más de lo que percibieron. Su contribución no fue reconocida.
En cambio, las leyes migratorias reflejaron cambios bruscos, de cambiar por no cambiar nada, por preservar el carácter inicial de Estados Unidos y su sistema económico. Una confrontación que se magnificaría en el trato de los inmigrantes latinos, como veremos en la segunda parte.
(Lee la segunda parte: los latinos)
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.