El panorama político en Estados Unidos

A estas alturas, a fines de febrero de 2023, se hacen evidentes las repercusiones y los efectos políticos derivados de las elecciones de medio término de noviembre pasado. Quizá el desastre no fue tan mayúsculo como se había esperado en contra de los demócratas, lo cual constituye para ellos cierta dosis de consuelo.

Sin embargo, uno de los resultados más notables es que los republicanos -aún con estrecho margen- tienen el control de la Cámara de Representantes.

Un margen favorable que no alcanza

En el Senado, los demócratas se habían hecho de un escaño adicional, pero luego vino el “transfuguismo” y tuvieron una deserción. Con ello, la cámara alta continúa estando estrictamente dividida, con lo que es crucial el voto de la vicepresidenta Kamala Harris, quien preside esa instancia parlamentaria. Es ese voto el que asegura victoria para el partido oficial al momento de cualquier empate. Los demócratas se salvan, pero por el mínimo margen.

Desde una perspectiva genérica e histórica, es normal en la política estadounidense que el partido que ocupa la Casa Blanca pierda escaños en la elección de medio término presidencial. En el caso de Obama, los demócratas perdieron 63 puestos en el Congreso; 54, cuando el presidente era Bill Clinton; y 41 escaños fue el monto de la pérdida de 2018 cuando Trump encabezaba el poder Ejecutivo.

Los indicadores hablan de una aprobación del 40 % para el Presidente Biden.

Las cosas ahora no resultan fáciles para los demócratas. De eso dan cuenta indicadores tales como reconocer que la aprobación del Presidente Biden es de 40%, con impactos constantes y por momentos crecientes en cuanto a elevación generalizada de precios en todo el país, en particular en combustibles. A eso se agrega que, de conformidad con datos recientes, cerca de un 65% de la población opina que la nación se desliza por una ruta equivocada. Esto se debe en lo esencial a factores internos, aunque el desgaste de la guerra Rusia-Ucrania también se hace sentir.

Medidas inmediatas

En Estados Unidos las condiciones de contexto en cuanto a formación política y educación, formación en general, además de los actuales sistemas de comunicación favorecen el pragmatismo político. De allí, que se busquen soluciones más bien inmediatas, sin que exista mucha previsión en cuanto a que esas medidas no deben ser los principales obstáculos en plazos medios o de largo alcance.

Ese pragmatismo y otras condicionantes del contexto político hacen que los dos partidos dominantes posean una dinámica tal que “castigan” a los partidos minoritarios. Para que un tercer partido logre ser importante en la arena política estadounidense se requiere de una cantidad extraordinariamente grande de votos. Recuérdese al respecto, cómo Ross Perot (1930-2019) logró casi un 19% de votos en la elección presidencial de 1992 y la agrupación política que lo respaldaba no pudo colocar a ningún parlamentario.

Esta situación contrasta, especialmente con los regímenes parlamentarios europeos. En ellos los partidos minoritarios pueden acceder con relativa mayor facilidad a representación política, aunque a partir de ello es que muchas veces se han tenido que establecer complicados sistemas de acuerdos para formar gobierno, tal la situación de Ángela Merkel durante sus casi 15 años al frente del Ejecutivo alemán.

El pasado 8 de febrero, en Costa de Marfil, la excanciller Angela Merkel fue honrada con el Premio Félix Houphouët-Boigny-UNESCO de Fomento de la Paz.

La ausencia de alternativas representativas

En todo caso, en Estados Unidos, prácticamente a partir de la década de los años treinta, las minorías -hispana y afroamericana principalmente, además de los sindicatos- han ido encontrando mayor eco a sus propuestas en las filas del partido demócrata. Por su parte, sectores que no salían públicamente a escena, de posiciones extremas, han llegado a influir de manera fulminante en el partido republicano. Una muestra de ello fue la elección y la influencia actual de Trump.

Con los elementos anteriores se ha conformado una dinámica de significativa polarización política en el país. Los sorprendentes acontecimientos en el intento de toma del Capitolio por trumpistas el 6 de enero de 2021, evidenció los desafíos que debe enfrentar un sistema democrático que trata de preservar una mínima condición de legitimidad.

El futuro que está en juego

En la actualidad es claro que tanto demócratas como republicanos tienen bastante definidos sus ejes de posicionamiento estratégico en la política del país.

Los primeros saben que, siendo el partido oficial, deben arrastrar el desgaste natural del ejercicio del Ejecutivo. Su apuesta es hacer ver hasta qué punto un desborde de trumpismo, podría implicar grandes costos a la estabilidad del país, a su liderazgo estratégico y al logro de un crecimiento económico tan constante como incluyente.

Los republicanos apuestan por hacer que los factores y resultados económicos desgasten lo más posible a Biden. Para ello, es necesario exponer la inestabilidad de producción, el fenómeno inflacionario, las dificultades en las cadenas de suministros, los obstáculos en logística, además de los costos de la guerra Rusia-Ucrania.

Fuera de toda duda, los dos partidos dominantes en la política de Washington tienen un manejo casi monopólico de las representaciones en el juego de poder. Esa es una de las razones por las cuales los problemas actuales no tienen soluciones tan excluyentes.

Los grandes desafíos de la democracia estadounidense surgida desde el 4 de julio de 1776 con la Revolución Americana requieren de sostenibles procesos de formación política entre el electorado. De lo contrario se puede continuar peligrosamente un juego de antagonismos que amenazan la efectividad institucional en la convivencia socio-política.

Mostrar más
Botón volver arriba