Es indiscutible el conjunto de repercusiones que traerán consigo las próximas elecciones en Estados Unidos, estando como estamos hoy, a menos de un mes de los comicios. Y no sólo para la potencia del norte sino para el mundo, muy en particular para Latinoamérica y el Caribe.
Los Estados «bisagra» y su rol en las elecciones
Desde ya, de frente a esas elecciones y a lo indiscutiblemente reñidas que están las preferencias, en general se identifican a inicios de octubre de 2024, ocho estados que evidencian ser los “bisagra”, los que decidirán quien llega a la Oficina Oval. No es de olvidar que, dado el sistema de elección en Estados Unidos, no todos los votos valen lo mismo. La clave no reside en el voto popular.
De ninguna manera. Lo decisivo está en el Colegio Electoral. Se puede ganar en la votación directa, pero perder en ese Colegio. Estos fueron los casos de Jackson (1824), Tilden (1876), Cleveland (1888), Al Gore (2000) y Hillary Clinton (2016). De manera que aun cuando un candidato/a pueda tener entre un 2% o un 3% de ventaja en las encuestas generales, las del voto popular, eso no le garantiza llegar al Poder Ejecutivo.
Este podría ser ahora el caso de Kamala Harris, sin embargo, es evidente que son ocho los Estados que tienen el poder de decisión: Nevada, Arizona, Georgia, Carolina del Norte, Wisconsin, Minnesota, Michigan y Pensilvania. En lo personal, luego de hacer cálculos respecto a varios escenarios en que podría concluir la elección, estimo que –a un mes de la elección- ganará quien se pueda hacer con los 19 votos en el Colegio Electoral que pertenecen a Pensilvania. Ese será el estado clave más decisivo.
Las propuestas y su peso en la memoria de los votantes
En cuanto al contenido de las propuestas electorales, se evidencia que Harris se inclina, sin lugar a dudas, en pro de lo que serían temas de justicia racial, cambio climático, tópicos relacionados con equidad de género y respecto a la reforma migratoria. Lo que busca la candidata es apelar a intereses con los cuales se sienten identificados grupos más bien minoritarios y sectores jóvenes. Estos últimos, no es de olvidar, fueron por demás factores claves en la elección del otoño de 2008 cuando el vencedor fue Barack Obama.
Otro de los rasgos de la campaña de Harris es que trata de representar a un renovado grupo de políticos, lo que sería un cambio generacional, dejando atrás liderazgos más tradicionales, a los políticos de siempre. Tiene que cargar esta candidatura, no obstante, con el peso del desgaste en el poder demócrata en la Casa Blanca durante los pasados cuatro años.
Los electores tendrán más frescos en la memoria estos rasgos, más que lo que caracterizó a Trump en su mandato de 2016 a 2020. Como parte de este escenario, Harris se ha dedicado a consolidar las preferencias de las bases demócratas, pero no radicalizando el discurso sino apelando a la comprensión del electorado de centro. Y desde luego, tratando de convencer a adversarios de Trump.
El hecho de que la recuperación se mantenga estable y creciente, con mayor empleo y controlada inflación, favorecería a Harris. Se presenta como la candidata de la esperanza, de la continuidad de un rumbo que es deseable para el país.
El nacionalismo de Trump y los «valores tradicionales»
Por su parte, Trump –luego de los resultados adversos del otoño de 2020- se ha esforzado en mantener su presencia en la dinámica política estadounidense. Al menos un 30% del electorado se mantiene como su mercado cautivo, como electorado duro, intransigente.
Esto es particularmente evidente en Estados tales como Florida, las Dakotas, Nebraska y Texas. Se trata de la América Profunda, donde la identidad de los pobladores coincide con las posiciones de Trump; incluyendo lo último: establecer un día al año de “violencia”, como dijo a inicios de octubre.
Trump se caracteriza por ofrecer posiciones que suenen agradables a los electores del extremo conservador. Allí se han incluido grupos poblacionales dominados por blancos y rurales. El candidato más conservador se planta como parte del sentimiento “contra el sistema”. A partir de esto, trata de hacer ver que la Administración Biden-Harris atenta contra los “valores” tradicionales, que se trata de una gestión tan ineficaz como burocrática en función de generar mayor bienestar para la población.
Algo que entre otras consideraciones favorecería a Trump en la cita del próximo 5 de noviembre de 2024, se refiere al tema económico. En concreto, un descenso –por no decir contracción- de los indicadores de crecimiento productivo, de empleo le sería favorable.
Pensilvania juega un rol decisivo
No se descartaría en todo esto la denominada “sorpresa de octubre”, el destape de algún escándalo por parte de cualquiera de los candidatos y que –estando ya muy cerca la elección- no permita que el candidato afectado pueda reaccionar y defenderse.
Es evidente que Trump requiere que las bases más conservadoras se movilicen en dos sentidos: consolidando las bases en los estados que votan republicano; y convenciendo más electores en los estados bisagra, en particular en Pensilvania, que como se mencionó arriba, está llamado a jugar un papel por demás crucial.
Dos caminos están identificados en las votaciones del mes entrante, el próximo noviembre. Por una parte, la continuidad de los caminos medios de Biden y Harris, con un Partido Demócrata que es más bien una colección de varias corrientes políticas. O bien, en otro sentido, el populismo nacionalista y aislacionista de Trump, como fue el contenido de su administración (2017-2021). Estamos a la expectativa.
No lo olvide, más que el voto popular, los “estados cambiantes” o bisagra, tienen la clave del Colegio Electoral.