Yo sé que soy la causa ineludible
de tus silencios prolongados,
la sombra que ronda tus noches de tristeza,
y la sonrisa de esperanza
que inevitablemente amanece en tus labios.
Quizás en las noches de luna llena
aún sientas mis pequeñas manos trémulas
recorriendo en tu rostro la viva imagen de Dios;
y reconozcas mi pequeña ávida boca
en busca de tus senos para alimentarme
o el trino acariciante de tu voz.
Eres el milagro que me dio la vida,
la puerta que escogió Dios para enviarme al mundo,
y la mujer que me envolvió en el primer abrazo,
cuando yo era apenas un manojo de alaridos
buscando tu calor de madre.
El hilito de luz que me llevó hasta tu vientre,
no se rompe ante las tempestades y el tiempo;
y el sol que a través de tu cuerpo me mostraste,
es un sol que nunca se extingue, ¡Madre!
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