El precio de la felicidad en tiempos de la pandemia

En este nuevo cuento de Agustín Durán, una pareja de ancianos inmigrantes indocumentados que sacrificaron todo por su familia durante décadas en L.A. organizan una despedida en tiempos de la pandemia

Una pareja de inmigrantes mexicanos sobrevivió la pobreza en Durango, Mëxico. Para lograrlo  burlaron a la migra estadounidense y sin tener documentos eludieron las redadas de las autoridades en Los Ángeles.

Pasaron muchos años. Compraron su casa en esta ciudad. Tuvieron siete hijos, celebraron sus bodas de plata, luego las de oro y luego sobrevivieron la pandemia. Todos sus hijos están vivos y ya tienen hasta bisnietos.

Llegaron los tiempos de la pandemia.

El 25 de diciembre de 2020, se abrazaron como nunca lo habían hecho desde que empezaron a utilizar bastón una década atrás. Con lágrimas en los ojos, se agradecieron mutuamente por los años compartidos y por haber tenido esa familia.

Esa noche se despidieron uno del otro.

Quizás porque ambos reconocían que tanta felicidad debería de estar prohibida. Especialmente en sociedades donde la desigualdad y las tragedias predominan.

Valentín y Esperanza Alatriste, de 87 y 84 años de edad, no pudieron esperar más.

Cuando bajó la mortandad de la pandemia, tan pronto las autoridades sanitarias permitieron las primeras reuniones, les pidieron a sus hijos que organizaran la celebración de su 65 aniversario de estar juntos. Después de nueve meses sin verlos querían un retrato donde todos los miembros de la familia estuvieran presentes. Era tanta su insistencia, expresó una de sus hijas, que parecía que el tiempo se les estaba acabando.

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La celebración fue inolvidable. Posiblemente el perfecto final de una novela sin tragedia, sin espacio para lamentos, algunos contratiempos de foto. Hasta el llanto terminó en sonrisas.

Además de su aniversario, gracias a la vacuna contra el coronavirus empezaba a cambiar el fatalismo de la gente. El 2021 era prometedor para los sobrevivientes.

Ese día la Organización Mundial de la Salud había anunciado casi los dos millones de muertos en todo el mundo. En Los Ángeles, que había sido el epicentro del covid por varios meses, la situación mejoraba.

Siguiendo todos los protocolos de seguridad, los hijos reunieron a todos los miembros de la familia ese día. Iban a tomar una foto donde las cinco generaciones se unieran en una sola imagen. La guardarían, cada uno de los hijos, en su hogar. Pero ellos no lo sabían. Era una sorpresa de sus padres.

La hermana mayor, Marisol, por cualquier cosa dejaba rodar una lágrima. Ese día lloró por tener a sus padres vivos. Por su esposo y sus tres hijos. Especialmente por Felicity, la mayor y la más enfermiza, por quien su madre casi pierde la vida a la hora del parto 21 años atrás.

Entonces comieron, bailaron y compartieron las historias de los abuelos. Los hijos de la pareja agradecieron al creador tener a sus padres. Los nietos ya no creían en Dios y mucho menos en la iglesia. Se limitaron en inglés Thank you grandpa, thank you grandma.

Celebraron a su forma, en una esquina de la casa y cada uno con un celular en la mano. Así se comunicaban entre ellos, manteniendo la distancia social de dos metros entre sí, enviándose mensajes mensajes de texto.

Ya todo estaba listo para la foto, pero faltaba Felicity.

Sus padres la habían dejado ir a una reunión con la familia de una de sus mejores amigas, con tal de que no se acercara mucho a nadie. Con tal de que esté en casa de sus abuelos antes de las siete de la noche.

Eran las ocho.

El día que nació Felicity fue de alegría y mucha preocupación. En un momento se temía que solo o su madre o la hija no sobrevivirían. Pero finalmente la pequeña entró a este mundo en brazos de su madre. Por eso le llamaron Felicity, por la felicidad que produjo su nacimiento.

Durante los primeros años de su vida los abuelos se habían hecho cargo de ella. Su madre requería de muchos cuidados porque había desarrollado anemia. Además, como la primera pareja de Marisol no se había hecho cargo de su hija, todos en la familia hicieron el papel de padre, hasta que finalmente su madre se casó con su actual pareja.

Tenían un sentimiento especial por Felicity. Cuando ella estaba presente, las sonrisas florecían más rápido.

Llegó a las nueve. Tomaron la foto familiar.

Los adultos comieron y bebieron. Los más jóvenes medio comieron y textearon. Los más chicos corrieron y gritaron por toda la casa.

Fue el último día en que las cinco generaciones de la familia Alatriste aparecieron juntos.

Tres semanas después de la fiesta los abuelitos empezaron a toser y a tener problemas para respirar. Fue pocos días antes de aplicarse su primera vacuna contra el virus.

¿De dónde vino la enfermedad? Quienes buscaban una respuesta inmediata, concluyeron que había sido Felicity la que había contraído el virus en la casa de su amiga y llevado a la familia.

-Que irresponsabilidad-, se quejaban y veían a la nieta con cierto resentimiento.

El abuelo Valentín fue el primero en ser hospitalizado.

Aunque dicen que solo pensaba en su amada, llegó el momento que perdió el sentido. Lo intubaron y ya no pudo volver a hablar. La familia se despidió de él a través de la imagen en una tableta. El abuelito parecía no entender o escuchar nada.

Al día siguiente Un día después la abuela Esperanza fue internada, en otro hospital. Se la pasaba rezando por el bienestar de su Valentín, sin saber que un día antes de su ingreso al centro médico, su esposo había muerto. Nadie se lo dijo. Así paso las siguientes tres semanas rogando por la salud de su esposo hasta que cayó en coma.

La desconectaron tres días después.

Dos tíos también contrajeron el virus, pero su destino no fue fatal.

La familia culpó a Felicity, y ella se sintió culpable. Los doctores confirmaron que era la persona es portadora del virus, pero sin síntomas. Estuvo en cuarentena durante dos semanas. Pudo despedirse de su abuelita a través de una tableta.

Le pidió perdón.

Los cuerpos de Valentín y Esperanza, ambos cuerpos fueron cremados juntos y entregado a la familia en una urna. No hubo velorio. Los hijos tuvieron que aguantar su pena desde su propia casa. Algunos maldecían el nacimiento de Felicity. Otros, la decisión para celebrar el 65 aniversario de sus padres.

Una semana después, recibieron la fotografía familiar que habían pagado los padres y un mensaje que decía:

Que no se culpe a nadie, nuestra partida ya era necesaria, pero les recordamos que la felicidad también tiene un precio cuando actuamos sin pensar en las consecuencias’.

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Autor

  • Agustín Durán

    Agustín Durán es un inmigrante que ha ejercido el periodismo en diferentes medios de Los Ángeles por 23 años y actualmente es editor de Metro de La Opinión. Es graduado de Ciencias de Comunicación en Ciudad de México y tiene una maestría en Comunicación Masiva de la universidad de Northridge. Es padre, esposo y es tan escéptico que no le cree ni a su madre cuando le dice ´te quiero´, se lo tiene que probar.

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