Cuadernos de la Pandemia / Los asesinos de la luna y del agua

Un film de Martin Scorsese sobre los homicidios cometidos en la década de 1920 por hombres blancos contra nativos de la Nación Osage en Oklahoma, para apoderarse de sus títulos de propiedad

Más te vale que nunca veas ángeles en la rezer.
Si algún día los ves, será porque te llevan
                                      en marcha forzada
hasta Sión u Oklahoma, o hacia algún otro infierno
que habrán diseñado para nosotros.
          —Fragmento de un poema de Natalia Díaz, poeta mojave de Needles, California

De vez en cuando, muy de vez en cuando, Hollywood se atreve a remecer las aguas oscuras del pasado de los Estados Unidos, todavía muy presentes y tenebrosas en nuestros días. Una de esas ocasiones es con la película Killers of the Flower Moon (doblada al español como Los asesinos de la luna), una de las películas más destacadas de 2023, que aborda sin miramientos uno de los tantos momentos de horror sufridos por los nativos del país. Con un realismo implacable, el largometraje de casi tres horas y media, dirigido por Martin Scorsese, se sumerge en el abismo de lo que se conoce como el Reinado del Terror: las decenas, quizá cientos, de homicidios cometidos en la década de 1920 por hombres blancos contra nativos de la Nación Osage en Oklahoma, para apoderarse de los títulos de propiedad de la minería en sus tierras comunales ricas en petróleo. El filme, que cuenta con los roles protagónicos de Leonardo DiCaprio, Robert de Niro y la actriz Lily Gladstone, miembro de la Tribu Blackfeet de Montana, es una adaptación de buena parte del libro del periodista David Grann, Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI, publicado en 2017.

Desde sus primeras presentaciones el año pasado y hasta hoy, la película ha recorido los principales circuitos de nominaciones y premiaciones del cine nacional. Lily Gladstone se convirtió en la primera indígena en ganar el Golden Globe como mejor actriz, y en la segunda indígena en ser nominada en esta misma categoría. El filme ha recibido diez nominaciones a los Óscar, incluyendo mejor película, mejor dirección, mejor actriz, mejor actor secundario, mejor cinematografía y mejor editaje; además del reconocimiento profesional, estas premiaciones son un medio de promoción para que el gran público acuda en masa a ver estas producciones.

Las reseñas a la película en la gran prensa han sido elogiosas y complacientes. Pero, teniendo en cuenta que esta es una historia verdadera sobre una población indígena que, como muchas otras de los Estados Unidos y del resto del continente siguen existiendo en los márgenes con enorme capacidad de resistencia, resulta de importancia conocer las reacciones de los propios miembros de la Nación Osage el día de hoy sobre el filme de Scorsese. La respuesta ha sido variada. Algunos la han visto con horror y espanto al tener frente a frente el asalto a su propio pueblo retratado en el cine. Otros, con un sentimiento parcial de alivio al poder confrontar sus fantasmas con las imágenes de la tragedia de sus parientes de solo dos o tres generaciones atrás. Otros, en cambio, han asumido una actitud crítica al formato y contenido de la película misma, en la que ven repetidos los mismos esquemas de representación de los nativos que han predominado desde los orígenes del cine estadounidense.

A pesar de los evidentes y publicitados esfuerzos que tanto el director, como los actores blancos, y el personal de producción se tomaron para tratar de relatar la historia del modo más objetivo posible, resulta claro que la película sigue una vez más el paradigma de Hollywood: una historia de hombres blancos contada desde la perspectiva del hombre blanco. Que el retrato sea uno de la maldad, ambición y crimen del hombre blanco, no es importante. Lo que importa es que mantienen el control de la narración, mientras los nativos sirven como trasfondo, las víctimas sobre la que ejecutan su acción destructiva. La presencia de los nativos en la película, que en este caso representan a los osage que habían adquirido una enorme riqueza con los contratos para permitir la explotación petrolera, queda reducida a una población casi sin voz, avasallada por el ingenio perverso del hombre blanco.

Por otra parte, la película parece indicar que lo ocurrido durante el Reinado del Terror fue un evento de excepción en la historia, toda vez que deja por fuera la responsabilidad que tuvo, y sigue teniendo el gobierno de los Estados Unidos, en posibilitar estas agresiones sangrientas. Hasta la década de 1920, nada menos que trescientos años de despojo, esclavitud, masacres y desplazamientos continuos de las poblaciones indígenas. Elizabeth Rule, miembro de la Nación Chicksaw y profesora de la American University, dice que “la película podría haber incluido un contexto más amplio sobre cómo los asesinatos [de los osage] no fueron eventos aislados sino parte de una historia más amplia de colonización. La violencia contra los pueblos indígenas se desarrolló de manera sistemática en otras comunidades en diferentes partes del país” (1).

El crítico de cine Joel Robinson, un nativo osage, indaga de manera personal la película de Scorsese, y aunque hace una reseña positiva sobre todo del papel de Lily Gladstone como Mollie Burkhart, concluye expresando que espera que sean directores de cine indígenas quienes cuenten y filmen sus propias historias. En particular, le gustaría ver que un director de cine osage tuviera la oportunidad de dirigir una adaptación de la novela A Pipe For February, del escritor osage Charles H. RedCorn, en la que relata la historia del Reinado del Terror desde la perspectiva de un osage que la vivió. “Pienso”, dice RedCorn, “que serviría como una historia complementaria a la crónica un tanto más periodística de David Grann” (2). En la actualidad hay un promedio de 21 mil osage, la mitad de los cuales vive en Oklahoma y el resto en distintas parte del país. La explotación de petróleo continúa en sus tierras, pero ya no es ni sombra de lo que fue en los tiempos del boom petrolero de las primeras décadas del siglo pasado, debido en parte a las regulaciones federales y estatales. Hoy muchos de los osage están en el negocio de los casinos.

En una época como la nuestra en que las poblaciones indígenas originales están siendo más visibilizadas en el debate nacional, películas como Los asesinos de la luna ponen sobre el tapete la urgencia de que más historias como estas sean contadas y conocidas, no solo por razones estéticas o de curiosidad, sino ante todo por la necesidad de justicia y reparación histórica a quienes habitaban las tierras que hoy ocupamos. Esas historias están marcadas por una extraordinaria capacidad de resistencia y creatividad frente al trauma histórico de la colonización, genocidio, limpieza étnica y marginación. Y también por algunos de los problemas más acuciantes que padecen en nuestros días como es, en primerísimo lugar, la desaparición, trata y violencia contra las mujeres indígenas.

Según la Oficina de Asuntos Indigenistas del Departamento del Interior de EE. UU., “las tasas de asesinatos, violaciones y delitos violentos contra los nativos estadounidenses y de Alaska son más altas que los promedios nacionales” (3). Las investigaciones sobre esta crisis permanente apuntan a que “hay una mayor prevalencia de violencia interracial contra las mujeres (y hombres) indígenas que de violencia intraracial, es decir, los actos violentos son cometidos en su mayoría por agresores no indígenas”(4).

Sumado a este drama, uno de los conflictos más mediáticos de los últimos años en relación con los nativos de Estados Unidos ha sido la disputa de la Tribu Sioux de Standing Rock en Dakota del Norte y Dakota del Sur contra el proyecto del oleoducto Dakota Access Pipeline (DAPL) que atraviesa tierras sagradas para esta población nativa. Desde que se empezó la construcción en 2016 del DAPL este proyecto petrolero ha enfrentado algunas de las protestas más sonadas de los nativos y las organizaciones ambientalistas. Los miembros de la tribu han denunciado el daño que puede producir el oleoducto si hay posibles derrames de petróleo en el Río Misuri, que es una fuente vital para la tribu y otras poblaciones.

Los Sioux se han declarado Protectores del Agua y de la Tierra contra aquellos que como en el Reinado del Terror en Oklahoma quieren ahora también sabotear sus derechos territoriales. En diciembre de 2016 el presidente Obama suspendió de manera temporal la construcción del oleoducto, pero la llegada de Trump a la presidencia, pocas semanas después, reactivó los permisos de construcción. Nuevamente, en 2022, un tribunal estadounidense ordenó al gobierno federal que llevara a cabo una declaración de impacto ambiental más intensiva de la ruta del oleoducto de crudo que atraviesa una extensión de 1,100 millas (1,800 kms) de largo, administrado por la empresa privada Energy Transfer. Se espera que para finales de este año 2024 se emita una resolución final. Mientras tanto, el oleoducto sigue funcionando y la lucha de los sioux y de las organizaciones ambientalistas sigue también en marcha.

No hay duda que Hollywood presta un servicio a la causa de las poblaciones indígenas del país, y globalmente, al producir una película relevante como Los asesinos de la luna y otras en este nuevo siglo como Bury My Heart at Wounded Knee (2007) y Rhymes for Young Ghouls (2013), estas dos últimas con mucha más agencia y vocería indígena en la trama y la representación en los roles protagónicos. Debe ser claro a estas alturas que el cine supremacista blanco de las epopeyas de la conquista del Salvaje Oeste están mandadas a recoger hace tiempo. Y aún de películas como Los asesinos de la luna, que aunque estupendas en su factura e intención, perpetúan el paradigma de ser contadas desde la perspectiva del agresor. Cualquier avance posible en la justicia étnica y racial pasan por otorgar el protagonismo en todos los niveles de la producción artística (libreto, dirección y actuación) a aquellos que han enfrentado la explotación y el saqueo histórico y que tienen ahí su lugar de enunciación. Que sea ahora su turno, al fin, de contar su propia historia.

Fuentes citadas:

1) “In Indigenous Communities, a Divided Reaction to ‘Killers of the Flower Moon’”, por Christopher Kuo. The New York Times, Dec. 12. 2023.
2) Killers of the Flower Moon, reseña por Joel Robisnon. LetterBoxd, 18 de octubre, 2023.
3) “Missing and Murdered Indigenous People Crisis”. U.S. Department of the Interior, Indian Affairs. Consultada el 28 febrero, 2024.
4) “Las luchas por las mujeres indígenas asesinadas y desaparecidas en Estados Unidos”, por Claire Charlo. Capire. 5 de mayo, 2023.


Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate.

This article is supported in whole or in part by funding provided by the State of California, administered by the California State Library in partnership with the California Department of Social Services and the California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs as part of the Stop the Hate program. To report a hate incident or hate crime and get support, go to CA vs Hate.

Autor

  • Valentin González-Bohórquez es columnista de HispanicLA. Es un periodista cultural, poeta y profesor colombiano radicado en Los Ángeles, California. En su país natal escribió sobre temas culturales (literatura, arte, teatro, música) en el diario El Espectador, de Bogotá. Fue editor en Barcelona, España, de la revista literaria Página Abierta. Es autor, entre otros libros, de Exilio en Babilonia y otros cuentos; Historia de un rechazo; la colección de poemas Árbol temprano; La palabra en el camino; Patricio Symes, vida y obra de un pionero; y Una audiencia con el rey, publicados por distintas editoriales de Colombia, España y los Estados Unidos. Ha publicado numerosos ensayos sobre literatura y es co-autor, entre otros libros, de Otras voces. Nuevas identidades en la frontera sur de California (Editorial A Contracorriente, North Carolina State University, 2011), The Reptant Eagle. Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015) y A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017). Es profesor de lengua y literaturas hispánicas en Pasadena City College, Calif.

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