Cuadernos de la Pandemia / Cierre de campaña presidencial: de basura y basureros
“Cuando un pueblo quiere anular a otro pueblo
lo primero que hace es anular la ciudadanía del pueblo que quiere destruir”.
—Pedro Albizu Campos, líder histórico independentista puertorriqueño
A nadie debería sorprenderle a estas alturas la vulgaridad y los insultos racistas provenientes a diario desde las toldas republicanas del trumpismo. Ese matoneo burdo que alienta a masas fanáticas seguidoras de un personaje y unas acciones que sienten que los representa. Y sin embargo, el pasado 27 de octubre, en uno de los cierres de campaña electoral en el Madison Square Garden de Nueva York, el comediante “Kill” Tony Hinchcliffe demostró que todavía hay espacio para más, al referirse a Puerto Rico como “una isla flotante de basura”. Esa misma noche, Hinchcliffe hizo también una alusión racista de los negros “que hacen tallas con la sandia”, y trató el actual genocidio en Gaza y el nuevo asalto al Líbano como un juego de piedra, papel o tijera. Todos ellos, chistes de un humor condenable porque trivializa y hace mofa de la tragedia real de pueblos enteros, en los que el gobierno y sectores del poder político y económico de este país son directos responsables.
Hinchcliffe ha hecho su carrera de comedia oscura insultando a personas y grupos racializados en shows de comedia y programas de radio y televisión. Así, la participación del cómico en el rally de Trump no era casual y calzaba a la medida del daño que se quería causar. Correspondía a un guion ensayado y probado ya en todos los escenarios posibles para ningunear a latinos, negros, asiáticos, árabes, indígenas, mujeres. Que aquí no pasa nada, mientras no se denigre al jefe blanco. Muchas de las 20 mil personas reunidas en el MS Garden no parecieron inmutarse por los ataques. Al contrario, se escucharon aplausos, risas y gritos de aprobación. Es parte del libreto, y es lo que se espera de la campaña del convicto ex-presidente.
En el caso del insulto contra Puerto Rico, que fue el que mayores reacciones negativas tuvo, tanto el comediante, como Trump y su equipo de campaña, hicieron mutis por el foro. El comediante dijo en su cuenta de X que los que se han disgustado “no tienen sentido del humor”, y que su chiste ha sido “sacado de contexto para que parezca racista”, como si pudiera haber algún contexto que lo justifique. Por su parte, el candidato alegó que no conocía al comediante, y el equipo de campaña se desmarcó argumentando que no sabían lo que iba a decir el humorista, pese a que estaba leyendo del teleprompter.
El gobernador de Puerto Rico, Pedro Pierluisi, a la vez que líderes políticos, artistas, periodistas y activistas puertorriqueños manifestaron su repudio al ataque del comediante, y de otros personajes del círculo de Trump que también hicieron ataques contra la población latina, y en particular a los nuevos inmigrantes. Reaccionando contra esta arremetida racista, la representante demócrata de ascendencia puertorriqueña, Alexandria Ocasio-Cortez, dijo, “Obviamente, es muy perturbador para mí. Necesito que la gente entienda que cuando un imbécil llama a Puerto Rico basura flotante, debes saber que eso es lo que piensa de ti”.
El término “basura” se ha convertido en menos de 4 días en una muletilla electorera para ataques mutuos entre los bandos republicanos y demócratas. Una frase confusa del presidente Biden al referirse a la retórica republicana como la verdadera basura, fue usada de inmediato por Trump y sus huestes para acusar a Biden de llamar basura a los votantes trumpistas. Y eso no causó gracia. Se supone que la basura debe referirse solo al otro lado, a los del sur de la frontera, a las islas caribeñas, a los denigrados de siempre.
Este pasado 31 de octubre, en un mitin anti-inmigrante en la frontera de Arizona con México, Trump remató su endoso a la ofensa de “Kill” Hinchcliffe. Afirmó, en un rapto iluminado, que los Estados Unidos “somos un vertedero. Somos como un cubo de basura para el mundo. Cada vez que subo a hablar de lo que le han hecho a nuestro país me enfado y me enfado más”. Y añadió, con evidente admiración a su ingenio, “Es la primera vez que digo cubo de basura. Pero, ¿saben qué? Es una descripción muy acertada”.
A continuación aseguró que de ser elegido presidente este 5 de noviembre, deportará entre 15 a 20 millones de inmigrantes. En su pasado gobierno deportó a un millón y medio de inmigrantes. “Estados Unidos es para los estadounidenses y solo para los estadounidenses”, concluyó eufórico el hijo y nieto de inmigrantes alemanes e irlandeses pobres, sin necesidad de aclarar a quién se refiere cuando habla de “estadounidenses”.
La estrategia de chistes basura como los de Hinchcliffe van dirigidos contra poblaciones y grupos a los que EE. UU. ha invadido, colonizado, esclavizado y usado para sus guerras imperiales. Puerto Rico fue un botín de guerra en 1898 cuando EE. UU. invadió la isla como parte de las acciones militares de la Guerra Hispano-Estadounidense. La guerra terminó a fnales de ese año con la firma del Tratado de París, por el cual España le entregaba a la emergente potencia del norte la soberanía sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, las últimas colonias españolas de ultramar. Cuba y Filipinas lograron años más tarde su independencia, pero Puerto Rico y Guam han permanecido hasta hoy como territorios bajo el control de los Estados Unidos.
En 1917 EE. UU. concedió la ciudadanía a los puertorriqueños con el fin de reclutarlos para el ejército durante la Primera Guerra Mundial. En esa ocasión, debido a la discriminación racial contra ellos, fueron asignados solo a labores de mantenimiento, transporte y apoyo logístico, así como a la protección de instalaciones militares en Europa, el Canal de Panamá y lugares estratégicos del Caribe. Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial y las guerras de Corea, Vietnam y en la prolongada invasión a Irak y Afganistán en este siglo, más de 235 mil hombres y mujeres puertorriqueños han participado en el combate directo y centenares han muerto en estas guerras. Unos 300 mil más han servido y sirven en operaciones logísticas y de defensa en las cerca de 800 bases militares estadounidenses alrededor del mundo. Más que cualquier otra población racializada en la historia de Estados Unidos.
A estos soldados puertorriqueños (y las decenas de miles de soldados latinos que sirven en el país) seguramente iban dirigidos también los chistes racistas de Hinchcliffe y el desprecio ya bien conocido de Trump, quien durante el huracán María en 2017 retuvo la ayuda aprobada por el Congreso en medio de la devastación de la isla. Al mismo tiempo que minimizó los muertos por el huracán (porque lo hacían lucir mal), se preguntó si podía vender la isla de Puerto Rico y ofreció darla en intercambio por Groenlandia.
Cuando se escuchan chistes y humillaciones como estas, hay que tener en cuenta que en los 126 años en que Puerto Rico ha estado bajo el control colonial de los Estados Unidos, su población ha sido objeto de múltiples formas de discriminación, explotación y abuso. Uno de los casos más siniestros y prolongados fue el plan sistemático de esterilización como método anticonceptivo, aplicado con engaño a mujeres puertorriqueñas de escasos recursos y poca educación en las décadas de 1950 y 1960. Según lo describe el documental La Operación, de Ana María García, documentalista y profesora de la Universidad de Puerto Rico, dado a conocer en 1982, a miles de mujeres pobres de Puerto Rico se les extirpaba el útero sin su consentimiento, como un método para controlar el crecimiento de la población. Mujeres de origen humilde fueron también campo de experimentación para las primeras píldoras anticonceptivas creadas en Harvard University, sin que ellas tuvieran suficiente información de los posibles efectos de lo que estaban tomando.
Otro atropello de décadas fue el uso de las islas puertorriqueñas de Vieques y Culebra como campo de pruebas de bombas, proyectiles y otros tipos de municiones del ejército norteamericano por la mayor parte del siglo XX. Muchas de estas armas contenían materiales tóxicos como uranio empobrecido, napalm y explosivos de alto poder, que no solo contaminaron los suelos y aguas, sino que produjeron una gran incidencia de cáncer, enfermedades respiratorias y otros problemas de salud en los habitantes de ambas islas.
Después de décadas de lucha de grupos ambientalistas locales e internacionales, y de la ciudadanía puertorriqueña, se logró que en 2003 la Marina suspendiera sus actividades. Pero los efectos en la salud de los habitantes y el daño ecológico casi irreversible siguen presentes en estas islas convertidas por los Estados Unidos en un vertedero de desechos mortales. Actualmente, hay demandas y esfuerzos para que el gobierno de Estados Unidos asuma su responsabilidad por el impacto de estas actividades militares y proporcione una compensación adecuada a las comunidades afectadas. ¿Quizá el chiste de Hinchcliffe se refería a la culpabilidad de los EE. UU. en este desastre ecológico y humano?
Por otra parte, en el discurso trumpista está ausente la mención de que Puerto Rico ha sido por largas décadas una fuente extraordinaria de ganancia y de riqueza para grandes y medianas empresas estadounidenses como farmacéuticas, compañías de consumo, el sector manufacturero y textil, la banca y las finanzas, las telecomunicaciones y el comercio minoritario, entre muchos otros negocios, amparados por la exención de impuestos de la Sección 936 y de la ley Act 20 y Act 22, permitidos por el estatus territorial de Puerto Rico. Un mercado que ha producido empleo local con salarios bajos, y del cual se han beneficiado más los dueños de estas compañías que el grueso de la población puertorriqueña.
Con todo, la sección 936 fue eliminada por el gobierno federal en 2006 debido a que la globalización y las prácticas neoliberales hicieron que otros mercados como China y México ofrecieran medios de producción y fuerza laboral masiva más baratos. El resultado es que numerosas compañías se han ido de Puerto Rico, creando mayor desempleo y la pérdida de fuentes de ingreso de las cuales todavía no se ha recuperado.
Uno de los aspectos del estatus colonial de Puerto Rico es que los ciudadanos que viven en la isla no pueden votar en las elecciones presidenciales, ni elegir ni tener representantes ni senadores en el Congreso en Washington, excepto un Comisionado Residente que es elegido cada cuatro años por los puertorriqueños que viven en la isla, y participa en las discusiones de la Cámara de Representantes, pero sin derecho al voto. Solo tiene derecho a ser parte y votar en comisiones de la Cámara. En cambio, los más de cinco millones de puertorriqueños que viven en alguno de los 50 estados y del Distrito de Columbia sí pueden votar igual que el resto de ciudadanos del país.
Muchos de esos millones con el poder del voto, viven en los estados clave (swing states) que deciden el ganador de las elecciones presidenciales: Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Arizona, Wisconsin y Nevada. De allí, que la campaña de Trump en estas últimas semanas trató de ganar esos votos que necesita desesperadamente, invitando a artistas regatoneros puertorriqueños famosos y a otros latinos a los mítines para dar su apoyo a Trump. Después de la agresión verbal contra Puerto Rico en el MS Garden, algunos de ellos y ellas retiraron públicamente su apoyo a este candidato y lo ofrecieron a la candidata demócrata.
Valga decir por último, pero no de menos importancia, que Puerto Rico es distintivamente uno de los países con más alto número de iglesias católicas, protestantes, evangélicas y de otras confesiones cristianas. Entre los 3.2 millones de personas que viven en Puerto Rico, 93% se identifican como cristianos, con un 56% católicos, 34% evangélicos de distintas denominaciones o iglesias locales no afiliadas y un 3% de grupos restauracionistas como mormones, testigos de Jehová, adventistas y otros. Las iglesias cristianas poseen estaciones de radio, canales de televisión y son intensamente activas en la evangelización, las misiones internacionales y el servicio social, y mantienen fuertes nexos con iglesias en el territorio continental de Estados Unidos.
Resulta aparentemente paradójico que un partido como el republicano, que mantiene una relación ideológica conservadora con una gran mayoría de las iglesias cristianas, no parezca importarle ni la moralidad ni los delitos de que ha sido hallado culpable su candidato (y los decenas que tiene pendientes), ni el asalto continuo que se hace contra una población mayoritariamente cristiana como la puertorriqueña. Quizá, al fin y al cabo, se deba a que los cristianos isleños, como el resto de su población y demás latinoamericanos no son vistos como los verdaderos estadounidenses a que se refirió Trump en la frontera sur de Arizona.
Bien decía el gran líder de la independencia de Puerto Rico, don Pedro Albizu Campos, que cuando se quiere anular a un pueblo, lo primero que se le trata de robar es su dignidad. Y esa lucha por la dignidad es la que valientemente ha librado el pueblo puertorriqueño, ya sea por la independencia desde el siglo XIX, o por una estadidad con plenos derechos en las decisiones que dirigen el destino de los Estados Unidos. Quizá este 5 de noviembre el voto de millones de puertorriqueños en los estados clave y demás estados de la Unión ayuden a decidir en qué dirección quieren ir.
Fuentes consultadas:
—“Puerto Rico Is an «Island of Garbage»: Outrage Grows over Trump’s Racist & Xenophobic NYC Rally”. Entrevista de Amy Goodman a Jean Guerrero. Democracy Now!, Oct 29, 2024.
— “Cuántas bases militares tiene Estados Unidos alrededor del mundo y dónde están desplegadas”, por Ignacio Hermosilla. Biobio, Chile, 20 abril de 2024.
—“Las puertorriqueñas que fueron usadas como «conejillos de indias» por EE.UU. para probar la píldora anticonceptiva”, por Ronald Ávila-Claudio. BBC News Mundo, 7 septiembre 2023.
—“Fish, Wildlife, and Bombs: The Struggle to Clean Up Vieques”, por Katherine T. McCaffrey. NACLA/NYU, September 1, 2009.
—“Ley para la Definición Final del Estatus Político de Puerto Rico”. Oficina de Gerencia y Presupuesto del Gobierno de Puerto Rico. Revisada el 15 de abril de 2024.