El Salvador: Un balance necesario (II)

El campo popular

Si algo caracterizó al campo popular en El Salvador en los últimos años fue su fragmentación. En parte, el origen de este fenómeno se encuentra en la derrota política y electoral sufrida en 2019, producto del proceso de desacumulación de fuerzas durante diez años de gobiernos populares de corte reformista que, aunque redujeron parámetros de injusticia histórica en la profunda brecha de inequidad social, no llegó a satisfacer justas aspiraciones populares postergadas durante siglos.

Fueron, sin duda, los gobiernos que produjeron las mayores transformaciones en la historia nacional, pero fue insuficiente. El pueblo esperaba más porque necesitaba más.

Una crisis de representación cada vez más profunda alejó gradualmente la política -y a los políticos- de una numerosa clase media y, muy especialmente, de amplios sectores de masas populares políticamente atrasadas. Esos sectores, en las encrucijadas históricas, han demostrado un comportamiento ambivalente y fluctuante; en el terreno electoral, habitualmente votaron por expresiones conservadoras, ocasionalmente lo hicieron por ofertas centristas y, excepcionalmente (en 2009 y 2014), optaron por propuestas más radicales.

El desgaste de gobiernos del FMLN dio como resultado el encumbramiento al poder del Estado de un grupo burgués emergente (comerciantes, importadores, especuladores financieros), liderado por un clan familiar que adoptó el discurso de la anti-política, utilizando camaleónicamente una terminología de izquierda y recursos populistas, para construir un régimen radicalmente neoliberal, autoritario, autocrático, dictatorial, que fue avanzando poco a poco sobre el sentido común de amplias capas de la sociedad, explotando demagógicamente sus debilidades, frustraciones y temores.

Aclaraciones pertinentes

Aunque en este trabajo analizamos la realidad salvadoreña, no podemos evitar mencionar de manera recurrente, la similitud con diversos procesos surgidos a lo largo del continente. No se trata de equiparar esquemáticamente realidades diversas, sino de comprobar ejes de confluencia de los métodos de dominación imperial.

Esto es así porque, más allá del estudio y reflexión acerca de las realidades nacionales, nuestras batallas estarían perdidas si dejamos de ver detrás de todas estas experiencias el accionar del enemigo principal de los pueblos de Nuestra América. En este sentido, recordamos hoy al Libertador Simón Bolivar cuando, en agosto de 1829, afirmó que  “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad”.

No es la Providencia la que parece dirigir los pasos del imperio estos días, sino intereses de acumulación, explotación, robo y despojo, dividiendo pueblos, pisoteando las vidas que sean necesarias, expoliando y volviendo inhabitable el territorio que se requiera, si con ello se logra el fin último de la dominación.

No se trata hoy de aquella histórica fortaleza imperial, creciente y expansiva, sino la expresión de una entidad decadente, dispuesta a dar la batalla final y definitiva ante los desafios contrahegemónicos mundiales que enfrenta. Un imperio que pretende ocultar su debilidad detrás del músculo, la fuerza bruta, la imposición y el escarnio. Porque es débil será más violento, pero no con ello se hará más fuerte ante los pueblos organizados.

Ante esa situación de disputa de su hegemonía mundial, la decisión de Washington fue afianzar sus fueros en nuestro continente, como último recurso de supervivencia, aferrándose a la vieja Doctrina Monroe recargada.

Superar la fragmentación

Retomando la realidad salvadoreña, como producto de aquellas profundas derrotas políticas y electorales, el campo popular no solo se dividió sino que fue en parte cooptado por esa élite emergente, que buscaba legitimar su accionar escudada en supuestos niveles exorbitantes de popularidad; a los sectores cooptados les hacía creerse incluidos en un proyecto que jamás los consideró más que masa fácilmente manipulable a través del uso inteligente de las nuevas formas y medios de comunicación política y social, que concentró en sus manos.

Aquella fragmentación del campo popular se manifestó a lo largo de los últimos años de forma diversa. El primer resultado de la derrota política fue buscar culpables en lugar de señalar responsabilidades. Con ello, hasta los sectores más avanzados del campo popular contribuyeron objetivamente con sus errores y disputas a la consolidación del sector burgués emergente.

Dicho simplemente, diversas expresiones del campo popular enfrentaron su confusión decidiendo “hacer la guerra por su cuenta”, es decir luchar, confrontar, negociar, denunciar, según el caso y la visión particular de cada sector, pero siempre divididos, contribuyendo al fortalecimiento de esa élite, claramente inamistosa con el pueblo.

En síntesis, por mucho tiempo el campo popular pareció buscar respuestas individuales ante la debilidad del colectivo. La referencia a lo individual se asocia en este caso a la acción de grupos que, no exentos de oportunismo, y haciendo llamados a la unidad del pueblo, actuaban siempre empantanados en un sectarismo incomprensible y derrotista.

Esto también se ha visto y se sigue viendo en muchos casos en América Latina. No se trata solo de la división política sino de algo más profundo. El sistema no solo precariza el trabajo, excluye, mercantiliza las vidas del pueblo, sino que en su accionar cotidiano va fragmentando los lazos de unidad clasista, colectiva y social.

Así se deslegitimó progresivamente lo colectivo, la asociatividad, y una prueba de ello es la drástica caída de la sindicalización en prácticamente todos los países sometidos a la tempestad neoliberal, incluidos los propios EEUU, cuya tasa de sindicalización cayó dramáticamente en las últimas décadas.[1]

Se produce así una desconexión evidente entre sectores sociales que tienen un destino común, que antes se reconocían hermanados en el sufrimiento y la lucha, pero que en un momento dado, en virtud de la propaganda, la derrota y la confusión, pierden la brújula del análisis y actúan en direcciones y rumbos diferentes y divergentes. Se profundiza la mencionada fragmentación en el campo popular.

Esa situación facilita a los enemigos de la clase trabajadora, como son los que configuran la actual élite en el poder salvadoreño, avanzar en sus planes de subordinación y disciplinamiento. Esto resulta instrumental para el proyecto de dominación imperial, que no es más que la reconquista neocolonial del continente.

No resultaron ajenos a esas tendencias quienes, desde sectores vacilantes, permeables a la propaganda no sólo oficialista sino del conjunto de las fuerzas oligárquicas y conservadoras, se empeñaban en decretar “la muerte del FMLN”.

No fue gratuito ese esfuerzo. La desaparición del FMLN ha sido una larga aspiración de la oligarquía y las fuerzas más reaccionarias del país, pero sobre todo del imperialismo, desde los lejanos años del conflicto armado. Parecieron ver la oportunidad esperada en el último proceso electoral.

Dado el fraude institucional implementado, y el marco constitucionalmente viciado por la ruptura del mandato de la Carta Magna en materia de reelección presidencial, las condiciones parecieron adecuadas para que el oficialismo pudiera dar un paso decisivo en su política de negacionismo histórico que viene implementando desde hace más de cinco años.

Negar la existencia del FMLN contribuiría a la negación de la guerra, de los acuerdos de paz, de los avances democráticos conquistados por el pueblo merced a su lucha. Lograr ese objetivo hubiera servido para impulsar en sectores de la sociedad bajo su control, la peregrina idea de que “la historia de El Salvador empieza con Nuevas Ideas”, simbolizada en la repetida cantinela oficial de declarar cualquier obra, por insignificante que sea, realizada “por primera vez en la historia”. Falso argumento donde los haya, pero comprado por sectores de una población profundamente fanatizada por discursos mesiánicos.

Pero he aquí que el año 2024 nos deja una valiosa enseñanza. Los intentos por decretar la desaparición del FMLN del sistema político salvadoreño, más allá de ser una imposibilidad histórica, porque su existencia en el seno del pueblo no se limita ni depende del reconocimiento legal en el marco de un sistema cada vez más viciado, corrupto y cuestionable, constituyó al fin de cuentas una derrota del régimen.

Aunque las maniobras fraudulentas de alteración de las reglas de juego impidieron al único partido de izquierda en el país tener representación legislativa, no pudieron evitar que, al final del día, la votación popular otorgara al FMLN la posición de segunda fuerza política de El Salvador, que hoy ostenta.

El año de la revitalización de la lucha

El FMLN representa el valor simbólico, que recuerda al pueblo y a sus enemigos, que esta sociedad fue capaz de organizarse y enfrentar dictaduras violentas y crueles, regímenes brutales que contaban con el apoyo militar y logístico de la más grande potencia militar del mundo, y que aún así este pueblo supo organizarse, luchar, conspirar, combatir, vencer, sufrir derrotas y aprender de ellas, perseverar y volver a vencer, hasta forzar la democratización del país, en un proceso de acumulación revolucionaria que hoy aparece transitoriamente disperso por el avance de la ola autoritaria y antidemocrática, que no solo barre El Salvador, como ya hemos visto.

En 2024 proliferó la organización popular y las salidas a las calles, los reclamos, las denuncias, tanto puntuales ante abusos del régimen como en materia de reclamos estructurados en torno a la esencia represiva y violatoria de derechos humanos, ciudadanos y sociales. Fueron centenares estas expresiones registradas mes a mes, y que no cesaron a lo largo del año.

Según estudios revelados por el salvadoreño Observatorio de Lucha y Resistencia, acerca del accionar del movimiento social en 2024, más de 300 organizaciones sociales y populares se movilizaron o expresaron reclamos entre enero y agosto del año que acaba de concluir, superando las 5,000 denuncias o demandas realizadas en ese periodo. Comparando esas cifras con los datos de todo el año 2023, encontramos que el total llegó a 3,270 acciones (2,791 declaratorias y 479 movilizaciones y declaratorias).

En solo ocho meses de 2024 se superó el total de acciones populares de todo el año previo. Los datos indican que el largo camino de la superación de la campaña de miedo, desinformación y desorientación va llegando a su fin.

La pandemia de 2020 fue la excusa perfecta para iniciar el ensayo de militarización del país. Su continuidad fue el control social-militar mediante la implementación del Régimen de Excepción, a partir de marzo de 2022. Poco a poco va quedando claro para crecientes sectores de la población afectada por políticas clasistas y excluyentes, que la única forma de revertir la injusticia institucionalizada, la expansión de la pobreza, los despidos arbitrarios, los cercos militares a ciudades y colonias, la expulsión de habitantes de zonas populosas convertidas en turísticas, es la lucha, con expresiones en las calles y con denuncia nacional e internacional.

Sin organización no hay transformación. La organización y la educación popular resultan esenciales para contrarrestar las ideas construidas desde el poder, que intenta matar en la cuna cualquier resistencia que ponga en peligro los planes de la nueva alianza oligárquico-burguesa imperial.

No hay mejor educación para los pueblos que la lucha misma y, como vimos, 2024 muestra un crecimiento notable de la lucha antidictatorial.

En la medida que la crisis económica y social se profundiza, la ofensiva contra el pueblo desde el poder también se agudiza, como lo demostró a fin de año y a inicios del presente, expulsando a miles de trabajadoras y trabajadores del sector público, liquidando sindicatos, y avanzando en legislación que contradice la voluntad popular, como es el caso de la reactivación de la minería metálica.

En el campo popular la movilización demuestra ser el camino, así como la organización, las denuncias y la comunicación activa con el pueblo. Superar la fragmentación es la tarea del momento. La realidad nos demuestra, en la historia y en la vida cotidiana, la vital importancia de la unidad en la acción y de la construcción y fortalecimiento de los instrumentos de lucha popular adecuados para la etapa.

Hoy, ante el avance de las multinacionales, de la entrega de la soberanía, de la declaratoria de guerra ambiental contra la nación por parte del poder gubernamental, de la decidida ofensiva inmobiliaria elitista, para expulsar al pueblo llano de su hábitat natural, sea éste el Centro Histórico capitalino, el litoral costero marino, o las montañas y volcanes pretendidos para explotación y goce exclusivo de élites parasitarias, aparece en el horizonte la necesidad de construir un amplio frente de unidad popular y de salvación nacional, capaz de defender la vida, la riqueza de la nación y el futuro de generaciones actuales y por venir que, de otro modo, sólo tendrán la opción de una vida miserable o la migración forzosa.

Superado el amargo tránsito de las derrotas de 2019 y 2021, el FMLN deberá sumarse, con su enorme bagaje de experiencias, a esas luchas calle a calle, codo a codo, barrio a barrio, cantón a cantón, despertando el espíritu que hizo reconocer a los pueblos del mundo la capacidad, inteligencia y valentía de un pueblo indoblegable que, a pesar de los intentos por borrarla, sigue con su memoria intacta.

No será fácil la tarea. A finales del año pasado se conocieron los datos de Latinobarómetro al que hicimos referencia en la parte I de este análisis. Allí se determinaba, en el caso de El Salvador, la tendencia manifiesta mayoritaria de la población a autodefinirse de derecha:

“América Latina se corre a la derecha desde 2020. Por segundo año consecutivo aumenta de 5 en 2020 a 5.2 en 2023 y a 5.4 en 2024 el promedio donde se autoclasifican los ciudadanos en la escala izquierda-derecha donde 1 es la izquierda y 10 la derecha […] El país más a la izquierda es México (4,4), y el más a la derecha es El Salvador (6,8)[…] Los países con menor porcentaje de población que se ubica en la izquierda son El Salvador (6%) y Argentina (13%)”[2]

Un dato final para quienes creen religiosamente algunas encuestas de opinión que ponen al autócrata en niveles inalcanzables (e irreales) de popularidad. El 65% de los salvadoreños afirmaron a Latinobarómetro 2024 que creen que la población del país no dice lo que realmente piensa cuando se les pide que expresen su opinión política y que hacerlo tiene consecuencias negativas personales. La investigación encontró que solo un 8% de los salvadoreños dice expresarse a través de redes sociales; un poco más, 14%, expresa sus opiniones políticas en familia y 12% lo hace entre sus amigos.

Un 63% de salvadoreños dijo que no suele opinar en ninguno de los círculos sociales –ni redes, ni familia, ni amigos–índice que ocupa el primer lugar en toda América Latina en autocensura política, que tiene un promedio de 44% en la región.

No sorprende, como tampoco el hecho de que las tendencia autoritarias sean muchas veces preferidas a la democracia. Representan tendencias históricas continentales, y tienen que ver con la penetración cultural del neoliberalismo en la vida de nuestros pueblos, así como con la degradación de un modelo de democracia que no responde a las necesidades de las mayorías. Los datos no son más que indicativos que debemos saber utilizar para comprender aspectos de la realidad Nuestroamericana.

Lejos de la inercia de la aceptación, deben también constituir herramientas para avanzar en los niveles de conciencia y educación popular, hasta revertir esas tendencias negativas. Nada es para siempre, menos aún este mundo convulso con un imperio en decadencia, aferrado desesperadamente a un pasado hegemónico que se diluye. Sus socios en nuestros países gobiernan. Nuestras tareas son claras: construir con el pueblo los instrumentos de su autodefensa, no solo para sobrevivir sino para vencer. 2025 es un año de definiciones. Aprovechémoslo.


[1] A modo de ejemplo, la tasa de densidad sindical en el sector manufacturero en EEUU en 1984 representaba el 26% de todos los trabajadores en ese sector; para 2015 ese porcentaje había menguado al 9.5%, y desde entonces no ha dejado de reducirse, en la medida que el modelo económico-cultural se profundiza. Ver Determinantes del declive sindical en Estados Unidos

[2] Informe Latinobarómetro 2024. La democracia resiliente

Autor

  • Raúl LLarull

    Raúl Llarull (Buenos Aires, Argentina). Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Nacionalizado salvadoreño, es miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, de El Salvador.

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