Una lágrima por las madres refugiadas de la Caravana Centroamericana
¿Qué se hizo de Blanca, la madre de tres hijos, el alma de la caravana de hondureños que llegó a Tapachula, Mëxico? ¿En dónde está? ¿Está bien? ¿Vive? La hija, la que llora y rompe el corazón en el video a continuación, ¿vive? ¿no la maltrataron?
Un video de Tupac Saavedra y Damia Bonmati abrió las compuertas de mis lágrimas el otro día.
Es una entrevista, un seguimiento, de Gen R (Generación Resistencia) con María y sus tres hijos. No llegué a captar el apellido, pero vuelvo a ello. María huyó de Honduras. Porque primero, dice mientras camina, mataron al padre de sus hijos. Luego le quitaron la casa. “Yo a Honduras no vuelvo”, y es resoluta y diestra y lleva a sus niños como Madre Coraje. Una heroína de las verdaderas.
Está en Jeremías 31,15: “Esto es lo que ha dicho Jehová: ‘En Ramá se está oyendo una voz, lamentación y llanto amargo; Raquel que llora a sus hijos. Ha rehusado ser consolada acerca de sus hijos, porque ya no están”.
https://fb.watch/74Dcg3wk5e/
También llora otra María, María la sirvienta del poema de Juan Gelman al que puse música hace 45 años, cuando todavía creía y componía.
No los llora, los salva
Pero esta, nuestra María no los llora sino que los salva. Camina con sus tres hijos, que caminan con ella. Se les rompen las zapatillas y se muestran uno al otro las ampollas y las llagas, en silencio y sin quejarse. Y adelante.
María es pequeña y delgada. Tiene 29 años, dice la voz en off en inglés. Es bonita; en la tensión parece mucho mayor. Pero la caminata forzada la va transformando, agigantando.
María es parte de la caravana migrante de Hondureños que salió hace semanas de su país, con una mano adelante y una mano atrás. Eran unos cuatro mil. Crecieron en el camino cuando otros se les unieron como “compañeros de esperanza”.
Algunos, han llegado a Tijuana y están golpeando las puertas de nuestro país. Que, convenientemente ha cerrado este gobierno sordo y cruel.
También en Tijuana los han rechazado. Les gritaron y amenazaron. Lo recordaremos en esta canción del chileno Luis Advis, solo cambiamos Iquique por Tijuana.
Se han unido con nosotros
compañeros de esperanza
y los otros, los más ricos,
no nos quieren dar la cara.
Hasta Iquique nos hemos venido
pero Iquique nos ve como extraños.
Nos comprenden algunos amigos
y los otros nos quitan la mano.
Es joven y sonríe
María, la de Honduras, todavía es joven y sonríe cuando alguien le sonríe y ofrece refugio por una noche. También los niños sonríen porque son niños. Aunque no tengamos agua para tomar. Aunque no hayamos desayunado.
María, les decía, ya es líder, arenga, dirige al resto: “¡Vamos al río! ¡Todos al río!” Al río van, para cruzar a México, que es donde comenzará otro capítulo, parte de las tres mil millas que los separan del sueño.
Esta historia, claro, no es única. Lejos de serlo. Ni siquiera es la única entre las recogidas por los periodistas. Cambian de nombre y circunstancias, pero “la pobreza es la misma”. En CNN, se llama Gabriela Hernández Para ABC se llama Glenda Escobar.
Historias de heroísmo y de amor
Miles de millones de historias personales hacen la historia humana. Como la de María, llenas de heroísmo y determinación, de amor insondable. Pero también de una gran tristeza porque no hay soluciones, solo repeticiones de las desgracias.
En un post en facebook comentando el video conté brevemente una historia: la de mis abuelos, que huyeron de los pogroms en la zona de Ucrania donde les era permitido a los judíos habitar. ¿Qué año era? No recuerdo. Quizás el año 15.
Antes, en la revolución rusa de 1905, la derrotada, un chico de 25 años llamado Lev Davidovich Bronstein fue líder, después arrestado, después exiliado, cuando cambió su nombre a Trotsky. Fue tío abuelo, o bisabuelo, en la familia de la madre de mis hijos. A él lo mató, en definitiva, un compañero. Igual que, y perdón por la disgresión, a Roque Dalton. ¿Ven? Se repite.
En otra aldea de Ucrania, ese mismo año, los cosacos mataron también a mi bisabuelo del lado de mi madre cuando lo vinieron a buscar por revoltoso. La familia tuvo que huir.
En otra, mis otros abuelos, jóvenes ellos, lo dejaron todo, como refugiados cruzaron un río que no se llamaba el Río Grande pero hubiera podido serlo. Después, me contaba mi abuela Rebeca llorando, llegaron a Odessa con la idea de zarpar a Palestina, Tierra Santa. ¿Adónde si no? En aquel camino, hace más de un siglo, murió su bebita, mi tía, y siguieron con un hijo mayor, Moisés Lerner que vivió hasta los 85. Llegaron. No fue Jerusalén. Hubiera podido ser Nueva York, pero fue Buenos Aires, la Reina del Plata, donde en 1918 nació mi padre.
La estela de muerte sigue y amenaza y revolotea sobre mi pasado y la caravana y me pesa como una losa en el pecho. Pero María, dice el video, María se salvó.
María se salvó
Gracias a su insistencia, valentía, tesón. Y gracias a los periodistas se supo que eso había pasado, y que la refugiada sobrevivió. Que no la asaltaron en el camino como a otros. Que no le violaron a su hija como a tantos. ¿En dónde está?
Sigo pensando en María y retrocedo a mis primos y tíos asesinados en el Holocausto, y a mi suegro que después de sobrevivir Auschwitz no quiso seguir más. Acariciando en mi mente las imágenes de María y sus tres hijos acaricio y respeto y recuerdo y lloro a mis propios antepasados que también fueron refugiados.
Que también fueron inmigrantes, como nosotros, los que escribimos esto con la historia sobre el pecho, los que leemos.
Y solo nos queda llorar y seguir adelante, esperando, cada vez con menos convicción, que se ablanden los corazones de la gente. Y recordar nuestra juventud, cuando nos movía la esperanza. Era igual, y cantábamos, ilusos, esto:
Tanta distancia y camino,
Tan diferentes banderas
Y la pobreza es la misma
Los mismos hombres esperan.
María parece mucho más que sus 29 años, repito. Hasta que sonríe. Entonces nos aliviamos, porque, creemos, esperamos, rezamos, que todo va a estar bien.
La vida marea, pero por el momento, continúa.
Pensé en buscarla
Y ¿para qué necesitaba del apellido? Porque pensé en localizarla. Primero, por instinto periodístico. ¿Qué fue de ella y de sus hijos? ¿Están sanos y salvos, en Tapachula, realmente? Pero también por metiche humanístico y quijotesco. ¿Cómo puedo ayudarles?
Así, así puedo. Haciendo lo mío: editando un diario que se publica todos los días, como servicio para la gente como María. Escribiendo aquí, donde “me quito el rostro y lo pongo encima del pantalón” (jugaba Silvio Rodríguez). Aquí puedo invitar, como invité por el mismo facebook, a quien aún es capaz de llorar a llorar conmigo.
Como llora esta niña, quebrándome el corazón, en el minuto uno del video: “Nosotros», dice «no tenemos ni padre ni nadie que nos ayude”.