El título viene a cuento de la traducción de un poemario de Amanda Gorman (Los Ángeles, 1998). La poeta, desconocida hasta la ceremonia de toma de posesión de Joe Biden, en la que recitó el poema “The hill we climb”, ha despertado el interés de los lectores, y su consiguiente interés por traducirse. El caos se ha producido cuando los agentes de la poeta han exigido que las traducciones las realicen mujeres jóvenes y de origen afroamericano.
El mimetismo sicológico y cultural en la traducción no es un requisito de reconocido valor. Se prioriza, aparentemente, clonar las características del autor. Descansa el enfoque en la creencia de que cuanto mayor sea el parecido entre traductor y traducido, traducida en este caso, el producto final será de mayor fidelidad.
Este criterio de selección de la traductora destapa situaciones ridículas. Por ejemplo, una mujer no podría ser traducida por un hombre, y viceversa. Las traducciones por profesionales de grupos sociales o étnicos distintos serían desechables automáticamente. Así ha ocurrido que la editorial Meulenhoff, que había elegido a Marieke Lucas Riejneveld para hacer la traducción al holandés, haya sido criticada por darse el caso de que Riejneveld es europea y tiene 30 años. Y la poeta solo 23. ¿La estarán llamando vieja?
Llevado un paso hacia adelante, si un traductor tiene que cumplir con requisitos tan estrictos, igual ocurriría en lo que afecta a la comprensión textual. En el caso de Amanda, la autora, que fue a España a estudiar a Lorca en el 2019, cabe preguntarse cómo se impregnó de su poesía. ¿Cómo pudo acceder a un autor de otro sexo, ya desaparecido, y culturalmente tan remoto? Contradice lo que se predica.
No parece muy inteligente por parte de los representantes de la poeta imponer condiciones tan exclusivistas. Su enfoque nos llevaría al absurdo de que a un idiota solo lo puede traducir otro idiota. ¿Y quién se atrevería a traducir la palabra de Dios? Tendríamos que contratar a otro Dios.
Es error ya viejo entrar a la discusión de si hace falta matar a alguien para escribir sobre asesinos. No se hace necesario.
Un traductor debe esencialmente saber traducir. Es una profesión. No basta hablar idiomas, ni ser bilingüe. Igual ocurre con la interpretación. En un hospital, un enfermero bilingüe no puede, ni debe, interpretar profesionalmente. O bien tiene el hospital a un intérprete de plantilla o se hace la interpretación en línea.
Los traductores se especializan. Nadie puede traducir de todo. La poesía se caracteriza por poseer más dificultades artísticas que lingüísticas. Un traductor de poesía experto debe ser buen poeta antes que afroamericano, joven y antirracista. Te recuerdo Amanda, la calle mojada.
Luis Silva-Villar, profesor de Lengua y Lingüística
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