Uno de los aspectos más espeluznantes de la pandemia del coronavirus es cómo ataca y se ensaña con los ancianos. En particular aquellos que viven postrados y muy cerca uno del otro en sus camas, en los centros de asistencia para mayores.
Los ancianos son indefensos y están a merced del virus que los enferma y muchas veces los termina matando.
La tercera edad, ignorada
Hasta hace pocas semanas las cifras de muertos en los asilos para “la tercera edad” ni siquiera se tomaba en cuenta para las estadísticas oficiales. Cada uno de esos establecimientos es más o menos autónomo, independiente y sus prácticas sanitarias varían entre sí de una manera asombrosa. Recién ahora se están unificando criterios para entender la situación, condición previa a poder tratar de controlarla.
En California, 735,000 ancianos viven en 3,588 establecimientos especializados, separados de sus familias y hogares, cercenados de la vida. Y si bien en California la situación general es menos dramática que en Nueva York y las medidas de prevención funcionan, cuando se trata de residencias de ancianos y centros de asistencia la situación es diferente. Parece otro mundo. Otras reglas. Como que el ángel de la muerte se haya asentado en esos lugares y se resiste a irse.
Uno de cada cuatro tiene víctimas
Hasta el 20 de abril, se han reportado casos del coronavirus en el 25% de los centros residenciales para ancianos en California.
Es más, en el condado de Los Ángeles, el 30% de los fallecidos por el COVID-19 son residentes de centros de asistencia para ancianos, porcentaje que sube a 70% en la ciudad de Long Beach.
Pero la información correcta y actualizada, más que la norma, es la excepción. Muchos hogares de ancianos carecen de datos actualizados y los pocos disponibles son parciales e inexactos.
La información existente por otra parte, es proviene de fuentes individuales y privadas y no gubernamentales, al menos hasta el momento. Y fuerza es reconocer que no existe transparencia en la información que las agencias responsables dan acerca de la situación en los centros para ancianos. Esto quizás emana de que las instituciones mismas, en su mayoría privadas, no están interesadas en dar a conocer la cantidad real de contagios. La prohibición de visitas contribuye a mantener los secretos. No les conviene y en consecuencia, callan.
La cantidad de tests a disposición de los centros para ancianos es tan exigua que los números necesariamente son inexactos. Aparentemente algunos centros se resisten a hacer más exámenes para evitar aparecer a la cabeza de la lista de lugares con enfermos y sufrir una imagen negativa.
Así, un médico reportó que en el centro Stoney Point en la ciudad de Chatsworth un enfermero le impidió efectuar un examen diciendo que la administración lo prohibía. El médico reportó la institución al gobierno.
Números inexactos
Hace tres semanas el Centro Gateway de Rehabilitación y Cuidado en la ciudad de Hayward, condado Alameda, informó de 13 muertos y un total de 62 casos. Pocos días después el gobierno estatal contó allí mismo 102 casos.
De cualquier manera los números son alarmantes. En Brier Oak, sobre la calle Sunset en Los Ángeles, 63 miembros del personal salieron positivos, así como 80 de los residentes. En el Country Villa South Convalescent Center de Palms, fueron 58 pacientes y 15 miembros del personal. En Silver Lake, en el Garden Crest Rehabilitation Center, son 35 empleados y 35 pacientes. En el Centro de Salud Redwood Springs del condado de Tulare, 106 residentes y 50 empleados dieron positivo. Contrariamente a otros lugares se sabe la cantidad de fallecidos: 10, todos residentes. Cuatro más están en cuidados intensivos.
La lista del gobernador
Además, la oficina del gobernador Gavin Newsom dio a conocer el lunes 21 una lista de centros para ancianos donde se declararon casos del coronavirus. Pero es muy parcial y contiene solamente 21 centros en solo 5 de los 58 condados del estado. No incluye establecimientos en donde se sabe que hubo muertos, en los condados Contra Costa, San Mateo, Santa Clara.
Experiencia personal
Conozco los centros de ancianos de cerca, porque mi madre, que fue profesora universitaria de literatura en español, pasó los últimos años de su vida en dos de esos lugares, languideciendo paulatinamente a medida que el Parkinson y el Alzheimer avanzaban en su mente y la separaban paulatina, inexorablemente, de su propia personalidad.
Conocí entonces los pasillos donde deambulaban los ancianos como fantasmas, vestidos de sus propias sábanas, la mirada perdida. O las reuniones de canto o de oración donde esos niños en cuerpos de viejo finalmente sonreían. A medida que la senectud avanzaba perdían la habilidad de comunicación y en definitiva el contacto con quienes los rodeaban.
Pero también aprendí que en la mayoría de esos lugares no existe suficiente equipo médico,doctores o enfermeras, sino que se basan en la cercanía a algún hospital y en el servicio de ambulancias.
Pretender que ese entorno no constituye un terrible caldo de cultivo para el contagio de una epidemia es vivir en una ilusión.
El personal huye
De ahí a convertirse en fábricas de enfermedades el camino es breve. El peligro acecha no solamente para los internados sino para el dedicado equipo que se encarga de mantenerlos con vida. Cuando estalla la enfermedad entre los ancianos algunas veces el equipo puede sentir el abandono en que los sumió el sistema y a su vez abandonan el barco.
A principios de abril, las enfermeras y demás personal del Centro de Rehabilitación y Asistencia Magnolia, en Riverside, debió cerrar. El gobierno evacuó a todos sus residentes, después de que 34 ancianos y cinco trabajadores enfermaron con el coronavirus. El resto del personal, 12 personas, huyó por su vida. Los 83 pacientes restantes fueron enviados a otros centros.
El Centro de Salud Orange, en Buena Park no tiene máscaras, por lo que las hacen de fundas o de sábanas viejas. No tiene material para sanitizar las superficies, por lo que el personal trae lo que tiene en su casa o trata, sin mucho éxito, de comprar por su cuenta. No tiene uniformes esterilizados, por lo que usan gabardinas, también de propiedad del personal. ¿Equipos de test? No hay. Sin embargo, son el epicentro de la enfermedad. ¿Qué hacer, adónde ir?
Para estabilizar la situación, para que los centros para ancianos no se sigan declarando focos de enfermedad y muerte, se requiere un esfuerzo a nivel estatal y de condado, que incluya:
- suministro de todo el equipo de protección necesario para el personal,
- envío de kits de exámenes para discernir entre todos los que porten el virus y los sanos;
- envío de personal extra para no abrumar al existente;
- evacuación de enfermos a otros centros para proteger a los ancianos sanos, y
- compensación monetaria adecuada a los equipos de auxilio que son indispensables. Muchos de ellos trabajan en dos empleos completos y ganan entre $14 y $17 la hora. Una verguenza.
Gabriel Lerner es el director editorial de La Opinión.
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