Aristóteles sostuvo que el hombre es un animal político, o sea que todas las acciones humanas tienen una finalidad política, trátese de dividir el trabajo entre hombres que salían a cazar y mujeres que se quedaban a resguardar la vivienda y cumplir otras tareas, o entre líderes políticos y una sociedad de masas que aceptaba ser dirigida. Hay sin embargo quién lo traduce diciendo que el hombre es un animal social, lo que cambia significativamente el análisis, porque habría que determinar en que momento las relaciones sociales se convierten en políticas.
El contenido político de las acciones y su dimensión
Una madre que enfrenta y administra la rebeldía del hijo siente actuar socialmente sin medir-notar que afectar la conducta de su hijo puede tener un componente político, tanto dentro de la familia como al transmitirse en la escuela. Una joven que sale encapuchada a romper vidrios actúa políticamente sin ser consciente o tal vez siéndolo, de que esa acción podrá tener repercusiones mayores. Mientras que la rebeldía de ambos jóvenes tiene un mensaje transgresor, su dimensión política y la respuesta que recibe difiere.
Muchos siglos después, Max Weber distingue entre el político por vocación, que se entrega a la política, y el político como profesión que vive de la política. En nuestro tiempo se registra una mayor prevalencia del segundo, y tal vez por eso vemos más corrupción.
Ambos pensadores tienen razón, no obstante la distancia entre ellos, ya sea en el tiempo, sino en el tamaño de las sociedades y sus instituciones políticas. La estructura social es distinta, igual que la educación e información de la sociedad, pero también son distintos los mecanismos de manipulación social y política por parte de los políticos. Todas actuamos generando efectos políticos aunque no pensemos en esa dimensión ni seamos conscientes del impacto político de nuestras acciones.
Si es correcta la percepción de la actividad humana como acción social o acción política y su relación dialéctica, o sea que se influyen mutuamente, ¿por qué entonces se percibe la distinción entre políticos y no políticos?, ¿por qué hay quien cree que sumergirse en la llamada sociedad civil no representa ser político?.
Las situaciones puras no existen
El intento de tratar de desaparecer políticamente es un acto político, o ¿por qué un analista sostiene no ser político, aunque al publicar sus reflexiones y análisis está buscando impactar de alguna manera al universo que lo lee? La respuesta está en las esferas de acción y sus prácticas concretas, aunque no hay situaciones puras. El analista, si no interviene directamente en las estructuras de poder aunque llegue a tener roces con los políticos debido a su investigación o al deseo de que sus reflexiones sean tomadas en cuenta, entonces no debe considerársele como político.
La distancia en el tiempo entre nuestros autores, ha registrado la diversificación en la sociedad y ha generado una especialización de los roles. El ciudadano llamado común y corriente parece aceptar su condición de ser dominado lo cual es una actitud política, pero esto no es una regla. Tomemos el caso de un artista que en sus representaciones busca propiciar cambios culturales y hasta de toma de conciencia política, ¿acaso la actuación puede considerarse como un hecho político?. Mientras, el dominador al que denominaremos político juega a dominar, para lo cual tiene que vencer a otros como él. El analista trata o debe de ubicarse entre el dominado y el dominador, entre el ciudadano y el político lo que no siempre es factible. Al hacerlo lleva una postura, valores e ideología, que comparte hacia ambos niveles.
La postura en la que se encuentra el observador
Eso que una parte de las Ciencias Sociales denominó como la participación objetiva es un mal invento de alguien que creyó que el investigador o analista podía ponerse por encima de todo, empezando por el universo a estudiar. En el sentido político, la objetividad entendida como postura neutral no existe. Cuando un analista describe un problema, lo analiza y eventualmente prescribe una línea de acción, parte de una postura subjetiva, aunque eche mano del método científico que reclama una observación acuciosa y sin prejuicios de un fenómeno. Esto último es un punto menos que imposible.
A final de cuentas la relatividad de los fenómenos socio-políticos depende de la postura en la que se encuentra el observador, y esa postura implica intereses personales y grupales. A final de cuentas el analista es parte de una clase social y de un marco socio-político que influyen en la dirección de sus indagaciones y recomendaciones.
Le comenté a un famoso politólogo que yo le estaba dando seguimiento puntual en los medios a la guerra en Medio Oriente. Le pregunté si él estaba escribiendo algo al respecto y me respondió que no ve noticias en la guerra porque todo es mentira y su opinión que es política por si misma, es de peso entre los políticos. Para él la distancia temporal es más importante que tratar de montarse en un suceso político para influirlo.
Tal vez debamos recuperar a Aristóteles y ser conscientes de nuestro papel social y político. La democracia nos lo agradecerá.