La Navidad y el verdadero significado del amor
Con independencia de su vertiente religiosa, este es un momento de reflexión sobre lo que percibimos de manera negativa. Puede que al hacerlo ganemos en comprensión
Hay culturas como la japonesa que no pronuncian la palabra “amor” fuera de la solemnidad de su sentido universal. Nos lo dice Lajos Zilahy en «El crepúsculo de cobre». Se busca, entendemos, dar prioridad a mostrar este sentimiento primario sin mediar la propia palabra. La RAE nos dice del amor en su segunda acepción: “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Así descrito, el enfoque japonés tiene el encanto de cómo hacer efectivo el “amar”.
El poder de las palabras
Se viene a estar de acuerdo, más allá de las palabras, en que el amor se siente. Las palabras se las lleva el viento, decía el poeta. Hoy cualquier cantante le dice gratuitamente a un público que desconoce: “los quiero”. Es spanglish cultural. Suena a “I love you”. En cualquier caso, el escenográfico verbo “amar” tiende a ser sustituido en la conversación informal. Todos sabemos que “dar la prueba de amor” no es necesariamente “amar”.
La ocultación de palabras en la sociedad tampoco es motivo de gran extrañeza. Vemos que hay culturas que evitan la palabra “Dios”, que pasa a ser el “Innombrable”. Incluso se llegan a eliminar las imágenes sagradas en los templos. En el pasado discurso a la nación, Biden evitó decir la palabra “Trump”. No quiso convocarlo. La superstición llama al diablo.
Lo contrario a lo anterior es insistir en algo hasta la saciedad, aunque no sea verdad. Repetir una mentira cala en la población, por eso la expresión “te lo crees todo” tiene razón de ser. En algunas partes se habla de bulos y desinformación. No resulta tan sencillo, sin embargo, declarar delito la mentira porque los tribunales se verían abocados a definir qué es verdad de forma absoluta. Y eso es una causa perdida.
Un tiempo de reflexión
Un ejercicio de cierta dificultad consiste en comparar “amar” con “odiar”. Si eliminamos la palabra “odio” para el sentimiento negativo con que en ocasiones se percibe al hispano (u otras minorías) y lo llenamos de contenidos que lo materialicen, puede que ganemos en su comprensión. Porque el odio se siente igual que se percibe el “amor” de los japoneses que nos describe Zilahy. El que lo percibe vive en perpetua desventaja social y emocional. Se rechaza de la persona odiada: la pobreza, el color de la piel, se desprecia su cultura, su educación; se fomenta el miedo y una sensación de desagrado general te inunda.
La Navidad, con independencia de su vertiente religiosa, es momento de reflexión sobre el propósito de “amar” y “odiar”. “Ser amado” y “amar” eran dos verbos distintos en latín (amare, amari), hoy solo uno: “amar”.