Roque Dalton contra sus asesinos
El sábado 10 mayo de 1975 el poeta Roque Dalton fue asesinado. Una de las figuras más conspicuas y carismáticas de la literatura latinoamericana del siglo XX, y en particular de la poesía, tuvo que desarrollar la mayor parte de su obra fuera de su país natal, El Salvador, vinculándola sin desgarramientos ni contradicciones a actividades políticas desde su militancia de izquierda.
En 1969 obtuvo el Premio Casa de las Américas por el poemario Taberna y otros lugares, obra de madurez, importantísima en la nueva poesía latinoamericana, y caracterizada por una manera muy suya que mezcla, indistintamente, lirismo, agudeza e irreverencia. Roque dio un testimonio imprescindible para iluminar un poco mejor, debido a ese sismógrafo que solo tienen los verdaderos poetas, la Primavera de Praga (1968).
Consecuente con sus ideales, Roque Dalton regresó a El Salvador para involucrarse en actividades revolucionarias, pero fue ejecutado por una facción del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una de las cinco organizaciones que se unieron en 1980 en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMNL).
Sus asesinos, no precisamente presuntos después de “El asesinato de Roque Dalton, mapa de un largo silencio”, de Lauri García Dueñas y Javier Espinoza, fueron Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez.
Una demostración concreta de hasta dónde las disensiones pueden desnaturalizar las relaciones interpersonales y humanas dentro del mismo campo: se empieza por la retórica acusatoria, pero al final se puede terminar en el derramamiento de sangre por presunciones hegemónicas, por la idea de ostentar una condición de vanguardia que ellos mismos se otorgaron y por creer tener la Verdad, así con mayúsculas, en la mano.
Solo que esa verdad era tan manipulada como infame: lo acusaron de ser “agente cubano”, luego “agente de la CIA”. Y también de “bohemio pequeño burgués”.
La excusa perfecta para apartarlo del camino y eliminarlo. El fin justifica los métodos, a la manera estalinista. Un tribunal de siete miembros dispuso de su vida. No se sabe con toda certeza si lo fusilaron o lo ejecutaron de un tiro por la espalda o en la nuca.
Hasta hoy sus asesinos han quedado impunes, a pesar de los recursos legales interpuestos por la familia Dalton durante más de dos décadas. Un viejo problema que ahora podría enmendarse.
Juan José Dalton, uno de los hijos de Roque Dalton, presentó una demanda de amparo ante la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) exigiendo anular el sobreseimiento definitivo a favor de Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez, fundador y Comandante Jonás del ERP, respectivamente. Y la demanda ha sido admitida.
Dalton sostuvo que los gobiernos del FMLN han encubierto a Meléndez al ratificarlo en el cargo de secretario de Vulnerabilidad y director de Protección Civil. “En esta demanda que llevamos ante la Sala, pedimos que se investigue a los encubridores. Consideramos que los encubridores son Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén”, dijo Dalton.
Según un comunicado de prensa de la Sala de lo Constitucional, de aquí para atrás se ha vulnerado “el derecho a la verdad de la familia Dalton, por la supuesta omisión del Fiscal de investigar los hechos denunciados y por la presunta denegación de acceso a la justicia por parte de las autoridades judiciales que conocieron del caso en sede ordinaria”.
Ello supone la apertura de un proceso, empezando por la localización de los restos del poeta y del líder obrero Armando Arteaga, Pancho, asesinado junto a él.
En las nuevas circunstancias, este crimen de lesa humanidad –lo que siempre ha sido– coloca al Estado en una posición clara y distinta. Se ha dicho con razón que no investigar el crimen de Roque Dalton equivale a asesinarlo dos veces.
“La poesía, como el pan, es para todos”, escribió el poeta.
La justicia también. Ojalá que, finalmente, sea servida. Se habrá cumplido entonces la proyección de Eliseo Alberto Diego: “Pobres comandantes que no murieron en campaña porque el fantasma travieso de Roque Dalton les hará la vida imposible, hasta que se sequen de viejos, despreciados por sus hijos. Como dijo mi padre de los que mataron a Federico García Lorca: ‘Dios los perdone, yo no puedo’”.
Publicado originalmente en ContraPunto.