Haití, sin tiempo para respirar
Ahora, en medio de la interminable sangría de Haití, en medio de un pasado siempre ligado a su tragedia, me vienen los versos de uno de sus mejores poetas, León Laleau:
Este corazón obsesivo que no concuerda
Ni con mi lengua ni con mis ropas
Y sobre el que muerden como un arpón
Sentimientos prestados y costumbres
De Europa. ¿Sentís este sufrimiento
Y este desasosiego a ningún otro igual
De domesticar con palabras de Francia
Este corazón que me vino de Senegal?
Después de convertirse en el segundo país del continente en proclamar su independencia en 1804 (y primero en proclamar el fin de la esclavitud), Francia lo obligó a pagarle una indemnización de 150 millones de francos (unos 21 mil millones de dólares al día de hoy) como parte de las “reparaciones” por la pérdida del trabajo de los esclavos. Los haitianos estuvieron endeudados por más de un siglo hasta que en 1947 terminaron de pagar semejante infame “deuda”. Como resultado de este pago, Haití se ha mantenido con una deuda casi impagable con los bancos europeos, que le han cobrado millonarios intereses y que ha contribuido a perpetuar su miseria.
Los Estados Unidos se negaron a reconocer la independencia de Haití porque representaba darle la libertad a sus propios esclavos. A lo largo del siglo 20 y hasta el presente, los Estados Unidos han apoyado sangrientos dictadores como los Duvalier (Papa Doc y su hijo Baby Doc). Ahora, después del asesinato del presidente Jovenel Moïse, el nuevo gobierno le pide a Estados Unidos que mande tropas para ayudar a estabilizar al pequeño país, el más pobre del continente. Es decir, más de lo mismo. Como dijo también otro destacado poeta caribeño, Edouard Glissant, “Haga lo que haga el hombre, el grito echa raíces”.
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