Un argentino en Cuba (Parte 3)

Parte 3: Las diferencias

Las polémicas sobre el grado de igualdad socioeconómica que resulte posible en la sociedad cubana, son otro de los tópicos inevitables de cualquier discusión sobre la realidad del país, desde hace medio siglo. El socialismo cubano, tan particular como cualquier otro sistema, desde que resulta de una determinada cultura, historia y circunstancias que lo construyen, busca hoy desde lo doctrinario una sociedad lo más igualitaria posible y ya no la paridad social absoluta.

Desde hace aproximadamente una docena de años Cuba busca su destino en la capacidad perseverante del ciudadano y en la misión irrenunciable del estado de defender el bienestar de todos. Se trataría entonces de que el aparato estatal, herramienta que el pueblo necesita orientar al logro de fines sociales que se reputan necesarios y deseables, se haga presente tan intensa como continuamente, para controlar, fiscalizar y proteger los derechos de los indefensos.

Los ´individuos´

Mas resulta que en Cuba también hay individuos. Llamamos así a un porcentaje de isleños que ven su destino separado de su pertenencia social. Para ellos el estado los ahoga, los reprime impidiendo la iniciativa personal libre. Son los que desearían progresar económicamente aunque sea en detrimento del otro. Ven al estado como rival y tienen un problema que les es común: prescinden de la historia anterior a 1959. Así lo expresan algunos cubanos que libremente nos confiesan su disidencia, quejándose de los defectos del sistema demasiadas reglas, límites estrechos, no podemos progresar, nos dicen.

Un blanco de críticas suelen ser los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), de cuya función nos ocuparemos después; «son nidos de chivatos (alcahuetes) del gobierno, fanáticos y obsecuentes» se quejan. Son pocos, un 20% calculan aquí, y solo en La Habana. La fantasía de vivir en Miami o Europa está presente en estos cubanos y, como toda ilusión, prescinde de los muy probables efectos negativos de una emigración, que a veces desembocan en la miseria e incluso en la muerte. Y Cuba garantiza a todos sus habitantes, sean partidarios o no del gobierno socialista, los mismos derechos y obligaciones.

La nueva libertad económica

La progresiva y cauta apertura de Cuba a la iniciativa individual pareciera querer atender tres fines al menos: dinamizar la economía, dar señales al exterior que favorezcan acercamientos y satisfacer el deseo de consumir. Se observa así el crecer embrionario de un sector de la población al que puede verse consumiendo en los Centros de Compras (símil estatal del shopping occidental): negocios textiles, calzado, regalos, alimentos y esparcimiento para menores, bajo una misma superficie. Una clase media quizás en ciernes, reflejo de la libertad económica que aparece a cuentagotas y no exenta de peligros.

El turismo

Y el otro fenómeno que colorea la vida cubana con tonos nuevos es el turismo masivo. En 2015 se superaron los 3 millones de visitantes, de todo el mundo, marcando un récord para la actividad que provee de abundantes divisas al país. Lo que a su vez garantiza importaciones claves. Pero, como suele suceder ante cambios profundos, se guardan lógicos temores por la probable alteración de costumbres y leyes en un sentido negativo.

Dos años atrás nos lo expresaba con temor un funcionario: están llegando desde Cancún los primeros grandes cruceros; verdaderas y millonarias ciudades flotantes que efectuarán en la isla unas 10 paradas de un día en distintos puertos, varias veces al mes. Las calles se inundarán de golpe con 4 o 5 mil europeos o americanos de gran poder adquisitivo, proclives a gastar dinero en servicios ilegales, como la prostitución, la droga y el juego en sitios clandestinos, requiriendo la intervención de particulares cubanos que en su vida vieron 500 dólares juntos.

El Estado como reaseguro

Las diferencias, entonces, existen y son tan palpables como temibles. Reflejan las complejidades y peligros de un mundo donde Cuba gestiona su socialismo en relativa soledad, aflojados como están los lazos que hace unos años fortalecían más que hoy la unidad latinoamericana, con organismos como CELAC y UNASUR, que aún luchan pero han cedido protagonismo ante la ofensiva neoconservadora pronorteamericana.

Sin embargo es difícil pensar que por esto los cubanos vayan a aceptar la reproducción de esquemas de extrema desigualdad como la que se ve en el resto de la región. El abismo que podemos ejemplificar contrastando a Carlos Slim o a Bill Gates con un indigente mexicano o un homeless neoyorkino, no aparece ni por asomo en la realidad o en la perspectiva próxima de la sociedad cubana. Por el contrario, la presencia de un estado siempre atento a controlar la fisura social, constituye un reaseguro para el isleño de a pie. Esa presencia es la que ha modelado al cubano con el color de una tranquila estabilidad, en posesión de unos derechos permanentes que aseguran los costados básicos de la vida, derechos hoy en propiedad plena de un cuerpo social que muestra signos de salud en un mundo en crisis.

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