El Mundial de fútbol 1978, gloria y verguenza
Aquella semana de junio de 1978 Argentina había ganado la copa Mundial de Fútbol. El partido de la final entre ellos y Holanda lo vi con un grupo de amigos en un departamento en Tel Aviv, cercano a la costa del Mediterráneo. Con las persianas abiertas para aliviarnos del calor de la noche escuchábamos los alaridos de apoyo que frente a cada televisor daban los israelíes a los holandeses, con quienes simpatizaban políticamente y porque cuatro años atrás habían perdido injustamente la copa a Alemania.
Recuerdo que cuando Mario Kempes metió el segundo gol argentino, en el minuto 105, salimos a la ventana, mi exesposa Debora, joven y bella, y yo, a gritar a voz de cuello nuestra frenética alegría frente al silencio gélido del resto de Israel.
Pasaron unos días. En el boletín de noticias de la televisión israelí dicen de pronto que hay una realidad paralela en la Argentina, que fue silenciada durante el torneo, pero que un equipo de la TV holandesa había logrado traer de allí tomas de las Madres de Plaza de Mayo.
Las Madres, que arriesgando sus vidas protestan frente a la Casa de Gobierno y piden por sus hijos desaparecidos. A las que la revista Para Tí llamaba groseramente las Locas de Plaza Mayo.
Y allí aparecieron las mamás.
«Les rogamos a ustedes: son nuestra última esperanza. Ayúdenos, ayúdenos por favor. Son nuestra última esperanza», dijo esa mujer en la cinta en blanco y negro hace tantos años, a quien por el milagro del internet y de YouTube reencuentro ahora.
Vivos los llevaron, vivos los queremos, dirían. Aparición con vida, gritaron. ¡Por favor!, ayúdenos. Una tras otra con la voz entrecortada y el alma magnificada por la desesperación, contando su tragedia. El gobierno militar se lleva a los chicos. Desaparecen a cualquier hora del día. Que los torturan, que los matan…
La escena se fue colando, deslizando, volcándose en nuestra TV blanco y negro de nueve pulgadas. Debora y yo rompimos en llanto amargo, tan sonoro como nuestro alarido de victoria. Gritamos de dolor, rabia, despecho.
Sabíamos. Algunos jugadores, especialmente holandeses, franceses, boicotearon los juegos, liderados por Johan Cruyff. Otros se negaron a saludar a los dictadores. Pero eran «alegatos». «Afirmaciones». «Insisten».
Llegaron a Israel refugiados de la masacre sucia. Primos míos se exilaron a Suecia. David, un mejor amigo de la infancia, llegó a España. Una amiga en la secretaría de primer ministro Itzjak Rabín me contó sobre listas de desaparecidos que él presentaría a los dictadores durante su visita a Buenos Aires, y que surtió sorprendente efecto. En 1981 llegó a Israel Jacobo Timerman, fundador y director del extraordinario diario La Opinión, y quien fue desaparecido y torturado por los militares desde 1977. El, como otros sobrevivientes, sufrieron un recibimiento esquizofrénico de la comunidad argentina local: les abrían los brazos mientras comentaban sus torturas con el maldito «por algo será«.
¿Y dentro de la Argentina? Trataban de olvidar a través del Mundial. Pablo Ivan comenta la época diciendo que «Silencio, terror, ignorancia, indiferencia y en más de un caso complicidad, se unieron para que una sociedad hipnotizada por un Mundial conviviera con el horror».
¿Y la entrevista que vimos? Pablo Llonto, que escribió La Verguenza de Todos, escribe sobre ésta, que «La televisión holandesa instaló una cámara en la cancha de River para transmitir el primer partido del Mundial y a la misma hora puso otra en la Plaza de Mayo, donde las Madres iniciaban su ronda, en una época terrible, cuando todos las puteaban», cuenta Miguel Pisano, quien entrevista al autor para el periódico La Capital.
¿Cómo reconciliar el horror con el orgullo? Casi imposible. Cuenta ivan que «hasta la propia Estela de Carlotto, Presidenta de la Agrupación Abuelas de Plaza de Mayo, reconoció que, mientras ella lloraba en la cocina de su casa junto a su marido por su hija desaparecida, en el comedor sus cuñados y otros familiares gritaban los goles de Kempes».
En la ignorancia la sociedad argentina, cuyo eje social era el fútbol, estaba mortalmente dividida. Nadie se salvó. Nadie quedó inmune. Como en la Alemania nazi, quienes no sufrieron llevarán siempre el estigma de ser sospechosos de colaboración o al menos, de apoyo, de ignorancia cómplice.
Nadie se salvó, ni los jugadores. «Hay dos sectores», cuenta Llonto. «Uno se alineó con los militares y no hizo ningún tipo de autocrítica, entre los que se destacan Passarella y Fillol, y otro hizo su autocrítica y adoptó otra posición, como Houseman, Ortiz, Villa y Ardiles». Villa y Ardiles partieron poco después para Inglaterra, donde inaugurarían el éxodo ya crónico de jugadores argentinos y donde podrían hablar sin tanto miedo.
Así, Houseman dijo en una entrevista : “No sabía qué pasaba en el país. Hoy que lo sé, me da asco. Le di la mano a Videla; ahora preferiría cortármela”. Y Ubaldo Fillol: “Sólo sabíamos lo que decían los diarios argentinos. Pero ninguno de los jugadores torturó ni mató; al contrario, le dimos una alegría al pueblo”.
Las [bctt tweet=»1978. Las heridas no cerraron. Nunca van a cerrar. » username=»hispanicla»]heridas no cerraron. Nunca van a cerrar. Todavía se busca a los hijos -ya hombres y mujeres de 35, 40 años- de los desaparecidos, arrebatados a las madres prisioneras antes de matarlas. Todavía hay quienes justifican la matanza.
Y por encima de todo revolotea el fantasma de la incertidumbre: ¿y si Argentina perdía la final?, ¿si entraba la pelota de Rensenbrink que pegó en el palo en el último minuto después de superar a Olguín y Fillol?, entonces ¿se hubiera desprestigiado la dictadura? ¿hubieran escuchado más las denuncias en el mundo? ¿se hubiese detenido la máquina asesina? ¿se hubieran salvado algunas vidas?
Pero pasó lo contrario, la dictadura consiguió oxígeno político y duró varios años más.
Entonces, ¿dónde ponemos la verguenza por tanto orgullo que todavía sentimos?
Los argentinos en la Argentina confrontan la disyuntiva, y quizás lograron superarla. Alfredo Leuco, en Pagina 12, a 25 años de la victoria futbolística, escribe que la alegría permitió al pueblo manifestarse en las calles. al desatar «en el país el desahogo de una población sometida a las más oprobiosas presiones políticas y sociales.
La causa de los desaparecidos durante la dictadura que había comenzado en 1976, la lucha a nivel internacional por la defensa de los derechos humanos y la presión ejercida a nivel político y social por el logro de un triunfo deportivo hicieron que el grito del triunfo actuara como válvula de escape para millones de argentinos».
Ademas se te olvido comentar que por esa fecha Los dictadores preparaban una invasion a Chile, que hiubiera provocado una guerra absurda entre pueblos vecinos. El fracaso de los dictadores en esta expedicion belica, provoco el desastre de Malvinas 4 annios mas tarde. Tiempos duros los 70’s.
Saludos
El fut es pasión pero también es política. El fut es una forma de la gloria pero también es usado para ocultar vergüenzas y crimenes. Muy buen artículo sobre una historia triste.
Excelente reflexion! Creo recordar haber visto una noticia en la TV cubana o Granma por esos dias, donde se anunciaba que el ERP ofrecia a la dictadura una tregua con motivo del Mundial… Me parecio tan incomprensible…