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La verdad, por Laura Fernández Campillo

Decía François Rabelais, médico y escritor del siglo XVI, que “una de las obligaciones indiscutibles de una persona es decirle la verdad a los que quieres o respetas”.

Observando la actualidad internacional, comprobamos que “la verdad” se ofrece como una especie de dama hermosa; adulada por unos, envidiada por otros, e incluso atacada y odiada para regocijo de otros tantos.

Muchas han sido las discusiones a lo largo de la historia acerca de esta señora; si existe una verdad universal, si la verdad es aquello que considera cada uno como tal, o quizás, es simplemente un espejismo de una idea mayor a la que nunca podremos alcanzar desde nuestra mirada humana.

La cuestión, creo yo, debe de ser mucho más sencilla de lo que la planteamos, como casi todo lo que hacemos en nuestras vidas.

Justamente ayer observaba desde la ventana de mi cuarto, a una mosca endiabladamente persistente, que trataba de salir de mi casa por el pequeño reducto abierto entre persiana y cristal. Tuvo que darse más de cincuenta golpes para encontrar, por fin, el camino definitivo hacia su libertad.

Desde mi perspectiva, el camino era bien sencillo: hacer una elipse ligeramente hacia el norte, para finalizar cayendo levemente hacia el abismo aéreo que es su espacio vital.

Imaginé entonces que “algo”, con una inteligencia superior a la humana, podría ver nuestros comportamientos de forma similar a aquella mosca tozuda que eligió la ruta más tortuosa para salir de mi casa.

Yo creo que la verdad se siente en lo más profundo de cada uno, como si la trajéramos “de serie”, como esos autos nuevos que vienen con la tapicería de cuero, dando por hecho que es la más lujosa de todas, sin dejar opción, si quiera, a la duda.

De este modo simple e intuitivo, cuando observamos el mundo que nos rodea, encontramos que “algo falla”, y sentenciamos aquella conclusión como cierta, como verdad.

Sin embargo, éste sería simplemente el primer paso del cambio: la aceptación del error; y más tarde, surgiría, como fruto ineludible, la necesidad de transformación, la puerta abierta a mejorar las cosas, o al menos, hacerlas más cercanas a esa “verdad” que vibra de forma independiente y libre con el deseo de materializarse.

En la duda de todos se encuentra el “cómo”; desentrañar ese modo de hacer las cosas que nos convierta en una sociedad más veraz, más creíble, más justa y más equilibrada.

Hemos vivido revoluciones intensas; se han cortado cabezas en nombre de la verdad, se han impuesto opiniones, se han abolido ideas, se ha tratado, incluso, de imponer la democracia “por la fuerza”… y todas ellas han fracasado, en el fondo, porque toda revolución que “impone”, por encima de los pensamientos humanos, dejando de lado el cambio más importante,- que es el que se opera en el interior de cada uno-, inevitablemente, fracasa.

Mi verdad, por muy verdadera que sea, no puede ser introducida en la mente de los demás como si se tratara de un chip prodigioso, ni mucho menos por la fuerza. Mi verdad es un objeto exquisito que he de encontrar en lo más profundo de mi, y a partir de ahí, podré alentar a los demás a que hagan lo mismo, a que busquen esa verdad que viene “de serie” y que compartimos todos por el hecho de ser humanos.

La verdadera revolución empieza por uno mismo, por encontrar en el individuo aquellas actitudes que operan en detrimento del resto de la humanidad, por concienciarse de que mis actos influyen en los de los demás, que mis pensamientos son el origen de mis acciones, y que éstas, son la base del funcionamiento de los hombres.

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4 comentarios

  1. Supongo José, que utilizando justamente la conciencia que nos distingue de los animales, teniendo esa capacidad que tenemos de utilizar la elipse que nos libere de chocar con el cristal, encontremos algo que se asemeje, en cierto modo, a esa verdad inalcanzable.
    Gracias por remitirte a «Eludimus» en esos términos, porque ahí está la intención del libro, en qué modo el hombre «piensa» antes de actuar, en qué modo utilizamos «las reglas del juego», las humanas, las de la inteligencia.
    Gracias a ambos por leer y opinar y con ello ampliar y aprender de vosotros.
    Abrazos

  2. «La verdad es que no sé qué decir». Así pensé antes de escribir, y luego de parecerme mis últimas palabras, o de creer, fugazmente, que era un comienzo equívoco, me decidí por dejar esa «verdad» porque, más allá del juego de palabras, yo siento que la verdad es algo que siempre va por delante de la conciencia, algo que nunca acaba de descubrirse. Justamente, el creerse poseedor de la verdad, puede llevar a acciones estrepitosas. Por ello, el que no sabe que decir, está en posición de descubrir la verdad, aunque ésta no pueda alcanzarse.

    La conciencia, esa región de la mente en la que sentimos «darnos cuenta» de algo, puede estar más dormida o más despierta. De esa forma, creo que uno puede tener una visión de la verdad, más o menos completa, de acuerdo al «entrenamiento» que su conciencia hace, supongamos, como vía de crecimiento.

    Como dice Gabriel, quizás no pueda hablarse de «mi verdad», sino de mi pensamiento o postura, mi percepción actual de «aquello». No siento tanto que sea «mi necesidad», aunque a veces, la búsqueda de la verdad corresponde más a las necesidades de la persona, (existenciales, políticas, emotivas), que a una visión objetiva de la realidad.

    Fuera el supuesto del ser superior a nosotros, o al ejercicio y despertar de la conciencia, lo cierto es que uno descubre que la mayoría de nosotros actúa como la mosca. No podemos ver lo aparentemente invisible y chocamos una y otra vez, con el mismo impedimento. Por qué la mosca no puede traspasar el vidrio, ni se da cuenta que aunque no pueda verlo, el imposible, esa verdad, está ante sus ojos. Lamentáblemente, resta decir que el escenario político y social, es una muestra del aprovechamiento de las conciencias dormidas. El ente dominante, una y otra vez, parece decir que no hay una realidad más allá del vidrio o impedimento, y a pocos dirigentes parece interesarle demostrar lo contrario.

    Salto. Estoy leyendo «Eludimos», la novela de Laura, encantado de encontrar esa búsqueda constante de la verdad, de la realidad profunda. Aunque parezca propagandístico o adulador traerlo a colación aquí, lo cierto es que el libro plantea estas mismas preguntas, busca las mismas respuestas, y además, contempla mi realidad creativa, o verdad, en este momento. La cuestión es ser coherente con las reglas del juego, como en la novela, y para ello, primero se debe descubrir cuáles son las reglas. No se puede atravesar el vidrio, es un esfuerzo vano, se debe rodear la ventana, volar por encima del impedimento, para contemplar la otra cara de la verdad. Por cierto, ¿será la última verdad de la mosca?

  3. La cuestión es muy controvertida, efectivamente, y milenaria en su discusión. Justamente el otro día debatía con un amigo sobre la existencia «a priori» de las leyes universales, o bien si el hombre, a lo largo de los siglos, las va creando. Cada uno puede tener su opinión, y ciertamente Gabriel, te agradezco la puntualización en la utilización de «mi verdad» como expresión, cuando es algo que no existe como tal, sino que es más bien la postura de cada uno, que enarbolamos a veces como «nuestra verdad» sin serlo. Y aunque no lleguemos nunca a una conclusión concreta a través del pensamiento, lo importante es que entre las opiniones de todos, normalmente, suele aparecer un equilibrio que nos facilita la convivencia y nos enriquece como seres humanos. Si ese punto de confluencia existe «de serie» o se crea por la dedicación del hombre entra en un debate sin fin. Mi opinión es que algo previo nos invita a elegir, a tomar decisiones, a diferenciar el bien del mal… y que en esa semilla primera, «a priori», es posible que encontremos ciertas respuestas, si le prestamos la atención adecuada, pero, desde luego, la imposición de las opiniones, las ideologías, o cualquier forma de pensar, que es absolutamente libre en su más pura esencia, sólamente entorpecen la evolución tanto del individuo como del grupo al que pertenece.

  4. Creo que sería necesario diferenciar entre algunos términos, o al menos definirlos de una manera más real y menos ideal. Si hay una verdad, como creo que la hay, por ejemplo, la científica, no puede existir «Mi verdad». Mi verdad no es diferente que la de otros. También me limito a la científica porque una verdad absoluta ya es dogma, religión, inmutable e inherentemente violenta, en definitiva, apócrifa. No tiene necesidad de demostración, sino de autoridad.
    Creo que en lugar de «mi verdad» podría decirse «mis derechos». Mis intereses, necesidades. Todo lo que me hace pensar de cierta manera y generar «mis» posiciones, que veo como verdades.
    La discusión, claro está es más que milenaria e imposible de solucionar o explicar sin expandirse, al punto de hacer, como en Borges, un mapa de Londres tan grande que abarque a toda Londres.
    El hecho es que las palabras, el lenguaje, es tan poderoso en la definición de ideas presentadas como inmutables, que maravilla.
    Por último, no es necesario remontarse a la fantasía de una inteligencia más poderosa que la humana para lograr la abstracción como la logra la autora respecto al intento de supervivencia de la mosca: nosotros podemos hacerlo. Como lo estamos haciendo aquí, ahora.

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