20 de setiembre
"Yo la miraba extasiado en sus urgencias de parto esperando que se detuviera; de verdad no quería nada a cambio, me bastaba con su presencia indisimulada, estallante"
Hoy vino a casa apurada, ansiosa, con alboroto en las palabras. Quería alquilar pero ya, urgente, para mañana, el patio.
Le pedí calma, aunque me pareció entender el porqué de sus apuros. Cargaba excesivo equipaje, un tumulto de plumas y pétalos a punto de despertar, maletas de ruido nuevo, un ato de pinceles sin manos y una obscenidad de cromo.
Pidió precio por arrendar los metros de tierra del fondo que no son muchos – «suficientes», dijo antes de mirarme buscando respuesta. Contesté que ya arreglaríamos y pensaba: como en los tiempos del esplendor, cuando solía venir a menudo y se quedaba morosa a ocupar lo que yo consideraba su propiedad y ella aceptaba solo en la condición de inquilina.
Como me negara a poner un precio, comenzó a ofrecerme una variedad de asuntos y sujetos prontos a vivir. Tacuaritas de pico aguja, benteveos de antifaz amarillo y graznido madrugador, gorriones barulleros y doscientos azahares para mi mandarino. Yo la miraba extasiado en sus urgencias de parto esperando que se detuviera; de verdad no quería nada a cambio, me bastaba con su presencia indisimulada, estallante. Noble y dadivosa, ella siguió: soplos de brisa suave, tela bordó para las hojas nuevas del rosal, melodía vivaldiana y un pícnic en el parque, amor imposible incluido.
Acepté.
Sabía que aceptaría porque siempre le tuve debilidad y esperaba su visita para dejarme convencer. Vendrá mañana, solo por tres meses.