ATENTADO EN ARIZONA: Políticamente violentos
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Uno se plantea, cuando suceden cosas como la que ha acontecido estos días en Arizona, que es necesario alzar la voz y protestar, que es imprescindible que veamos la miseria en la que puede convertirse el hombre, de seguir según qué derroteros; pero cuando empiezas a escribir, te das cuenta de que estamos insistiendo, una vez más, en lo mismo. Existe un hartazgo tan espeluznante, una desidia tal en la población y una decepción tan enorme con la política, o mejor dicho, con los políticos, que ni siquiera nos queda un hálito de confianza en ellos.
Hace tan solo dos años que el mundo se alzó para darle la bienvenida al nuevo salvador: Barack Obama. Los europeos también queríamos votar, para darle nuestro apoyo a aquel hombre al que logramos descubrir como un político diferente. Sin embargo, dos años después, ha llegado la decepción de los estadounidenses: ¿qué se esperaba de él? ¿qué fuera mago? Es fácil poner toda la responsabilidad, o toda la culpa, sobre una sola persona, siempre y cuando esa persona no sea yo. Así es más fácil todo. Me pregunto qué esperaban realmente los ciudadanos de este político: quizás, que volviera a ser todo como antes, que pudiéramos seguir pidiendo créditos sin fin para vivir por encima de nuestras posibilidades; pero, al fin y al cabo, que tuviéramos de todo. El fin justifica los medios.
Como no hemos comprendido que las cosas ya no pueden volver a ser como antes, pero tenemos el deseo irrefrenable de volver a vivir de nuevo en la nube ilusoria de la irrealidad, ahora se ponen todas las energías en el otro lado de la balanza. Esta vez es el Tea Party el que gana adeptos. Nuevamente la población clama: “¡Por favor, devolvednos el status que teníamos, ya que Obama no sabe hacerlo!” Nos movemos pendularmente con el voto en la mano en una espiral infinita. Y este ansia irrefrenable de los pueblos, combina maravillosamente bien con el ansia irrefrenable de poder de ciertos políticos, de modo que el discurso se acelera, para que las masas comprendan la necesidad de volver a vivir como antes, para que, al fin y al cabo, las masas no piensen, y se dediquen simplemente a desear, moviéndose por el instinto. De esta forma nacen los autómatas que no distinguen entre democracia, voto y asesinato.
La relación entre estos asesinatos y la política, no sólo existe, sino que es imprescindible que se tenga en cuenta, sobre todo aquellos que tienen la responsabilidad de hablar en público, porque las palabras, no se las lleva el viento: las palabras pueden ser herramientas muy importantes.
Los ciudadanos exigimos, porque tenemos el derecho a exigir, porque los políticos son trabajadores públicos a los que tenemos el deber y la responsabilidad de poner unos límites. Esos límites se han sobrepasado. Los resultados los tenemos delante de nosotros. No hay separación entre este tipo de locura violenta, política, formas y estilos de vida, y sociedades en extremo consumistas. Porque es el conjunto de todo esto lo que compone la ecuación matemática que da como resultado los engendros que tenemos ante nuestros ojos. No se puede separar, porque sería un error hacerlo. Adjudicar estos asesinatos a la simple locura de un hombre, no soluciona, sino que acrecienta el problema. Es labor de todos que se ponga fin a esta irracionalidad de vida. Es labor de todos la exigencia de un comportamiento político ético y constructivo que, ya, es un clamor general.
No podemos seguir tolerando la crispación y el discurso cruel y destructivo de esta clase de personas. Y sobre todo, no podemos dejar que nos convenza el espíritu de crueldad y venganza con el que se asoman a nuestros hogares. Exigimos soluciones, propuestas, nuevos enfoques, porque somos seres pensantes y no máquinas a las que es sencillo agregarles el chip de la ideología. Somos total y absolutamente responsables de poner de nuestra parte para que se acabe con semejantes comportamientos. Hasta que no nos demos cuenta de la importancia de nuestra participación, tendremos que ver la película que pasa como meros espectadores, dejando que nuestras vidas sean manejadas, olvidándonos de que, en realidad, somos libres de elegir, no sólo con el voto, sino también con la voz y con los actos.
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