Feliz Día del Trabajo… no sé

Ayer me cansé de enviar e-mails con «Feliz día del trabajo». Pero después me di cuenta que eso de feliz es relativo. Ya que si bien las estadísticas gubernamentales describen un panorama casi disneylandesco, en realidad los trabajadores estadounidenses no tienen mucho para festejar.

La tasa de desempleo, de acuerdo al Bureau de Estadísticas Laborales, es de apenas un 3.7%: una de las más bajas de la historia. Pero lo que hay que tener en cuenta es que la mayoría de los trabajos que se han creado en los últimos años son en el sector de servicios en donde, como bien sabemos, los salarios son considerablemente bien bajos.

No es por magia que están tan bajos. El sector empresarial, como era de esperar, ha pateado en contra en este partido en el que los trabajadores históricamente han estado en desventaja. Aunque hay algunas lucesitas de esperanza en los esfuerzos por conseguir un salario de $15 por hora, el salario mínimo establecido por el gobierno federal se ha mantenido en $7.25 durante tres décadas.

Las desigualdades económicas, como sugiere el economista Lawrence Mishel, se evidencian claramente cuando se considera que, entre 1948 y 1973, la productividad del trabajador estadounidense creció un 97% y los salarios acompañaron esta tendencia aumentando un 91%. O sea que cuanto más producían los trabajadores, más ganaban.

Pero entre 1973 y 2015, las buenas noticias se acabaron. En ese periodo, mientras la productividad creció un 74%, los salarios apenas subieron un 9%. Comparativamente, una disparidad monumental.

Por supuesto es en esos años que se da la Revolución Conservadora que desreguló el mercado y los ataques de Ronald Reagan contra el sindicalismo. Fue y es una etapa reaccionaria que ha desmantelado muchas de las conquistas sociales y laborales que se han venido obteniendo, especialmente desde el New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

Un factor interesante que también se debe incorporar en un análisis de la caída del salario del trabajador estadounidense está relacionado con los ingresos de los CEOs (que por supuesto no solamente incluyen sus salarios sino opciones de acciones, bonos y otras formas de compensación más sutiles) que han crecido desproporcionadamente. Como señalan Lawrence Mishel y Alyssa Davis, en un artículo publicado en el Economic Policy Institute, los ejecutivos de las 350 corporaciones más importantes del país, en 2014, estaban ganando 303 veces más que un trabajador promedio. O sea que un trabajador tiene que trabajar 303 años para ganar lo que un CEO gana en solo un año.

Y si se considera el factor racial y étnico y la cuestión de discriminación educativa y laboral, las consecuencias son aún más dramática para muchos. Un hogar de personas de raza blanca tiene un ingreso promedio de $60,256, mientras que el de los latinos es de solo $42,491 y de los afroamericanos de $35,398.

Este panorama desalentador, por supuesto, es parte de la Revolución Tecnológica, la Globalización y el consecuente  desplazamiento de corporaciones a mercados con costos laborales más competitivos, ´outsourcing´ y otras estrategias.

Me encantaría concluir con alguna buena noticia.  Pero lamentablemente en la medida en que los trabajadores estadounidenses no tengan representantes sindicales y políticos que defiendan sus intereses o que pasen a un estado de movilización activo, no hay ninguna razón para que este capitalismo, versión salvaje, voluntariamente cambie de curso.

Por el contrario todo esto es solo la punta del iceberg porque, en la próxima década, se profundizará, ya de manera masiva, la introducción de la Inteligencia Artificial que continuará reconfigurado la economía y devastará a amplios sectores del mercado laboral.

Perfil del autor

Co-editor de HISPANIC LA y profesor adjunto de sociología en Rio Hondo College, Whittier, California.

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