La guerrilla mexicana en los tiempos de López Obrador
Documentos de los órganos de inteligencia civiles y militares del Estado mexicano –elaborados hasta finales del sexenio pasado– admiten la existencia de siete “grupos armados” con reivindicaciones políticas y sociales. Con el cuidado de no reconocerlos como “guerrillas”, los agentes de seguridad y defensa nacionales sólo se refieren a estos grupos como “transgresores de la ley” distintos a los ejércitos privados de los cárteles del narcotráfico, las autodefensas y las policías comunitarias.
La Sección Segunda del Estado Mayor de la Defensa Nacional (inteligencia militar), la Unidad de Inteligencia Naval y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) –hoy Centro Nacional de Inteligencia– enlistan al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el Ejército Popular Revolucionario (EPR), el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), la Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo (TDR-EP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP), el Comité Clandestino Revolucionario de los Pobres-Comando Justiciero 28 de Junio (CJ-28J) y a una nueva formación de la que no se conoce el nombre, pero de la que se advierte: está formada por “cuadros históricos y nuevas generaciones de militantes de mayor radicalidad de lucha”.
La ‘lucha’ está vigente
Con matices, académicos especialistas en movimientos armados señalan que la lucha guerrillera en México sigue latente, está vigente y tiene legitimidad.
Todo, a pesar de la fragmentación de los grupos, las disputas intestinas, la infiltración de los órganos de inteligencia, el parcial éxito de las políticas de contrainsurgencia y la deserción de “columnas” y células que pasaron a formar grupos de delincuentes sin propósitos de reivindicación política y social o, de plano, se pusieron al servicio de cárteles del narcotráfico.
Y a pesar también de la pretendida “Cuarta Transformación”: la llegada al poder de una contradictoria izquierda electoral que crea una Guardia Nacional de corte militar para hacer funciones de seguridad pública y también llama a las víctimas a que perdonen a sus verdugos bajo el eslogan: “Abrazos; no balazos”.
Ya no hay motivo
El actual grupo gobernante se asume como la culminación de las luchas de reivindicación política y de justicia social desde la Revolución Mexicana de 1910. En su discurso, por lo tanto, ya no hay motivo alguno para reclamar justicia social, mucho menos de manera armada.
Gustavo Ogarrio Badillo, doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señala que no se debe generalizar cuando se habla de los movimientos guerrilleros. Explica que existen profundas diferencias entre todos ellos: el EZLN, el EPR, el ERPI, la TDR-EP y las otras formaciones. Cada caso debe analizarse en su contexto y desde los lugares en que se encuentran.
Pero de entrada, señala, “no podemos condenar a quienes siguen en armas. Hay condiciones de legitimidad en México para los movimientos que reivindican el uso de las armas”.
María Elena Hernández Márquez, secretaria ejecutiva de la Asociación Mexicana de Abogados del Pueblo (AMAP), explica que los movimientos armados no pueden deponer su lucha sólo porque se les diga que ahora sí se van a resolver los problemas políticos y sociales.
“Saben que una cosa es el dicho y otra el hecho. Cada gobierno ha iniciado diciendo que sí va a haber solución para las comunidades violentadas, marginadas, despojadas. Pero termina el sexenio y vemos que, lejos de disminuir, el problema se acrecentó.”
‘No son delincuentes’
Libertad Argüello Cabrera, doctora en ciencia social con especialidad en sociología por el Colegio de México, advierte que los grupos guerrilleros “no son delincuentes. En absoluto. Son movimientos sociales armados”, enfatiza.
El doctor Ogarrio Badillo, catedrático de las facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, señala que los movimientos guerrilleros pasados y presentes han buscado siempre fortalecer la legitimidad del uso de la violencia que realizan. Siempre han buscado “elaborar ideas, conceptos y prácticas para justificar una violencia legítima”.
Señala que generalmente quienes deciden levantarse en armas lo hacen cuando han recibido previamente agravios injustos e injustificados de quien ostenta formalmente el monopolio de la violencia: el Estado. Y esta decisión no es solamente a causa de la violencia social que significa la pobreza.
“Tenemos que ver las regiones en las cuales surgen [los movimientos armados]. Cada región tiene su complejidad y hay comunidades que se levantan en armas no sólo por la pobreza sino por el castigo permanente que padecen de parte de los gobiernos.”
Explica que en muchas de esas regiones la situación no ha cambiado desde hace más de 40 años, cuando el surgimiento de numerosos grupos armados y la Guerra Sucia emprendida contra ellos desde el Estado mexicano. Por ello debe valorarse la persistencia de los movimientos armados.
“La gente que se metió a la guerrilla puso su vida ahí. Es cierto, hay que verlos sin idealismo, pero se debe reconocer el contexto particular en que se desarrollan para entender que sí hay una fundamentación de la violencia legítima. Poca o mucha, todas las guerrillas han tenido legitimidad.”
Libertad Argüello Cabrera (autora de Violencia selectiva e impunidad. Continuismo de prácticas sociales y políticas: el caso de familiares de desaparecidos en México) señala que la guerrilla no tiene, incluso, como principal razón de ser la cuestión socioeconómica.
Una cuestión de dignidad
Explica que quienes se levantan en armas vienen de todo un proceso en el que son tratados como ciudadanos de cuarta o quinta categoría. Mientras tal nivel de desigualdad y desprecio subsista, no podrán desactivarse las razones potenciales de la guerrilla.
“Es una cuestión de dignidad ante el agravio moral. Por ello lo que se requiere es el reconocimiento político del ‘otro’. Y en sociedades coloniales y poscoloniales el ‘otro’ son campesinos despojados, incluso desclasados, desinidianizados.”
Los movimientos armados que subsisten hoy en México están “en otra etapa”. Han trascendido su mera estructura militar y han alcanzado expresiones políticas y sociales. Ogarrio Badillo, autor de Breve historia de la transición y el olvido. Una lectura de la democratización en América Latina, dice que deben diferenciarse cada uno de los movimientos armados. No tienen la misma legitimidad ni imbricación social.
Sobre todo el zapatismo: “Es un movimiento armado, con estructura militar, pero que también siempre ha sido un movimiento político y social que, además, se ha ido fortaleciendo. Ha tenido todo el tiempo, con altas y con bajas, el respaldo de comunidades organizadas”.
En las últimas semanas, el EZLN –junto con el Congreso Nacional Indígena (CNI)– se ha convertido, desde la izquierda, en el escollo más importante para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El EPR también se ha pronunciado en contra de las políticas de la nueva administración.
Un escollo contra AMLO
Pero el EZLN, además de pronunciarse en contra de ellas, ha anunciado que las resistirá y que está dispuesto a responder ante una agresión contra sus bases de apoyo.
En específico, los zapatistas han advertido que el Tren Maya y la plantación de árboles frutales son proyectos que no permitirán en los territorios de sus comunidades de base. Y tienen las capacidades para oponerse efectivamente.
Precisamente ese fue el mensaje de la parada militar del EZLN el pasado 31 de diciembre en La Realidad, Chiapas, cuando desplegó a su 21 División de Infantería y con miles de milicianos, a paso de maniobra, colmó la plaza del Caracol Madre de los Caracoles Mar de Nuestros Sueños.
El EZLN no pidió limosna, sino que dio una demostración de fuerza y del respaldo de las comunidades.
Gustavo Ogarrio explica que si bien el EZLN hacia dentro tiene una jerarquía militar, hacia afuera ha construido una defensa legítima para el uso de las armas. “No sólo es un movimiento armado. Tiene estructuras comunitarias y es parte de un movimiento social, que se ha dado sus propias estructuras civiles, como las Juntas de Buen Gobierno.
Justicia restitutiva
Tienen, incluso, un sistema de justicia, que es de tipo restitutiva. Por supuesto que ya no es solamente un movimiento armado”.
Explica que el EZLN es un componente militar de un movimiento que tiene, incluso, un carácter jurídico, de autonomía, siempre interesado en contar con el respaldo de sus comunidades y la legitimidad también hacia a fuera.
De los otros movimientos armados, Gustavo Ogarrio señala que se debe analizar caso por caso. Reconoce que la mayoría no tuvo la misma coyuntura del EZLN, aunque sí cuenta con el apoyo de algunas comunidades. “Las guerrillas más aisladas, con menor respaldo comunitario, tienen una débil capacidad de respuesta de legítima defensa militar”.
Agrega que “habría que ver caso por caso, porque nunca son buenas las generalizaciones simplificadoras; sobre todo en el aspecto tan delicado como el acto de tomar las armas y conformar un ejército irregular. Cada movimiento armado en cada región, en cada zona, tiene su particularidad”.
La Guerra Sucia no se fue
Las políticas de contrainsurgencia del Estado mexicano se agudizaron durante los dos últimos sexenios. La Guerra Sucia nunca se fue de lugares como la Sierra y la Montaña de Guerrero, la huasteca hidalguense o la sierra de Zongolica, en Veracruz.
Para la abogada María Elena Hernández, el movimiento armado en estados con presencia permanente, como Guerrero, está pulverizado, “muy fragmentado”. Explica que el Estado logró cooptar algunas piezas y aniquilar a otras.
Señala que, a diferencia de la década de 1970, hoy la contrainsurgencia y la Guerra Sucia se llevan a cabo no sólo con las Fuerzas Armadas; también con los cárteles del narcotráfico y otras expresiones de la delincuencia organizada. “La lucha de las comunidades por su emancipación se ha visto opacada por toda esta ola de crímenes y de criminalidad”.
La secretaria ejecutiva de la AMAP explica que en Guerrero han proliferado los grupos armados de distinto corte: guardias blancas, paramilitares, autodefensas, policías comunitarias y los propios movimientos armados que ya existían previamente.
Señala que algunas expresiones de los movimientos armados han sido fragmentadas y sometidas a un proceso de corrupción. Incluso aquellas que tenían “un trabajo de cara a la comunidad”.
“La infiltración en los movimientos guerrilleros es muy grande. Ya no sólo lo están infiltrando para acabarlos y apagarlos. Ahora están infiltrando todos los espacios, con todas las siglas, utilizando todos los nombres para ensuciarlos y desprestigiarlos. El clima es cada vez más opaco, más triste, más empantanado.”
Sentado en un polvorín
Para Gustavo Ogarrio, México está viviendo un periodo excepcional. La llegada del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) al poder sí representa un cambio sustancial. “Todavía no se ve si para bien o para mal”, acota.
“Este gobierno nuevo está sentado en un polvorín. Y sí tiene conciencia de que debe desactivarlo. De lo contrario, perderá toda la legitimidad con la que cuenta y agudizará la crisis que ya vive el país.”
Señala que la lucha armada sigue viva. Explica que el EZLN tiene razón en oponerse tajantemente al gobierno federal, esté quien esté al frente, porque precisamente el gobierno es el que representa al Estado.
“Y el Estado que tenemos hoy se transformó en un Estado desaparecedor de personas. Mientras este gobierno no transforme al Estado, el movimiento armado tiene que seguir oponiéndose a ese Estado.”
Revista ContraLínea.