Memoria: el Día de los Pueblos Indígenas

Todavía recuerdo a la señorita Bettina, mi maestra de la escuela primaria, cuando nos hacía repetir el nombre de la Niña, la Pinta y la Santa María.  Las tres calaveras en las que el gran genovés Cristóbal Colón desafió la incertidumbre de un océano sin límites para descubrir un nuevo continente. Tardé muchos años en descubrir que el Gran Almirante no era tan grande como los libros de historia sugerían ni que tampoco había descubierto América.

Colón no fue el primero

Hace tiempo que historiadores han refutado el mito del descubrimiento. Para cuando Colón arribó a la isla de Guanahaní, en las Américas ya había civilizaciones de gran envergadura. Los incas, mayas y aztecas no eran un simple comentario en la historia de la humanidad, sino que habían desarrollado organizaciones sociales considerablemente adelantadas. Algunos antropólogos estiman que los primeros habitantes de estos grandes pueblos llegaron de Asia cruzando el Estrecho de Bering. Esto habría ocurrido hace 14,000 años atrás.

Los primeros europeos aparecen por territorio americano mucho después. En las costas de lo que hoy en día es Canadá, se han descubierto artefactos que habrían sido traídos por vikingos que desembarcaron en la región. Erik Thorvaldsson, conocido como Erik El Rojo, estableció el primer asentamiento en Groenlandia y habría explorado la costa americana por lo menos 500 años antes que Colón.

Genocidio de indígenas

Pero lo que más irrita del Gran Almirante es el sometimiento y aniquilamiento de los indígenas que tuvieron la mala suerte de cruzar su camino. Los españoles trajeron pestes y enfermedades al nuevo continente. Esclavizaron a millones e impusieron una religión foránea so pena de muerte. No sólo interrumpieron la historia social y económica de grandes civilizaciones, sino que son responsables por uno de los más terribles genocidios de la historia. Y el Gran Almirante, consciente o inconscientemente, estuvo al frente del timón en esa etapa de sangre y sufrimiento.

Una nueva historia

En Denver, Colorado, siempre se celebraba el Día de Colón con un desfile. Pero en 1989, Russell Means, líder del Movimiento Indígena Americano (AIM, por las siglas en inglés) dijo basta. Como parte de su protesta, le tiró pintura roja a una estatua de Colón. Después del incidente, los desfiles fueron cancelados.

Tres años después, la ciudad de Berkeley fue la primera ciudad en dejar de lado el tradicional festejo colombino e introducir un Día de los Pueblos Indígenas. Al mismo tiempo surgió un movimiento que, en 1994,  logró que la Asamblea General de las Naciones Unidas estableciera el 9 de agosto como el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo.

Desde entonces, cada vez son más los gobiernos locales y estatales que rechazan el mito del Gran Almirante. Y en lugares como Los Ángeles, San Francisco, Denver, Portland, Austin, St. Paul, Santa Fe y muchas otras ciudades, se ha optado por reemplazarlo por el Día de los Pueblos Indígenas (o el Día de Nativos Americanos). Una decisión que reconoce la nueva narrativa del descubrimiento y rinde un justo homenaje a millones de víctimas de la conquista europea.

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