¿Por qué no muere el PRI? 

Cuando era estudiante de Ciencias Políticas en los 70, las credenciales del PRI – el Partido Revolucionario Institucional de México – era buscadas, porque permitían ejercer cierta influencia. Funcionaban por ejemplo para mostrársela a un policía que osaba detenerte por no cumplir con las reglas de tránsito.

Ya graduado acompañé a mis compañeros a ver al maestro Horacio Labastida al PRI para que les ayudara a encontrar trabajo. Yo me fui del país unas semanas después a estudiar el posgrado en Jerusalén.

Pero las cosas cambian y también la visión sobre el PRI.

Con el tiempo encontré una reacción ambivalente respecto al PRI. En primer lugar había que separarse de todo lo que fuera, sonara o oliera a PRI. Por otro lado está el convencimiento de que todos llevamos un priista adentro, cuestión afirmada por Castillo Peraza, ex presidente del PAN y por Felipe Calderón, espurio presidente de la República.

Finalmente es el partido que muchos aprenden a odiar lo que se traduce en la opción de por cuál partido nunca votarías que se incluye en las encuestas.

Muchos analistas estaban convencidos que el PRI tenía que perder o bien morir para que hubiera democracia en el país, tesis poco democrática. El PRI perdió desde 1997, cuando no logró la mayoría en la cámara de diputados. Tres años después perdió la presidencia de la república. Pero la democracia no llegó; aún más, los panistas aprendieron que era más cómodo gobernar con autoritarismo que con democracia, porque eso entre otras cosas  facilitaba la corrupción.

El PRI regresa en el 2018 por el descontento de la gente que pensaba, entre otras cosas, que la corrupción debía ser democrática, o sea, chorrear como hacia el PRI, en lugar de concentrarse solo para los amigos como hacia el PAN. Chihuahua es un ejemplo importante que muestra el enriquecimiento de los familiares de los gobernantes, como es el caso de la familia Barrio, mientras la sociedad sigue sufriendo por malos servicios y desatención.

Aprendimos a odiar al PRI porque lo asociamos con el fraude y la represión. Los priistas tratan de rebatir esa imagen brindando los logros de su época de oro, cuando crearon una política de bienestar que incluye el IMSS y una importante política de salud y cultural. Pero eso lo terminaron los neoliberales priistas.

Al PRI lo vemos como el partido responsable del 68 y el 71, al partido que reprimió maestros, médicos, ferrocarrileros y que se atrevió a pisotear universidades y masacrar a los hijos de la clase media.

El PRI es el partido de los tanques en las calles de la Ciudad de México y el que condujo la guerra sucia emulando a los gorilas sudamericanos.

No hay consenso sobre qué circunstancia abrió la puerta a las fuerzas que finalmente mandaron al PRI a la casa aunque no lo mataron.

Hay quién sostiene que el proceso arranca cuándo crearon los diputados de partido para dar una imagen de democracia, pero que le ayudo a crecer a las oposiciones que acariciaron el poder y el presupuesto.

Otros sostienen que el parteaguas fue la gran represión estudiantil por medio de un presidente de ultraderecha obsesionado con asesinar comunistas.

Otros creían que la gente se había hastiado. Esta la opinión de que Clinton impuso una condición de “democratización”, o sea entrega del poder a cambio del préstamo de rescate por el error de diciembre.

Haber permitido una intromisión de esa envergadura no podía traer nada bueno, como por ejemplo que el Yunque entrara a la presidencia de la república de la mano del PAN en el año dos mil.

Lo cierto es que como el gatopardo, se ha reformado tanto, el PRI ha perdido y no ha cambiado nada.

Los priistas son flexibles. Así como votan por una cosa votan por otra y aprendieron a gobernar desde la minoría. Aún perdiendo la elección presidencial mantuvieron control de los Estados y desde el congreso supieron imponer agenda de gobierno como partido bisagra. O sea que gracias a ellos se activan las puertas o las decisiones. Así le impusieron decisiones a Fox y Calderón.

Hoy están en una situación peculiar.

Han seguido cayendo, gobiernan al 21% de la población, tienen escasos 70 diputados que son suficientes para que AMLO aterrice en su agenda legislativa y de gobierno en la segunda parte de su gobierno. Y así se empieza a ver a priistas invitados a ser embajadores y corren rumores de que pueden entrar a los niveles más altos de la administración pública.

El viejo PRI parece muerto y sigue controlado por dinosaurios. Pero sigue viva la cultura política que formuló, creo y sostuvo ese sistema en el que se buscaba una credencial o un empleo y se generaba una lealtad a toda prueba. La estructura no está muerta y puede seguir respirando localmente.

Los tiempos siempre llevan aires de cambio y en esta etapa está por verse hacia dónde soplarán los nuevos vientos.

 

Autor

  • Investigador visitante en UT Austin. Chair, International Advisory Board for Immigration Studies. U.S.-Mexico Research Program. UCLA. Director asociado de la revista Araucaria. Director del semanario El Reto. Testigo experto en juicios de asilo político y para frenar deportación de mexicanos en Estados Unidos. Posdoctorado en Historia, University of California, Los Angeles. Doctor en Ciencias Política (UNAM). 35 libros publicados y más de 1,000 artículos. Traducido al inglés, francés e italiano. Pionero en varias áreas de investigación: análisis de redes políticas, estudios sobre humor político, democratización en México, temas fronterizos (agua, migración y seguridad) y sobre Crimen Autorizado.

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Un comentario

  1. El análisis que se hace sobre el PRI, es demasiado superficial e incompleto. Luego lo que se dice sobre el PAN, en el sentido de que los panistas aprendieron que era más cómodo gobernar con autoritarismo que con democracia, es inexacto, pues ambos partidos han gobernado de manera autoritaria. por último hay un dato inexacto cuando se dice que el PRI, regreso en 2018.

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