Clay Higgins: republicanos que festejan y celebran el racismo
La familia de un tal Clay Higgins, un hombre de 63 años de Covington, Luisiana, tiene o tuvo caballerizas. Criaban y entrenaban caballos en la zona rural donde vivían.
Después de la secundaria ingresó a una escuela comunitaria y la dejó poco después. Vendía autos usados. En una concesionaria llegó a ser gerente. También vivió en Texas, en donde hizo buenos negocios. Pero su pasión sería el servicio público. O más exactamente, ser agente de la ley. Cinco años en la policía militar. Siete en la unidad SWAT, de ellos cinco en el turno noche, el peligroso. Luego, Oficial de Información Pública en el departamento del Sheriff, por varios años.
El ejercicio del miedo
Se hizo popular por primera vez cuando difundió videos para el programa “Crime Stoppers” en los que instaba a sospechosos a rendirse, por nombre, describiendo sus crímenes. Fácilmente improvisaba un lenguaje que la gente comprendía. Llamaba la atención.
En 2015 el Washington Post lo bautizó como “el hombre más irresistiblemente intimidante de Estados Unidos”. Otros le dicen el “John Wayne del Cajun” quizás por su antepasados franceses.
Ha sido y es cercano a milicias armadas supremacistas blancas, como los Three Percenters, donde reclama membresía, y los Oath Keepers, en cuyos eventos públicos participó como simpatizante.
Ahora participa como congresista.
Porque a partir de 2016, Higgins, después de renunciar a su última posición en el departamento del Sheriff, se postuló y ganó las elecciones para el distrito 3 de su estado. Hoy representa su área del suroeste de Luisiana en la Cámara de Representantes. Allí ha oficiado como vitrina del ala enojada del partido. Del ala airada, encolerizada, que encontró su mesías con Trump. Con el tiempo su estilo bombástico adoptó algunas de las finezas del lenguaje parlamentario, no muchas: “Madam Speaker”, “mis colegas del otro lado del pasillo” (los demócratas).
La pasión por la xenofobia
Hasta que surgió su infame post en X (Twitter). Higgins, un pequeño Trump, saltó a los titulares esta semana por su racismo incondicional.
En el post escribía lo que pensaba sobre los haitianos de Springfield y por extensión, los de Haití, los afroamericanos y los inmigrantes en su conjunto. Luego borró – quién sabe por qué si decía lo que pensaba – si todo era cierto, el “tuit”. Otros lo rescataron. Aquí está.
Esto dijo: “Lol. Estos haitianos sí que son salvajes. Comen mascotas, son sectas, son el país más repugnante del hemisferio occidental, vudú, gánsters de comedia. Pero maldita sea, si se sienten muy sofisticados ahora, presentando cargos contra nuestro Presidente y Vicepresidente. Todos estos matones deberían tener la cabeza en su sitio y largarse de nuestro país antes del 20 de enero». Con el 20 de enero, se refería a la toma de posesión del Presidente de Estados Unidos.
Al márgen 1: El «Lol» del comienzo es ya tradición entre quienes insultan, mienten, incitan y escandalizan en los medios sociales para luego alegar: “lo dije en chiste… ¡no entiendes una broma!” Lo aprendieron del tío Trump. Al margen 2: Trump y Vance no son Presidente y Vicepresidente, en la realidad real.
Con los «cargos» el legislador se refiere a la demanda criminal que presentaron activistas haitianos de la organización Haitian Bridge Alliance en Ohio contra Trump y Vance por su insaciable repetición de la mentira de que “los haitianos comen los perros y gatos de sus vecinos”. Una mentira grande como una casa, que Trump perdió mucho tiempo repitiéndola durante el debate presidencial del martes 10 de septiembre y que le hizo quedar en ridículo. Pero entre los suyos, es sensación.
Estos son los cargos por parte de los haitianos: “Trump y Vance perturbaron el servicio público, emitieron falsas alarmas, cometieron acoso en las telecomunicaciones, cometieron amenazas agravadas y violaron la prohibición de complicidad”.
El papel de Higgins en la estructura republicana
Aunque no es el único, Higgins cumple un papel importante en la estructura del partido Trump (Republicano) de hoy. Imprescindible. El dirá lo que necesita escuchar la derecha más extremista, la militante, la intervencionista, la (más) supremacista. Él es el conducto de la mal llamada «retórica» trumpiana – que no es más que un mamarracho de frases incoherentes, gritos, insultos, gesticulaciones y repeticiones ad nauseam de eslóganes que funcionan.
En Higgins, ese amasijo se convierte en un lenguaje para nosotros no menos críptico: el de la enjundia, el código de los conspiracionistas, los que nunca fallan. El lenguaje de MAGA, casi abstracto. Pero los suyos lo entienden, y eso lo es todo. Lo que él dice les gusta. Mucho. «Just you wait (Clay) Higgins, just you wait».
La definición más clara que escuché de la gente de MAGA que rodea amorosamente a Trump y promete una insurrección si no gana es que se están divirtiendo. Para que “revienten los libs” (los liberales: demócratas). La razón de ser de Higgins al frente de MAGA es que lo pasa bien en su función de hombre fuerte, musculoso, erguido. Con la mirada amenazante, furiosa, incluso en los retratos que le preparó el fotógrafo del Congreso, donde todos los demás aparecen sonriendo.
Quien diga que Higgins es solo un extremista desatendido y solitario que anda por ahí, que no representa al partido ni tiene allí importancia, o no sabe lo que dice o miente o las dos cosas juntas. Su papel es cubrir las necesidades propagandísticas de la base de MAGA. Como otros como él.
Es que él “…habla con franqueza. (Como si) creara programas de televisión que no te puedes perder”, dijo de él Pearson Cross, politólogo de la Universidad de Luisiana en Lafayette.
Es como Trump, de quien sus admiradores han dicho millones de veces: “Él dice las cosas como son” (y también que son bromas).
La reacción demócrata
Hubo una reacción de indignación. Los demócratas en la Cámara Baja, liderados por el congresista Steven Horsford de Nevada, presidente del Grupo Congresional Afroamericano, demandaron que el pleno lo censurara. Una demanda absurda, porque el control de la cámara está en manos de los republicanos, y para los republicanos, Higgins no hizo nada malo.
¿Una prueba? Donde está la base, lo han festejado con risas, griterías, choque de manos, salud con botellas de cerveza, puños cerrados y, ¡al unísono!: ¡Iu Es Ey! ¡Iu Es Ey! Además, porque el mismo Higgins le dijo al reportero de CNN que “no se arrepentía de sus comentarios”.
“Todo es verdad”, dijo; “puedo poner otra publicación controvertida mañana si quieres…. tenemos libertad de expresión aquí. Yo diré lo que yo quiera”.
A Horsford le dijeron que, lamentablemente: “el asunto no pudo abordarse inmediatamente dado que la Cámara había terminado de votar para el mes”.
Las facciones se complementan
El partido Republicano está dividido, pero sus partes se complementan, se protegen mutuamente, se apoyan. Incluso los que no quieren tanto, tanto a Trump. No es un partido camino a la escisión, incluso si Trump perdiera las elecciones. Porque tienen muchos comunes denominadores. Entre ellos el racismo, que generalmente lo mantienen oculto pero que cuando da la ocasión germina, florece y hiede. La ocasión ahora son las elecciones para las que falta casi nada.
Por eso, es el racismo contra la comunidad afroamericana, más allá de los haitianos, lo que los entusiasma ahora. Lo que les divierte tanto. Difaman, calumnian, se cuentan entre sí acusaciones absurdas y luego las difunden en internet. Hay que seguir repitiendo lo de los haitianos, lo de los negros, se dicen, porque funciona. Porque los enfurece.
Y porque Kamala Harris es negra. Y mujer. Para que nadie se olvide.
Entonces, dejan de lado por un momento a los latinos – blanco preferido de su odio – para insultar a los inmigrantes haitianos, casi el 70% de los cuales en Springfield son ciudadanos estadounidenses naturalizados.
Finalmente, que el forzudo Higgins sea un conducto del Trumpismo para las expresiones fascistas, lo mismo que el elegante Vance, es algo temporario. Este sistema, para sobrevivir, requiere ser cada vez más violento, extremista y a la larga, armado. A Trump se le acaban los insultos cotidianos porque con su percepción genial de las masas se da cuenta de que no tienen el mismo efecto mágico de antes, cuando la turba enardecida se le entregaba incondicionalmente. Aunque todavía, como él vaticinó, «podría disparar a gente en la Quinta Avenida sin perder votos». Entonces, tiene que seguir inventando cada vez nuevos insultos, nuevas mentiras, y encuentra material en las ciénagas más profundas de su entorno social.
Los republicanos festejan, celebran ahora el racismo.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California, administrados por la Biblioteca del Estado de California y el Latino Media Collaborative.