Aniversario de la usurpación en El Salvador

Se cumple el primer año de ilegal usurpación del poder del Estado en El Salvador. Aunque el autoritarismo lleva seis años siendo implementado en el país, fue el 1 de junio de 2024 cuando se materializó la violación a todos los artículos constitucionales que prohíben la reelección y continuidad en el cargo de presidente, una vez completado el periodo legalmente establecido. Ese periodo venció la medianoche del 31 de mayo de 2024.
A lo largo de su mandato constitucional el régimen devino en dictadura al violar sistemáticamente las leyes con las que alcanzó la Primera Magistratura, tomarse militarmente el parlamento, destituir la Corte Suprema de Justicia, jueces y fiscales a su antojo, sin respetar procedimientos y plazos establecidos, anulando en la práctica el Estado de Derecho.
Al mismo tiempo, controló ilegalmente el resto de estructuras jurisdiccionales, como el Tribunal Supremo Electoral, las contralorías destinadas a facilitar el escrutinio público de las finanzas, oscureciendo todos los protocolos de gobierno.
Con la complicidad de los funcionarios que ilegítimamente ejercen poderes que no les corresponden, el régimen recorta libertades, aplasta derechos, criminaliza protestas, militariza el país, secuestra personas incómodas para el gobierno y las mantiene en limbos jurídicos inaceptables para cualquier modelo civilizado de sociedad organizada.
Hoy, la palabra del dictador es ley, y sus ocurrencias pueden terminar con cualquiera en la cárcel o en la morgue, como viene sucediendo desde hace años.
Con la persecución judicial a todo tipo de oposición, tanto política como social, a la cual encarceló u obligó al exilio, se mantuvo en el poder manipulando la opinión pública con discursos de odio, control y persecución de medios y de periodistas, y ocultamiento de información que permitiera comprobar -o tan siquiera investigar- posibles latrocinios, enriquecimiento de la familia presidencial y sus socios, así como sus negociaciones con agrupaciones criminales.
Son oportunistas y advenedizos, pero cuentan con poderosos contactos y relaciones entre los sectores más conservadores en el ámbito internacional, desde la Heritage Foundation, la CPAC y el entorno del trumpismo, pasando por grupos neofascistas internacionales, hasta el uribismo colombiano, la oposición extremista de la derecha venezolana, el fascismo integrista del bolsonarismo, el ultra-neoliberalismo dependiente de Milei y su mancuerna estadounidense-británico-sionista, el neo-franquismo colonial de VOX, el narco-estado militarizado en el Ecuador de Noboa, la extrema derecha mexicana, hoy en la oposición, pero con contactos empresariales de núcleos reaccionarios enquistados en el poder, que proveen equipos militares a la dictadura, entre otras corrientes que miran la experiencia salvadoreña como modelo autoritario de “ley y orden”, que tanto propugna la conservadora agenda 2025.
Como ejemplo, la cuenta oficial de la vicepresidencia de El Salvador acaba de publicar fotos con una delegación de Brasil:
«El Salvador es un referente para el mundo. El Vicepresidente Félix Ulloa, sostuvo una reunión de alto nivel con la primera delegación oficial del estado de Minas Gerais de Brasil, en realizar una visita al país, encabezada por el Gobernador Sr. Romeu Zema y el Secretario de Justicia y Seguridad Pública, Sr. Rogério Greco. El propósito de esta histórica visita fue conocer de primera mano la estrategia de seguridad nacional impulsada por el Presidente Bukele.«
Esa delegación “del más alto nivel”, la encabezaba uno de los gobernadores más radicalmente libertarios, al estilo del argentino Milei y que, como es natural, otorga su apoyo al bolsonarismo. Los fascistas se unen, ya sea dentro de su propio país o, como en este caso, entre El Salvador y el estado de Minas Gerais.
Un año de deterioro y de torpezas
A fuerza de militarización, imposición del terror como política, y manipulación mediática como soporte estratégico de su permanencia ilegal en el poder, el régimen se creyó capaz de establecer un largo periodo de estabilidad y gobernanza dictatorial sin mayores sobresaltos.
Erró sus cálculos, como lo hicieron a lo largo de la historia, dictaduras mucho más sangrientas, criminales y despóticas que la tiranía bukeleana.
Si algo caracterizó los últimos 365 días del régimen fue la inestabilidad, la torpe toma de decisiones y la constante pérdida de popularidad, percepción positiva y reconocimiento internacional.
En abril, el Centro de Opinión Pública (COP) hizo sonar todas las alarmas del poder al revelar que la corrupción gubernamental aparecía ya como el segundo elemento de preocupación ciudadana y, por primera vez, el Presidente aparecía como responsable de los problemas identificados.
En el último año, la imagen presidencial cayó 20 puntos de acuerdo a esa medición y por primera vez la evaluación del gobierno reflejó un mayor porcentaje negativo (51%) que positivo (46%). La caída de su guardia pretoriana en la Asamblea Legislativa también resultaba innegable, junto con la pérdida de confianza hacia su partido.
Las pruebas resultaban irrefutables al ver el rechazo al uso del CECOT como instalación para migrantes de otros países deportados por EEUU, o la oposición aún más contundente al retorno de la minería metálica.
Por eso el régimen recurrió a fieles amigos como Luis Haug, de CID-Gallup, para maquillar cifras. Apareció entonces la semana pasada un estudio que ratificaba la caída en todos los rubros, pero moderaba las cifras para salvaguardar la imagen del dictador. Saben que sobre ella pivota todo el proyecto de retención del poder.
Las agresiones contra los defensores de derechos humanos y periodistas en El Salvador se dispararon un 135 % en 2024, suman al menos 412 muertos bajo tutela del Estado, son más de 86,000 las personas en prisión bajo el régimen de excepción, renovado 39 meses consecutivos, mientras 252 ciudadanos venezolanos que jamás cometieron delitos en El Salvador continúan secuestrados en el CECOT.
Durante un largo periodo, el argumento del régimen para sostener su popularidad fue su hoja de servicios en materia de seguridad. Hoy se sabe que esa hoja es producto de sus negociaciones con los mismos criminales que dice perseguir.
Contrario a lo que el dictador afirmaba hace un año, hoy reprime, gasea, golpea, y secuestra dirigentes de humildes comunidades, que defienden su tierra y reclaman su apoyo; captura abogados como Alejandro Henríquez Flores, defensores comunitarios como Fidel Zavala, o el pastor José Ángel Pérez, bajo acusaciones falsas. La fiscalía a su servicio dispone de los prisioneros a discreción, inventando cargos infundados y estableciendo, en connivencia con jueces prevaricadores, periodos de injustificado encarcelamiento.
La torpeza de la dictadura fue evidente en las últimas operaciones, como la detención de la abogada Ruth López, cuya captura repercutió en medios internacionales, causando daños serios a la línea de flotación de la imagen dictatorial. En todos estos casos se aplica el régimen de excepción, violando derechos fundamentales y revelando el carácter fascista de la medida, concebida en realidad para controlar a la sociedad y a cualquier forma de organización popular.
Naciones Unidas, representaciones diplomáticas y la cooperación internacional, dejaron en evidencia el fin último de la legislación aprobada para controlar los fondos de cooperación bajo la Ley de Agentes Extranjeros.
Superar el miedo, el sectarismo, el vanguardismo y la fragmentación
El desgaste de la dictadura resulta evidente. También lo es la caída de sus tradicionales métodos de imposición de sentido común colectivo. La violencia institucionalizada, la represión y la militarización ocupan gradualmente los espacios que antes dominaban la manipulación y la desinformación; el miedo sigue siendo un factor para imponer el autoritarismo.
Desde el exterior, las máscaras siguen cayendo, a pesar de una diáspora en buena parte todavía adormecida por la propaganda, pero que comienza a ser afectada por la crítica internacional de medios, instituciones y personalidades respetables.
Las cifras macro económicas, pero principalmente las que afectan de manera directa la economía familiar, y que en estos días de balances salen a la luz en perspectiva, reflejan el sufrimiento de amplias mayorías populares y el retroceso histórico de las condiciones materiales de vida de cada vez más amplios sectores.
Sumemos las revelaciones de ingentes cifras desviadas a compra de propiedades por el clan en el poder y su círculo, avanzando en la construcción de un país de dos carriles, uno exclusivo y elitista, donde no caben los pobres, como el actual Centro Histórico capitalino, las costas marítimas y lacustres, así como laderas de volcanes, zonas convertidas en feudo exclusivo de la nueva élite y sus amigos extranjeros. Un país “open for business” pero solo para quienes bailen al ritmo del poder.
Esta dictadura, que presume poderío, está sin embargo en retroceso y en crisis. Cuenta para sostenerse con el apoyo de Trump y compañía, que acaba de expresarlo a través de la nota positiva concedida por el FMI al gobierno de El Salvador, a pesar de no haber cumplido con varios puntos claves establecidos al firmar un acuerdo de préstamo de 1,400 millones de dólares.
Pese a sus debilidades, la dictadura se sostiene y se muestra desafiante. Lo hace porque aún no tiene enfrente el acumulado social popular necesario para sentirse en peligro.
Son las tareas que desde el campo popular se vuelven imprescindibles para derrotar un régimen que no podrá ser enfrentado únicamente por medio de las urnas. Lo ha demostrado con el fraude generalizado que lo mantiene en el poder, y que no cederá a fuerza de votos. Lo hará, si y solo si, se ve obligado a ceder el poder, y eso se construye desde las calles y desde la organización de base; se construye con crecientes formas de poder popular.
Es hora que desde el campo popular se empiecen a superar los sectarismos infantiles, la miopía política, el vanguardismo caduco y los intereses mezquinos.
Es hora de superar la fragmentación provocada desde las filas de la dictadura, que sigue apostando a dividir al FMLN hasta quebrarlo en piezas irreconciliables, al movimiento popular en sectas irreconocibles, promoviendo luchas parciales y sin futuro en la sociedad en general.
La dictadura sabe que la lucha del pueblo solo la pondrá en peligro cuando se superen las divisiones y los miedos, se deje de prestar atención a los distractores del oficialismo, y se rechacen las posiciones de quienes no se cansan de acusar a un sector u otro de nuestro pueblo, de connivencia con una dictadura con la cual hace años han demostrado estar enfrentados.
Aprendamos las lecciones de nuestra propia historia. El miedo y la fragmentación se superan con organización y solidaridad. La perseverancia, la creatividad y la unidad en la lucha fortalecerán todas las corrientes populares hasta hacer, por fin, caer la dictadura. Al fin y al cabo, el tiempo sigue estando a favor de los pequeños. Venceremos sigue siendo la consigna, tarde lo que tarde y cueste lo que cueste.