‘Carceral Apartheid’: así domina las prisiones la supremacía blanca

Por Abel Reyes
Frecuentemente hallamos libros que exigen del lector un esfuerzo especial. Sin embargo, es mucho menos frecuente que un libro no se contente con demandar del lector confrontar un problema, sino que lo implique como participante activo en él.
La tesis principal de “Apartheid Carcelario” – publicado en enero de 2025 – es una afirmación urgente e inquebrantable: que el sistema penitenciario estadounidense, tal como se perfile a través del Departamento de Correccionales de California, constituye un mecanismo de gobierno racista, arraigado en la vivencia de la supremacía blanca. Brittany Friedman, su autora, ahonda en los horrores del encarcelamiento masivo con precisión sociológica, memoria vivida y su compromiso ético con la verdad.
A este régimen, Friedman le llama «apartheid carcelario». El término no solamente califica; también acusa y condena. «El apartheid carcelario”, dice Friedman, “no perdona a nadie, y todos deben adaptarse a él».
La obra de Friedman es histórica y actual de una manera profunda. Investiga los mecanismos del control carcelario del estado hasta la década de 1950. En aquellos días, los administradores del sistema penitenciario (particularmente en California) pusieron en marcha protocolos diseñados para aislar y en última instancia y repetidamente, eliminar la resistencia política de los afroamericanos.
Desmenuzando intensos análisis de casos existentes, especialmente el de Hugo Pinell y el de la fundación Black Guerilla Family, Friedman demuestra cómo las prisiones desacreditan y desaparecen el radicalismo afroamericano. Desarrolla sus argumentos mediante el estudio y elaboración de una intrincada red de materiales de archivo, así como a través de entrevistas con reos y las teorías sociopolíticas. Aquí, lo que está en juego no es algo abstracto, sino un asunto de vida o muerte.
La tesis de Friedman alcanza su máxima potencia cuando entra en detalle sobre la manera en que funcionarios del sistema carcelario, de común acuerdo con elementos del gobierno estatal forjaron terribles alianzas con organizaciones de reos supremacistas blancos, como Aryan Brotherhood, con los cuales libraron una guerra cruenta contra militantes afroamericanos. Fueron tácticas sistémicas y repetidas basadas en la violencia extrajudicial como soporte del complejo industrial penitenciario.
Así, deja claro que las prisiones son instituciones ideológicas que fabrican narrativas para justificar la violencia contra algunos sectores y ocultar sus propios crímenes.}
“Para ellos”, dice Friedman, “el Centro de Ajuste simbolizaba la intención del departamento de intimidar, controlar y silenciar a la oposición política de los afroamericanos, en una espiral de tensión creciente, que eventualmente alcanzaría un punto crítico tanto para el Departamento de Correcciones como para los militantes afroamericanos”.
(N. del T.: Friedman se refiere al Centro de Ajuste (Adjustment Center) de las prisiones, que es la unidad utilizada para la segregación y el aislamiento de los reclusos, mediante el confinamiento solitario).
Entre las principales contribuciones que hace el libro se puede contar su postura metodológica. En ella, Friedman rechaza el rol de observadora objetiva; en cambio, utiliza lo que denomina «la verdad como método», basándose abiertamente en la tradición de feministas afroamericanas de conocimiento encarnado y de la narrativa intergeneracional.
El prólogo del libro fundamenta este enfoque con base en las propias memorias de la autora. Son escenas de intimidación en las carreteras de Missouri y de muestras de resiliencia intergeneracional moldeadas por las prácticas de arrendamiento de tierras y la segregación abierta. Estas escenas constituyen, no meras anécdotas de adorno, sino el fundamento del enfoque validado por el conocimiento. De esa manera, demuestra cómo se filtró la violencia sistémica de las prisiones en los paisajes culturales y psíquicos de la vida afroamericana a lo largo de las generaciones.
Sin embargo, pese a la solidez de la base afectiva del libro, puede ocasionalmente desdibujar su agudeza analítica. Los registros poéticos en los que se sumerge a veces la narrativa – si bien poderosos – debilitan momentáneamente el asidero teórico que lo sustenta. Los lectores no familiarizados con los antecedentes históricos de COINTELPRO (N. del T.: se refiere a los programas ilegales de Contrainteligencia lanzados entre 1956 y 1971 para debilitar y eliminar a organizaciones políticas radicales en Estados Unidos), o por otro lado, con las jerarquías específicas existentes en el seno de las pandillas carcelarias de California, podrían hallarse en apuros al intentar encontrar un punto de apoyo. Pero Friedman no tiene por qué alimentar al lector con una cucharita, sino que escribe partiendo de la base de que usted también, lector, tiene interés en la verdad.
La capacidad del libro de guiar al lector a través de diferentes registros es lo que lo hace especialmente efectivo. Así, pasa desde la microfísica del aislamiento hasta las macroestructuras del capitalismo racial. En su relato, la prisión no es un proyecto de reforma que ha fracasado, sino un instrumento de poder diseñado para defender la supremacía blanca con todo éxito.
“Apartheid carcelario” expresa una fuerte crítica al sistema de encarcelamiento en Estados Unidos y revela cómo la supremacía blanca y las mentiras sancionadas por el Estado convergen y generan un régimen de control racial.
Provoca controversia la afirmación de Friedman de que el sistema penitenciario estadounidense modela formas de genocidio. Pero esa afirmación está bien fundamentada. Describe cómo la violencia estatal, la vigilancia carcelaria y la guerra psicológica convergen para cumplir con las definiciones de práctica genocida de la ONU. Lo logra, no por medio de ejecuciones masivas, sino con la práctica de deshumanización sistemática y la de la aniquilación de una clase política. Insiste en que el genocidio puede ser lento y estar amparado por el entorno legal.
Sin embargo, hubiese podido profundizar en los incentivos estructurales más allá de la animadversión racista del Estado. Pese a que cumple con la mención de los motivos de lucro que subyacen detrás de la expansión carcelaria y la extracción de mano de obra no blanca, una integración más completa de la economía política en este análisis agudizaría aún más su argumento. Hay preguntas que quedan en la periferia, sin explorarse a fondo: ¿quién se beneficia materialmente de esta forma de apartheid? ¿Cómo se relacionan entre sí los intereses corporativos con la estructura de la supremacía blanca que ella misma describe?
En cuanto a las dimensiones globales del poder carcelario, Friedman aborda comparaciones internacionales, al ofrecer una cronología de «Edición Mundial» junto con la de Estados Unidos. Sin embargo, estas son más sugerencias que elaboraciones. Podría enriquecer la obra una mayor atención a las lógicas carcelarias en los contextos poscoloniales o coloniales (por ejemplo, Palestina, Sudáfrica, Brasil), ya que ha invocado el apartheid como práctica política mundial.
«Apartheid Carcelario» logra desenredar la madeja de mentiras que sustentan el sistema. Las mentiras no son incidentales. Son la arquitectura misma. La desorientación burocrática, la manipulación de las relaciones públicas y el silencio oficial son todas herramientas pertenecientes al amplio proyecto de desinformación cuyo propósito es ocultar del escrutinio público la violencia inherente al estado carcelario. Friedman levanta este velo e implica en la mentira no solo al sistema penitenciario, sino también al público que permitió que esas condiciones se impongan.
Y Friedman implica al lector cuando se niega a tratar el sistema penitenciario como algo lejano. Lo revela como la estructura activa y continua de gobierno racial que es. Y que es posible en virtud de la complicidad colectiva con la mentira. Una complicidad que se manifiesta a través del silencio, la desinformación mediática, el mito de la criminalidad y la ilusión de que la violencia estatal es justa o aislada. La autora considera la supremacía blanca como otra estructura de gobierno, como una extensión del poder estatal, cuyo objetivo es reclutar a la gente común, especialmente civiles blancos.
En momentos en que las demandas de reforma penitenciaria corren crecientes riesgos de ser cooptadas por las estructuras neoliberales, «Apartheid Carcelario» se niega a adaptarse. De esa manera logra revelar las prisiones como un espacio de profunda claridad política. La pregunta no es si el sistema carcelario está roto. La pregunta es si está haciendo exactamente lo que fue diseñada para hacer.
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