Aprendiendo de las crisis argentinas
Festejar el arribo del nuevo año, siempre implicaba llamar a mis familiares en Argentina y desearles felicidades.
También incluía una buena dosis de palabras esperanzadoras sobre cómo la economía y la política de la nación sudamericana seguramente mejorarían. Pues bien, parece que ahora es al revés. Fueron mis familiares los que me recordaron que hay luz al final del túnel para la más severa crisis política y económica de la democracia capitalista estadounidense en más de medio siglo.
Y si se habla de crisis, los argentinos son expertos. Sin escarbar mucho en su historia contemporánea, basta recordar la cruel Guerra Sucia de la década de 1970-80 y el catastrófico colapso de las instituciones económicas en el 2001.
En la Guerra Sucia, de acuerdo a Amnistía Internacional, alrededor de 30,000 hombres, mujeres y adolescentes desparecieron en las decenas de campos clandestinos de detención en donde los militares torturaban y asesinaban a disidentes politicos.
Por otro lado, en la debacle económico de diciembre de 2001, la economía argentina se desintegró después de más de una década de políticas neoliberales.
En ambos casos, los argentinos lograron salir adelante. A pesar de marchas y contramarchas, enjuiciaron a los culpables de las atrocidades de la Guerra Sucia. Y en lo que hace a la debacle económico del 2001, el país dejó atrás las nefastas recetas neoliberales y adoptó una serie de medidas de intervencionismo estatal que han redundado en un crecimiento de su producto bruto interno de más del 8% anual.
Irónicamente, pareciese que las mismas problemáticas que asolaron a la geografía política y económica de Argentina en las últimas décadas, ahora son confrontadas en Estados Unidos. Desde los ataques terroristas del 11 de Septiembre, la administración de George W. Bush adoptó una doctrina militar que, de hecho, se transformó en una Guerra Sucia en la que el estado ha legitimizado el secuestro (´extraordinary rendition´), ha establecido centros clandestinos de detención y, además, ha buscado una racionalización que justifique el uso de la tortura.
A nivel económico, la crisis hipotecaria y financiera que estalló en el 2008, y que se está desparramando a otros sectores de la economía nacional e internacional, ha incrementado el desempleo, multiplicado los desalojos, reducido la confianza de los consumidores y generado una sensación de inseguridad como pocas veces se ha sentido desde la Gran Depresión de la década de 1930.
Pero a pesar de los últimos ocho años de desaciertos politicos y militares y a pesar de la actual crisis económica, el 2009 nace con la esperanza que nuestro flamante presidente Barack Obama comience a desmantelar el estado autoritario que estableció la administración Bush, retire las tropas de Irak y redefina las instituciones económicas.
Una agenda, en definitiva, que nos encamine a un nuevo contrato social que nos retorne a los principios politicos de Jefferson y Madison y a una política económica keynesiana que garantice la educación, la salud y el empleo a todos los ciudadanos de esta gran nación.
Si los argentinos lograron recuperar la estabilidad política y económica en relativamente tan poco tiempo, con mayor razón Estados Unidos también lo puede hacer.