Cruzando Líneas: El 2020, año de mi impostora
SONORA – Es la última noche del 2020 y el frío me cala. Caliento mis manos con un té de hierbabuena mientras escucho a los niños jugar a lo lejos: carcajadas, berrinches, historietas fantásticas y, de vez en cuando, un pleito. Hay momentos en los que me abrumo. Me acostumbré al silencio de mi casa o a los sonidos cotidianos de los cuatro solos, en nuestra burbuja, durante la pandemia, del otro lado de la frontera. Aquí todo vibra, hasta nosotros – aunque a veces desentonamos-. Aquí se alborota el corazón. Aquí es la casa de la abuela.
Tenemos mucha suerte. Estamos juntos y sanos. ¡Nos abrazamos!, un lujo en este 2020. Nos sentimos completos. Pero es raro; nos llega la culpa. Hay algo irónico en desear felices fiestas cuando el mundo parece desmoronarse en cachitos: pandemia, muertes, crisis económicas y políticas y mucho dolor. Eso ha sido este año para mí: un contraste, tan extremo que a veces me pierdo en los grises de en medio.
Hace exactamente un año escribí de cómo quería dejar de hacer propósitos de Año Nuevo y hoy muero por escribirlos. ¡Quiero hacer, vivir, sentir, comer, tocar, disfrutar, amar y apapachar tanto en el 2021! No plasmo planes, si no lo que hay en mi corazón. Lo hago justo para que no se me olvide lo que siento ahorita cuando estoy rodeada de gente, exhausta de lo que antes era cotidiano como una cena familiar o la hora de la ducha de un ejercito de niños en una casa de dos baños, o lo diferente que se siente este momento en el que no prendo la computadora ni reviso mis celulares, cuando no me preocupo por pintarme los labios para una reunión de Zoom ni cuidar lo que dice el nutriólogo que debo hacer de cenar. Quiero más de esto y quiero que tú lo tengas también.
Tampoco quiero olvidar lo bueno que fue el 2020 conmigo, principalmente en lo profesional: Un intento de documental, una beca de ensueño en Stanford, mi firma en publicaciones importantes en inglés, mi primer podcast ¡y en un idioma que no es el mío!, unos cuantos premios, más becas para hacer el periodismo que a mí me gusta, mi nueva familia editorial en la otra punta de Estados Unidos y la comunidad tan real y humana que hemos creado con Conecta Arizona.
Este ha sido, por mucho, el mejor año de mi carrera periodística y todo sucedió en medio de una pandemia, con emojis y sin abrazos, con mensajes de texto y pocas entrevistas en vivo, en medio de protestas y elecciones, con acento y con talento y con el síndrome de la impostora domado por el cansancio.
Sí, este año me cuestioné a cada minuto si lo estaba haciendo bien, si me merecía lo bueno, si era suficiente, si no debía hacer más, si quizá tendría que hacer menos, si debía dejar esa rebanada de pizza y mejor comer un apio, si necesitaba esa otra copa de vino, si los niños se sentían amados, si podría lograr educar a mis hijos en casa, si tendría que volver antes al gimnasio, si debía trabajar menos horas, si el sueño era opcional, si podía con todo… ¿y si no soy tan chingona como creen? ¿Por qué no me la creo? ¿Me la creo a medias?
Al final hice una tregua con mi impostora. Me reconstruí, a pesar de mis miedos e inseguridades; las desnudé, las ventilé y me hicieron fuerte. No lo hice sola. Tengo gente aquí, allá y más allá. El 2020 fue nuestro año: el mío y el de mis demonios. Sé que no soy la única y sé que no se terminará con las doce campanadas. Pero estoy segura que el 2021 también será nuestro, sí, tuyo y mío: los sobrevivientes de pandemias, impostores y recuerdos, pero que aún se atreven a soñar.
¡Que se nos acabe el año! ¡Que nos llegue el nuevo! Lo mejor para ti y los tuyos hoy y siempre. Te deseo todo lo bueno, que llegue, se quede y florezca. Te apapacho, porque lo más bonito es abrazar con el alma, ¡feliz 2021!