El arte en un sencillo momento

 

Las cosas que sé acerca del invierno se diluyen en una especie de niebla espesa y húmeda que entra por todo el cuerpo, convirtiendo mis huesos en presa fácil para el debilitamiento óseo.

No llega el invierno, aunque lo espero, y por eso, quizás, o por otras cuestiones que desconozco, este año, todo lo que sé acerca del invierno, no se diluye dentro de mí, así que, deja como semilla una nostalgia del frío, que cree pertenecerme, pero que es libre, como todo lo que en mí habita.

Me recuerdo paseando por las calles de Madrid, acompañada de esa extraña sensación de soledad que solamente puede sentir el viajero que se ajusta la mochila a la espalda y se decide a convertir sus decisiones en actos. Paseando sin conocer y sin ser conocida, descubriendo, perdida entre calles eternas, repletas de historia y de personas con historias, y de pensamientos que fluyen por encima de sus cabezas, o al menos, así los veo yo.

Porque [bctt tweet=»yo veo los pensamientos, sin ser adivina… » username=»hispanicla»]yo veo los pensamientos, sin ser adivina; los veo, como una sinestesia de un quinto sentido. Y eso no significa que sepa lo que piensan los otros, pero, quizás por sus miradas, por su caminar, o por esa nubecilla de colores que flota por encima de sus cabezas, los intuyo. Me gusta jugar a conocerlos, a inventarme sus vidas, o mejor dicho, sus elecciones. Porque hoy en día es fácil adivinar las elecciones siguiendo el poderoso manual de la
aventura social. Poca gente se sale de la descripción de este libro.

De vez en cuando, conoces a alguien, y se convierte en un milagro. Entre millones de personas, o a miles de kilómetros de ti, y entonces, la fuerza de la nube de pensamientos que llevamos encima se colorea con tintes primaverales, y comienzas a ver la vida a través de un cristal que antes ni
siquiera percibías.
Es la magia de la vida, de las relaciones humanas, del compartir, de amar al fin. Como Oliveira, y antes de él me
preguntaba lo mismo que él “algunos dicen que eligen al amor, como si se pudiera elegir en el amor…” no cito
textualmente, a pesar de las comillas… y algunos llaman amor a la necesidad, o a la costumbre, o en el mejor de los
casos, a la pasión. Y encubrimos de amor el sufrimiento egoísta, o lo maquillamos con dulces palabras por el deseo de tener al otro apegado a nuestro lado como un cordero, olvidándonos que nada hay más libre que el amor, ni que nos una más que éste.
Me pregunto por qué razón me resulta tan fascinante vivir. Por qué disfruto tanto de una buena conjunción de palabras, de un pensamiento excelso, de un torrente de agua, o quizás, de un chiste de un niño. Me pregunto por qué razón me puedo quedar horas mirando la hierba en el campo, o me quedo extasiada contemplando esas grandes construcciones blancas, como el edificio de la SGAE, medio barrocas o con aire a helado de vainilla. No sé por qué, pero creo que en nuestro interior llevamos una especie de resorte, o mecanismo que se activa, que activa el gusto y la pasión, para que aprendamos de ello, para que nos empapemos. Pienso que somos una potentísima máquina formateada para admirarnos con la belleza, para seguir el camino de la belleza y ser así capaces de construir en su nombre. Por eso, como los herméticos, creo que arriba es igual que abajo, y que el camino más corto que el hombre puede encontrar hacia algún tipo de divinidad es el arte, en cualquiera de sus formas. El arte de conversar, de observar, de disfrutar, de convertir un día cualquiera en el único momento de tu vida.
El arte es para mí ese camino luminoso de baldosas amarillas por el que tengo que dirigirme si quiero conocer al Mago. Es esa ruta equilibrada, la cuerda del funambulista, el punto medio de la balanza de esta vida de dualidades y contrarios.
Hoy quería homenajear al arte, y no tengo otra forma que más disfrute de hacerlo que combinando palabras. Eso sí, también las palabras son libres, así que, si queréis revolver éstas para vuestro mayor disfrute, haced con gusto de este texto el puzzle que más os convenga, eso sí, siempre y cuando le entreguéis vuestro trabajo al arte.

Autor

  • Laura Fernandez Campillo

    Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

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2 comentarios

  1. «Porque yo veo los pensamientos, sin ser adivina; los veo, como una sinestesia de un quinto sentido. Y eso no significa que sepa lo que piensan los otros, pero, quizás por sus miradas, por su caminar, o por esa nubecilla de colores que flota por encima de sus cabezas, los intuyo».
    Empatía: esa facilidad encantadora que tiene Laura de identificarse con el mundo.

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