Homicidios en 2020 reflejan la crisis nacional

En el año 2020 se registraron 21,500 asesinatos en Estados Unidos, dijo esta semana la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) en su informe anual sobre estadísticas del crimen. Sus detalles y desglose por estado y ciudades se pueden hallar aquí: https://crime-data-explorer.app.cloud.gov/pages/home

Son casi 5,000 muertes más que el año anterior y un 30% con respecto al salto anterior, un aumento sin precedentes desde que se comenzaron a compilar los datos 60 años atrás. 

El aumento corresponde con el inicio de la pandemia de COVID-19 como detonante y catalizador. La tendencia continúa en 2021. Es difícil atribuir con exactitud la razón, pero no cabe duda de que la devaluación de la vida humana juega un papel importante en este terrible fenómeno. Es decir que paralelamente a la pandemia del coronavirus otra pandemia se agiganta y comienza a incidir en nuestras vidas.

No debemos desechar la cifra como si no tuviese importancia. La tiene. Es que en los otros rubros de la delincuencia criminal en el país la situación no ha cambiado. El robo ha bajado, lo mismo que, en general los delitos contra la propiedad, que disminuyeron en 18 años consecutivos al igual que las violaciones sexuales y robo de automóviles. Solo los homicidios subieron en esta proporción. 

Algunos tienden a culpar a las grandes ciudades o a municipios gobernados por republicanos o por demócratas. No fue así. El incremento de homicidios fue uniforme. 

Por ejemplo, mientras que en 1990 entre Nueva York y Los Ángeles se registraba el 13.8% de los homicidios en el ámbito nacional, el porcentaje ahora es de solo 3.8. Esto significa que estamos ante un fenómeno nacional grave y debe ser tratado con la misma seriedad e inversión de recursos que la lucha contra el COVID-19. 

¿Qué cambió? 

En este cuadro, el aumento de los homicidios es el último eslabón de una cadena viciosa. El COVID-19 no solo ha matado a más de 690 mil estadounidenses, sino que fue aprovechado para dividir al país. Por momentos, la nación parecería estar al borde de una guerra civil, en el sentido de que muchos entre quienes siguen las mentiras del ex-presidente Trump creen que la insurrección armada es la vía para recuperar el poder que consideran usurpado. Abrigan sentimientos de odio y hostilidad.

Abundaron las muertes que iniciaron en disputas menores convertidas en confrontaciones violentas. Insultos personales escalaron hasta convertirse en asesinatos. 

La crisis económica – todavía no hemos llegado al fondo – es un factor adicional, cuando sube la pobreza, la desigualdad y la desesperación. Millones de personas se quedaron sin trabajo, dependiendo de la ayuda pública para la supervivencia. Un número aún por determinar ha perdido sus viviendas. 

La consecuencia ha sido de aislamiento y pérdida del contacto personal, especialmente cuando se cerraron escuelas, iglesias, bares, estadios y oficinas.

Estas consecuencias han sido peores entre las comunidades negras, latinas, asiáticas y nativo americanas. Aquí se concentran los trabajos o salarios perdidos y las escuelas cerradas.

Lo explicó un activista comunitario en Nuevo México: «La gente está desesperada y no tiene muchas opciones, por lo que recurren a la violencia como una forma de resolver las cosas».

Hay menos agentes de policía disponibles, menos servicios de ayuda mental y muchos más homeless – desamparados.  

No es sorpresivo entonces que el grupo más victimizado por la ola de homicidios sean los afroamericanos, con casi la mitad del total. Le siguen los latinos, una tendencia ya demostrada por estudios anteriores del Proyecto Marshall. 

Tampoco sorprende que los causantes inmediatos sean el narcotráfico, la violencia doméstica y los enfrentamientos entre pandillas criminales, ya que las comunidades pobres de color son las más presionadas, marginadas y aisladas, dominadas por la incertidumbre.

Paralelamente se ha registrado un incremento en la venta de armas de fuego a la ciudadanía, un elemento más que denota desconfianza en que el estado garantice nuestra seguridad. La gente compró cantidades bélicas de municiones. En ciertas áreas del país se coleccionan armas como antes se coleccionaban estampillas, que luego son usadas criminalmente. A más armas, más homicidios con armas, como lo han demostrado múltiples estudios. El 77% de las muertes en 2020 fueron ocasionadas por armas de fuego, todo un récord. 

Las cifras exponen los problemas de salud pública y de seguridad pública que han existido durante generaciones en nuestras comunidades, pero que ahora se han agravado.

Lo que estamos viendo, quizás demasiado rápido, es el efecto desintegrador y desgarrador que está teniendo sobre nuestra sociedad la triple crisis del coronavirus, la recesión económica internacional y la confrontación política en nuestro país. Lo que está en juego es demasiado como para que lo ocultemos detrás de estadísticas o explicaciones simplistas. No queremos llegar a la situación de países donde la prevalencia del crimen violento ha sacudido los cimientos y pone en peligro su viabilidad como nación. 

 

 

 

 

 

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