La antidemocracia del extremismo antiinmigrante
En otra semana de contrastes, dos asuntos —la historia de The New York Times sobre explotación laboral infantil y las críticas que ha generado el anuncio del presidente Joe Biden de restringir el asilo— son el triste recordatorio del fracaso de la clase política en aprobar una reforma migratoria amplia.
Atacar a los inmigrantes para ganar votos
En su lugar, los republicanos que ahora controlan la Cámara de Representantes optan por dedicar tiempo a audiencias que solamente promueven teorías conspirativas de nacionalistas blancos, que viven una realidad aparte con ideas anacrónicas que no se ajustan ya al Estados Unidos de hoy.
En ese sentido, la cercanía de las próximas elecciones presidenciales de 2024 ha hecho que los republicanos aceleren el paso recurriendo a su gastada estrategia antiinmigrante y racista para ir ganando terreno entre su base, sin importar que su veneno político signifique que no quieren solucionar un problema, sino que prefieren seguir explotándolo para fines politiqueros.
Pero por otra parte, los demócratas siguen sin superar un mal que repiten cada vez que enfrentan temas migratorios complicados: suelen ceder a presiones republicanas con la creencia de que pueden acallar sus críticas, cuando en realidad esos ataques republicanos se incrementan. Es decir, en el tema del asilo en lugar de temer a los ataques republicanos al anticipado incremento de cruces fronterizos con el fin del Título 42, la administración y los legisladores demócratas deberían demostrar que este país es capaz de atender esta situación, pues cuenta con los recursos y la capacidad para ello.
El inútil juego de querer complacer a los republicanos
Pero en su lugar optan por restringir más el asilo; y aunque la Casa Blanca quiera justificar su acción, resulta cada vez más difícil defender sus posturas. Recuerdan a un Bill Clinton en los años noventa convirtiendo en ley medidas que incluso afectaron a inmigrantes con documentos; o a un Barack Obama aumentando las deportaciones para tratar de atraer “apoyo republicano” a una reforma migratoria amplia, algo que, claro está, nunca ocurrió.
De manera que en lugar de seguir tratando de complacer a un Partido Republicano que en materia migratoria nunca actuará de buena fe, los demócratas deberían escuchar los reclamos de quienes elección tras elección los han apoyado, a pesar de las circunstancias. Nos referimos a esas grandes fuerzas migratorias que mantienen la fortaleza del país, económica y demográficamente hablando, y que siempre viven con la esperanza de regularizar su situación migratoria, pero que su vulnerabilidad los convierte lo mismo en carnada de promesas, por una parte, y de ataques antiinmigrantes, por otra.
¿En quién refugiarse, entonces?
Cada vez que los republicanos de la Cámara Baja convocan a una audiencia para abordar la situación en la frontera, lo hacen dando plataforma a individuos que defienden teorías conspirativas de nacionalistas blancos que solo repiten mentiras, como que la crisis del fentanilo es responsabilidad de los inmigrantes, cuando se ha probado que no es así.
Según el Instituto CATO, 86% de los condenados en 2021 por tráfico de fentanilo fueron ciudadanos estadounidenses, diez veces mayor que las condenas de indocumentados. Asimismo, 90% de las confiscaciones de fentanilo ocurren en puertos de entrada legales o centros de inspección vehicular al interior del país y no en las rutas de cruces de indocumentados.
Estos datos, no obstante, no impiden que los republicanos sigan vinculando a los inmigrantes con la crisis del fentanilo. Y eso convierte en más perversa aún su estrategia de avanzar a costa de lo que sea en busca de regresar a la Casa Blanca.
La supremacía blanca y el terrorismo doméstico
Pero eso va más allá, porque los nativistas blancos antes limitados a los márgenes del Partido Republicano, ahora figuran prominentemente en el discurso de la colectividad y son invitados a testificar en audiencias del Congreso legitimando las mentiras que repiten. El problema es que de esas voces se han hecho eco terroristas domésticos blancos que han perpetrado masacres en espacios de alta concentración de minorías, como en El Paso en 2019 o en Buffalo en 2022.
De hecho, muchos son negacionistas trumpianos que todavía siguen repitiendo la burda mentira de que a Donald Trump le “robaron” la elección de 2020. Son los mismos que justificaron la intentona de golpe de estado del 6 de enero de 2021, y que condonan la violencia como estrategia electoral, sin entender ni aceptar los pormenores de una democracia, especialmente como la hasta hoy más plena que existe en el planeta. En otras palabras, son agentes antidemocráticos porque solo si pierden elecciones argumentan que hubo fraude; pero si ganan, el sistema entonces sí les parece funcionar.
Florida: el laboratorio del infierno
A esto sumemos el oscurantismo que estos personajes promueven, y que ya se ha normalizado en las plataformas de políticos como el gobernador de Florida, Ron DeSantis. Su aval a la prohibición de libros que detallen la historia de esta nación con sus capítulos más nefastos, como la esclavitud y la discriminación y con su nueva serie de propuestas para básicamente convertir Florida en un infierno para los migrantes indocumentados. Una de las más hirientes y ofensivas ideas es imponer 15 años de prisión a las madres que transporten a sus hijos indocumentados a la escuela. Realmente repulsivo.
Por ello, no deja de sorprender que en un estado como Florida, que ha recibido a refugiados que huyen de dictaduras, violencia y persecución, esas mismas personas apoyen a políticos como DeSantis que promueven las mismas cosas de las cuales huyeron en primer lugar. Pero ese es tema para otra columna.
Sin embargo, lo que sí podemos adelantar es que lo que buscan personajes como DeSantis es sumar puntos políticos de entre los segmentos más obscuros y extremistas no solo de Florida, sino de todo el país, al politizar de manera siniestra el tema migratorio, acusando a los indocumentados de todos los males, cuando él mismo sabe cuán importantes son para la economía de su propio estado y de la nación.