La conspiración en Medio Oriente, por Fernando Vegas
Hay sucesos políticos que por más que nos sorprendan son perfectamente explicables como reacción a un hecho anterior que, a su vez, pudo ser o no una provocación. Por otra parte, la misma provocación suele ser un hecho político destinado a conseguir la respuesta deseada. Aunque al final ocurra la que no se quiso. Esto es aplicable, por ejemplo, al ámbito militar- Recordemos que la guerra es la continuación de la política por otros medios (Clausewitz).
Hay otros eventos que quedan en la zona gris. Sus protagonistas los explican pero en lugar de aclarar, los enturbian porque lejos de dar razones valederas solo proporcionan suposiciones y lugares comunes. En fin, hablan y confunden, narran y nos dejan dudando sobre su justificación.
Ejemplo de tales acontecimientos fue el ocurrido a la 1:20 de la madrugada del viernes, 3 de enero de 2020 – en el ritmo actual de acontecimientos parecería una eternidad – en el aeropuerto de Bagdad, cuando un par de drones estadounidenses impactaron vehículos de una caravana que salía de sus instalaciones porque en uno de ellos estaba el Mayor General Qasem Soleimani. Fue quien en los inicios de la Revolución que dio al traste con el régimen del Sha Reza Pahlavi (1979). En aquel entonces era un joven revolucionario y más tarde llegó a ser destacado comandante de la 2ª División de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y, posteriormente, desde hacía ya varios años, Comandante de las Fuerzas Quds, su élite.
Se trataba de un personaje de poder porque era quien seguía en el mando al Guía Espiritual Supremo, Alí Jamenei, y al mismo Presidente Hassan Rouhani dentro de Irán. Y también porque en el escenario externo alcanzó mucho prestigio combatiendo con éxito al ISIS, colaborando con Hezbollah, con el gobierno de Siria e Irak y los combatientes revolucionarios hutíes de Yemen en su lucha contra Arabia Saudita.
Fue ejecutado.
Estaba marcado para morir y la explosión fragmentó su cuerpo.
Horas después, se recordará que el presidente Donald Trump se dirigió al mundo para comunicarle que había dado la orden de terminar la vida de Soleimani porque se trataba de un despiadado terrorista que planeaba ataques contra objetivos estadounidenses y pretendía destruir la Embajada de Washington en Bagdad.
Desde Teherán tronaron las voces de la dirigencia gubernamental y militar encabezadas por el presidente Rouhani que clamaban la indetenible y severa venganza que desatarían sobre el Imperio norteamericano.
El presidente Trump declaró el 5 de enero que si Irán llevaba a cabo la “severa venganza”, los EEUU tienen en la mira a 52 objetivos muy importantes para la cultura persa. Añadió que su mensaje debe ser entendido como una “advertencia” por si acaso Irán ataca a un ciudadano u otro activo estadounidense.
Después de este intercambio de amenazas todo el planeta quedó pendiente de una posible escalada de mutuos ataques que desatarían una guerra en el área con el inminente peligro de que se convirtiese en una conflagración mundial.
Recién concluían los actos funerales de Soleimani con manifestaciones de dolor en las calles de Teherán y otras ciudades persas según las noticias que transmitían las agencias, cuando en la madrugada del día 8 de enero, justo a la 1:20, comenzaron a caer misiles tierra-tierra sobre la Base Militar Al Asad, sita a 180 km del noroeste de Bagdad.
La base es un enorme complejo de instalaciones tipo militar pero también con piscinas, restaurantes, cines y dos rutas internas de autobuses, de manera que además del personal militar lo usual es que también estén allí civiles. El otro blanco alcanzado fue una base ubicada en la provincia de Irbil, al noreste de Bagdad, con 4000 soldados que supuestamente estaban en su interior.
Hasta aquí, todo lineal.
No obstante, con las declaraciones del presidente Donald Trump varias horas después del ataque misilístico iraní comienzan a presentarse afirmaciones por dos o tres bandas que no confirman directamente sino insinúan el curso de los acontecimientos.
A pesar de tener “el ejército más poderoso del mundo” como había dicho días antes, el presidente Trump explicó que “ningún soldado estadounidense o iraquí murió en el ataque lanzado por Irán contra dos bases en Irak… todos nuestros soldados están a salvo y sólo hubo daños limitados en las bases.” Añadió luego que “Irán parece estar bajando la tensión, lo que es bueno para las partes involucradas, para el mundo.” Trump llegó a decir que retiraría todas las tropas de Irak, lo que desmintió poco tiempo después.
Mientras tanto, los Guardianes de la Revolución Iraní amenazaban con atacar a Israel y a gobiernos aliados de los Estados Unidos.
Bien, ha pasado el tiempo desde la respuesta iraní y ya no se leen o escuchan estrindentes reclamos y amenazas. Tampoco se han producido eventos bélicos graves en el teatro de los acontecimientos. Sí se asoman opiniones y presunciones relativas a pérdidas de vidas de soldados estadounidenses en los ataques a las bases por carencias defensivas.
Todo sin señalar nada en concreto.
Ya existen análisis de los impactos de sólo nueve misiles en la Base de Al Asad con relativa efectividad, insinuando que así fue calculado por el agresor. Naturalmente, esto a nosotros que somos convidados de piedra, nos alegra. Pero deja un asomo de precariedad en el aire como si fuese a durar poco o, peor, que se actuó con improvisación y, aún peor, que nos inducen a pensar como ellos quieren.
Es entonces cuando entramos en el terreno de las conjeturas o, mejor dicho, de las conspiraciones.
En este sentido, podemos especular con varios escenarios:
El primero es que Donald Trump necesitaba un evento que convirtiese su reelección en un hecho necesario para la nación estadounidense. Ya lo intentó Jimmy Carter en abril de 1980 cuando montó la noble causa de rescatar los rehenes de las manos radicales iraníes que había tomado la Embajada de Washington en Teherán y así ganar las elecciones de noviembre del mismo año.
No tuvo éxito y las perdió con Reagan, el casi tocayo de Trump. La acción que intentó éste, mucho menos noble que la de Carter, fue la de asesinar al General Soleimani calculando al mínimo posible las pérdidas humanas y materiales en la respuesta iraní.
Para ello y por algún interés de la jerarquía gobernante ambos gobiernos pactaron antes de los sucesos. Ya la CIA lo habían puesto en conocimiento del interés de los jefes iraníes en deshacerse del Mayor General Qasem Soleimani, que había acumulado mucho poder y quería asumir la presidencia dando un golpe con su Fuerza Quds que es numerosa, está bien equipada y estaba conectada con amplios sectores de la fuerza armada
Además, también con sectores clericales donde seguramente tiene acogida por su proximidad con ellos desde la época del Ayatola Homeini y él era un joven de 22 años.
Todo bien preacordado: la visita a Bagdad para intervenir por invitación del Presidente de Irak en una mediación entre Arabia Saudita y Yemen, las declaraciones adelantadas de Trump sobre el retiro de tropas que después se vio obligado a desmentir transitoriamente y la propuesta de revisar un acuerdo nuclear pero no sin antes decir que jamás permitiría a Irán tener la bomba atómica.
Incluso se ventila el alcance de la repuesta iraní con el ataque misilístico a dos bases casi vacías de gente tras superar las baterías antimisiles con el objeto de incorporar realismo a los hechos.
Además, a fin de cuentas, al ejército iraní le conviene probar en combate sus misiles y al de EEUU sus baterías anti misiles. Esto explicaría por qué no hubo continuidad luego del primer ataque y su respuesta. La secuencia prevista era que Trump atacaba e Irán respondía, mas de inmediato y unilateralmente –sin mediación de nadie- “el ejército más poderoso del mundo” cesaba la confrontación.
Una operación Ganar-Ganar.
Para Occidente y, en particular, dentro de EEUU para su base política de derecha ultra conservadora, Trump detenía al belicoso Islam persa y, por otra parte, el Gobierno de Irán daba una lección al Imperialismo destruyendo dos de sus bases en Irak. Ambos demostraban su poder.
No hay por qué extrañarse. La derecha conservadora estadounidense siempre ha sido truculenta.
Por ejemplo, en octubre de 1980 enviados de Reagan se reunieron con autoridades de Irán para pactar la liberación de los rehenes que aún estaban en la Embajada de EEUU en Teherán a cambio de armas, lo que se llevó a cabo en 1981, poco tiempo después de su toma de posesión como presidente.
Ni hablar de la mala pasada que le jugaron a Al Gore en las elecciones presidenciales del 7 de noviembre del 2000. Entonces la derecha conservadora hizo triquiñuelas con las papeletas de votación en el estado de Florida que el Partido Demócrata impugnó y obligó a Bush al recuento de votos.
Como tramposería sale, como dicen los muchachos, cada vez era menos la ventaja que le iba quedando a Bush y fue entonces cuando el Partido Republicano, su brazo archiconservador y sus Neocons, acudieron a la Corte Suprema de Justicia quien con una mayoría de jueces de derecha, decidió 7 a 2, detener el recuento y declarar ganador a George W. Bush.
Un segundo escenario fue que se trató de un ataque unilateral (sin aliados) bien pensado y preparado con base en buena información de inteligencia, aunque también con los mismos fines electorales antes descritos. En esta hipótesis, horas antes de la acción de los drones que dan muerte a Soleimani, evacúan al personal de las bases militares. Una vez realizada la agresión que acaba con la vida de Soleimani se despliega una acción diplomática con el gobierno iraní ofreciendo la no retaliación después de practicado el ataque a las bases en Irak, el retiro de las tropas de Irak y la disposición de concertar un nuevo acuerdo nuclear.
Naturalmente, puede existir un tercer escenario y es que Donald Trump, emulando a John Wayne, propinó una lección a los malvados que quedará para la historia patriótica de la nación estadounidense. Seguramente esta es la versión que más aplaudiría la base ultraconservadora que apoya al presidente Trump.
En este caso y en perfecta contrapartida, el fundamentalismo islámico, conservador y guerrerista, clama ante el mundo que salió victorioso porque ahora todos conocen la capacidad que tiene de enviar sus misiles a cualquier parte del Medio Oriente. Pareciera que ambos juegan a la solución suma cero y, siendo así, se trata de un capítulo y no el final de la guerra que se alimenta de ideologías y odios, es verdad, pero también de intereses hegemónicos económicos y políticos.
¿Cuál fue el escenario más probable? Escoja usted el escenario de su preferencia, amigo lector. En cualquier caso, estos señores de las altas esferas mundiales juegan con nosotros.
Los únicos muertos conocidos en el teatro de guerra fueron Soleimani, sus acompañantes en la caravana que salía del aeropuerto de Bagdad y las 176 personas que viajaban a bordo del Boeing de Aerolíneas de Ucrania que despegó del aeropuerto de Teherán la noche del ataque misilístico iraní a las dos bases en Irak y resultó derribado “accidentalmente” por dos de sus misiles.