La farsa republicana no dio para más
La farsa no pudo sostenerse más. Fracasó estrepitosamente el jueguito infantil de negar la legitimidad de la victoria presidencial de Joe Biden, y más republicanos lo han reconocido. Trump ahora representa una facción de extrema derecha dentro del partido Republicano
La farsa no pudo sostenerse más. Fracasó estrepitosamente el jueguito infantil de negar la legitimidad de la victoria presidencial de Joe Biden.
Fracaso total
Incluso cuando se trataba de ganar puntos cuando se negocie con él en el futuro. Cuando ya no sirvió mantener la fachada que simulaba una posición de fuerza. Cuando ya no importó tanto seguir adulando las bajezas del presidente saliente Donald Trump, llegó el momento de aceptar la realidad.
Para eso fue útil que este lunes los electores designados por los 50 estados le hayan dado – como era de esperar desde el día siguiente a las elecciones – la mayoría a Biden y Kamala Harris. Se trató de una votación, estado por estado, con sus regulaciones para prevenir el contagio del COVID-19, que era por generaciones solamente ceremonial, una mera formalidad.
Quienes se aprovecharon de la coyuntura utilizaron para hábilmente cambiar de posición y comenzaron a abandonar a Trump, un proceso que comenzó meses atrás. Y por eso, ahora, Trump representa una facción de extrema derecha dentro del partido Republicano.
Todo esto, el actual presidente notó y fiel a su desgraciada modalidad, tradujo en ataques personales contra quienes, dentro del partido Republicano, supuestamente lo traicionaron porque cumplieron con la ley, o porque aceptaron una realidad incontestable.
Ve espejismos
Además, según reportes desde adentro de la Casa Blanca, se sumió en un mundo de fantasía alimentado por personajes como Rudy Giuliani, en el que él realmente había sido despojado de su segundo término, por lo que, afirmó humillado ante sus familiares y asesores, él no iba a salir de la Casa Blanca. Que lo lleven en brazos, entonces.
El reconocimiento a la victoria de Biden pasó por el presidente de México López Obrador y el de Rusia Vladimir Putin. Ambos líderes habían adoptado una espera que tenía todo con adular a Trump por si ganaba en su intento de robar las elecciones.
Pero el más consecuente e importante reconocimiento de la realidad fue el del veterano líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell de Kentucky. Junto con él, numerosos funcionarios electos republicanos, reconocieron que Biden efectivamente fue el ganador de la contienda, era el presidente electo y será el Presidente de Estados Unidos en pocos días.
McConnell incluso exhortó privadamente a los miembros de su grupo parlamentario a que evitaran desconocer la victoria de Biden cuando el Congreso deba votar la legalidad de la decisión de los electores. Es que si un solo senador presentara esa moción – además de un miembro de la Cámara de Representantes – insinuando que los resultados fueron amañados, ambas cámaras deberían dejar el recinto donde se habrían reunido para una decisión conjunta y reunirse separadamente para, durante un mínimo de dos horas, llegar a un consenso o, al menos, aclarar la situación.
Como si los necesitáramos
Ahora bien: esta es una muestra más de la farsa en que está decayendo la institucionalidad política estadounidense. ¡Como si realmente la democracia necesitase que estos líderes extranjeros y políticos locales reconozcan y acepten el dictamen del votante para que éste sea realidad! La realidad es que el votante no necesita que estos patrones se adjudiquen el poder de reconocer su voto, a pesar de sus ínfulas de estadistas.
Faltando todavía un escaso mes para la toma del poder por parte de Biden, es mucho el daño que Donald Trump todavía puede causar. Y como si fuese un agente secreto al servicio de una potencia extranjera y no al servicio de la nación, cada intervención y acción suya presagia más problemas, más destrucción, más divisiones internas.
De allí que haya descabezado, el mes pasado, el liderazgo del Pentágono para colocar a cargo de las cuestiones más delicadas de la seguridad nacional a sus compinches y servidores.
O que haya despedido sin pena ni gloria a su principal aliado y quien le ayudó en todo momento, el procurador general William Barr. O que, de manera enfermiza, insista en desconocer la gravedad de la expansión del COVID-19 y la cantidad de contagios, hospitalizaciones y muertos que rompen récords cada día.
Farsa republicana y obsesión patológica
Donald Trump sigue con su obsesión patológica de inventar un fraude electoral que no sucedió y de negar que fue derrotado y rechazado por la ciudadanía. Seguiramente, seguirá tratando de causar ese daño mientras pueda, más allá de los disturbios con que intentará robarse el día de asunción del mando por parte de Biden. Y quizás durante los próximos cuatro años.
Lamentablemente, Trump arrastrará tras sí a millones de sus incondicionales.
Pero por fortuna su horizonte se va achicando con cada día que pasa. La vacuna de Pfizer está siendo administrada con rapidez en todo el país. Se está a punto de aprobar la segunda vacuna de los laboratorios Moderna. Y mientras, por fin hay un segmento creciente dentro del partido Republicano que hace sus primeros intentos para despegarse del aspirante a tirano. De recuperar algún dejo de pensamiento independiente.
Son señales que nos muestran cuán lejos llegó la dominación de Trump sobre otros y cuán cerca hemos estado, en estas semanas, de caer en el golpe de estado.
Cada día que pasa es el primero de una nueva realidad, la de un poderoso país en una profundísima crisis de salud, institucional y económica, que trata de dar los primeros pasos para la recuperación.
Una recuperación que será dolorosa, como siempre, para quienes menos tienen y más sufren. Que estará acompañada de una crisis económica como no habíamos experimentado jamás, y con ella, de una serie de violentos espasmos sociales que podrían llevar a la violencia abierta contra la gente que proteste por su situación.