Los Oscars y el cine político
La entrega de los premios Oscars siempre tiene aristas políticas, pero este año pareciera que tuvo una impronta mucho más marcada que nunca. Primero, por la misma decisión de que la ceremonia se llevara a cabo, luego de los devastadores incendios que asolaron la ciudad. Luego, por tres películas premiadas en tres de los principales rubros.
Una de ellas es la que surgió como la gran ganadora de la noche y la que se alzó con la estatuilla más deseada: la de «Mejor Película». Es «Anora», un film independiente, por fuera de la gran industria, hecha solo con seis millones de dólares (algunos de los denominados «tanques» tienen a disposición presupuestos de cientos de millones de dólares). Luego, por la temática que aborda, la de la explotación clasista pero también machista, como es la prostitución y el trabajo sexual. Incluso por la actuación de actores armenios y los diálogos en ese idioma, el de un pueblo que no solo sufrió un genocidio no reconocido actualmente por Turquía, sino que actualmente sufre una limpieza étnica a manos de Azerbaiyán en Nagorno Karabaj.
Los discursos, durante toda la noche, repitieron la necesidad de enfrentar el odio y la violencia política, sin alusiones directas, pero como mensaje claro hacia los distintos gobiernos autoritarios que hay hoy en el mundo, y que hacen del insulto y el grito su característica.
Pero si hablamos de genocidios, el punto crucial fue el triunfo de la película «No hay otra tierra» como «Mejor Documental». Cuenta el sistema de Apartheid y la ocupación colonialista del Estado de Israel sobre Cisjordania, concretamente sobre Massafer Yatta, un pequeño poblado de los entornos de Hebrón.
De hecho, como muestra de aquello que la realidad supera la ficción (en este caso no era ficción porque se trataba de un documental), menos de dos horas después de que esta película fuera nominada, el ejército israelí invadió el pueblo de Massafer Yatta y asaltó la propia casa del protagonista.
El film se centra en la vida de Basel, un activista palestino que con su cámara filma los crímenes que, no solo el ejército de Israel, sino también los colonos israelíes, perpetran contra los legítimos dueños de esas tierras. Y cómo tanto el ejército como los colonos, hacen la vida imposible, lo que es otra manera de buscar el exterminio de un grupo humano, tal como la ONU describe el delito de genocidio.
Por último, el ítem a «Mejor Película Extranjera» o en idioma no inglés. Por primera vez fue para Brasil y fue tal la repercusión, que el mismísimo carnaval dio un impasse para que se festejara como un título mundial de la selección verdeamarela. Se trata de la película «Aún estoy aquí», del director Walter Salles, el mismo que había dirigido anteriormente «Estación Central» y «Diarios de Motocicleta». En este caso, Salles recrea la lucha de Eunice Paiva, la viuda de Rubens Paiva, un diputado que fuera secuestrado, torturado y desaparecido por la dictadura militar que gobernó Brasil durante 21 años, desde 1964 hasta 1985.
La película se basa en el libro escrito por su propio hijo, el periodista y escritor Marcelo Rubens Paiva, quien allí cuenta no solo la historia de su padre, sino la de su madre Eunice por memoria, verdad y justicia.
No sólo que la película trata sobre una cuestión absolutamente política del pasado, sino que, además, tiene tres aristas directamente relacionadas con la política del presente.
Primero, porque el caso de Rubens Paiva salió a la luz gracias a la decisión de la ex presidenta Dilma Roussef de crear una Comisión de la Verdad para investigar los crímenes de la dictadura.
Segundo, porque va a contramano de las políticas del ultraderechista Jair Bolsonaro, no sólo un negacionista de los crímenes de lesa humanidad de la dictadura, sino un apologista de los mismos. Tan es así que cuando juró en el juicio político (golpe institucional) contra Dilma, lo hizo en nombre del coronel que la torturaba durante su cautiverio.
Tercero, porque durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores se dio un impulso fundamental a la cultura, incluido el cine brasileño, en oposición clara a las políticas de recortes y «motosierras» de Bolsonaro.
Este artículo fue originalmente publicado en El Diario de Carlos Paz.