Lukashenko, el último dictador de Europa, por David Hernández
Nada menos este fue el epíteto con el que, en 2012, el entonces canciller alemán Guido Westerwelle tildó al Presidente de Bielorrusia Alexánder Lukashenko, durante un encuentro oficial en el que lo increpó por la falta de libertades y por su autoritarismo, a lo cual el bielorruso contestó inocentemente, “Es mejor ser dictador que gay”, en alusión al matrimonio homosexual de Westerwelle, casado con un famoso deportista alemán.
La figura folklórica, tenebrosa y universal del dictador cobra vida en el Presidente Lukashenko, una de cuyas últimas “boutades” es haber negado la gravedad del Covid-19, aconsejando a sus compatriotas sudar la gota gorda, “trabajar duro, baños sauna y vodka”.
Se trata del típico “homus sovieticus”, en el poder desde 1994, que ha conservado a Bielorrusia en una cápsula del tiempo, el antiguo sistema socialista soviético, gobernada con mano férrea en el “mejor” (¿?) estilo stalinista, pues una de las joyas soviéticas que ha conservado incluso con su antiguo nombre, es la KGB, los todopoderosos servicios secretos, de los cuales él formó parte.
Cierto es que en Bielorrusia no hay pobres, hay asistencia médica gratuita, educación gratuita desde parvularia hasta la universidad, alquiler barato de la vivienda así como el derecho a gozar de vacaciones aseguradas por el Estado cada año y a pensionarse. Ello con un elemental salario que cubre lo justo para cada mes, al igual que en los tiempos soviéticos cuando, como ironizaban los ciudadanos, todo el mundo hacía la pantomima de que trabajaba y el Estado hacía la pantomima de que les pagaba.
Esta economía socialista centralizada, al estilo soviético, le está pasando factura al dictador. Lo prueba el enorme descontento popular, traducido en multitudinarias manifestaciones protestando contra lo que consideran un escandaloso fraude electoral, el 9 de agosto, en el que Lukashenko “triunfó” con un apabullante 80% de los votos. Tanto los líderes opositores, encabezados por la candidata Svetlana Tikhanovskaya, con 10% de los votos según el oficialismo, refugiada en la vecina Lituania, como la Unión Europea (UE), desconocen el resultado de dichas elecciones y exigen unas nuevas.
La oposición bielorrusa creo un consejo coordinador de Transición, encabezado por Tikhanovskaya y formado por 70 personas, que contará con la premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich.
Lukashenko les acusa de querer usurpar el poder y ha advertido de una intervención militar en Bielorrusia de la Alianza del Atlántico del Norte (OTAN), en referencia a sus vecinos del Prebáltico (Letonia, Lituania, Estonia) y Polonia, todos miembros de la OTAN.
El presidente ruso Vladimir Putin ha tratado infructuosamente desde hace años de reciclar a este dinosaurio soviético por un aparatchik más presentable, siempre bajo tutela rusa, y ha advertido a la UE y la OTAN, a los dirigentes germano-francos Angela Merkel y Emmanuel Macron, que cualquier injerencia en los asuntos internos de Bielorrusia toca directamente a Rusia, en virtud del Tratado de Unión de Rusia y Bielorrusia, suscrito en el 2000.
Putin tiene interés en expandir su área de influencia militar en el Báltico mediante un plan para unificar ambos países, de cara a fortalecer las fronteras rusas con Europa Occidental.
Lo más probable es que el cambio de guardia en Bielorrusia proceda de los titiriteros del Kremlin más que de la OTAN o el Pentágono.